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Mi amigo Lázaro ante la repentina ninfomanía de Esthersita

Por: Gonzalo Delgado Quintero

Decía mi amigo Ricardo, asiduo lector de Gabriel García Márquez, que así como el hombre trae los polvos contados, la mujer es también severamente tratada por la madre natura, al limitarla tempranamente en su capacidad reproductiva, poniéndola en una condición difícil cumplidos sus 35 años, en una especie de cuenta regresiva final, porque incluso hasta los 50s pueden salir embarazadas; una situación peligrosa a esas edades, debido a posibles complicaciones en la gestación, un parto no deseado e incluso el peligro de la madre.

Sin embargo, el fondo de este cuento toca a partir de un caso muy especial, a hombres y mujeres que ya marcan edades muy completas. En el caso de las mujeres quizás, ya no en la etapa reproductiva, sino intelectual, pero que se mantienen prestas a cualquier encuentro, con el valor que añade esa parte inigualable que tiene que ver con sus capacidades personales de buena respuesta y talante que ofrece la oportunidad de amena conversación. Y es que pitada la etapa complementaria, es muy posible que a esas alturas del segundo tiempo de ese gran juego de la vida, pasada una primera parte intensa, pero además, teniendo en cuenta que muchas de estas mujeres no son tan veteranas, sobresale el evidente hecho de que siguen jugando completos, buenos partidos, con suficiente aire, las dos mitades y de requerirse, tiempo extra incluida la definición de campeonato desde el punto penalti.

Este cuento, solo para aclarar, no verá el detalle de las excepciones. Nuestro caso a tratar en las próximas líneas, nada tiene que ver con algunas personas que al llegar a estas edades, no todas, también caen erróneamente en una especie de auto abandono dejando de lado el sexo y asuntos de esta naturaleza, tan normales pero fundamentalmente esenciales para sostener una calidad de vida superior. Tampoco de personas dedicadas al trabajo o en actividades religiosas; o de aquellas que a los 50, 60, 70 y más años dicen no tener donde ir, de las que no salen porque sienten que no tienen amigos o nunca se llevaron bien con la familia, o sus cargas de contrariedades es tal que no pueden convivir mucho tiempo con nadie y solo se dedican en atender asuntos del hogar, cayendo en estados depresivos temporales o dedicándose solo a la turcomanía. Nuestro tema no es ese.

Este es un tema sacado de la vida real, solo cambiamos los nombres. Hablaremos de un caso muy especial que se ubica en el periodo pre y menopáusico de una mujer, esposa de un amigo a quien llamaremos Esthersita.

Esthersita había llegado a esa etapa importante que le sucede a toda mujer. La menopausia. Una condición disímil en general. Esa diferencia en nuestra amiga resultó en un exacerbado deseo sexual que  voló por los aires esa chispa incendiaria que por lo regular, en la mayoría de los casos más bien se va apagando, aunque el sexo en la madurez no fija ninguna norma ni regla. Tomando en cuenta que al llegar a estas edades de los 50 y más, se presentan muchas ventajas, siendo que una gran cantidad de mujeres suelen vivir su mejor momento sexual.

Todo inició cuando encontré a mi amigo Lázaro años después, siendo él ya no estudiante sino profesor. Estaba en un bar restaurante muy concurrido de Pueblo Nuevo, allí solo, sentado en una mesa esquinada. Se bebía unas cervezas y apenas me reconoció me hizo señas para que lo acompañara. Me senté, éramos viejos conocidos y como plasmó un escritor, los amigos aunque pasen años, al encontrarse nuevamente es como si el tiempo no hubiera transcurrido. Siendo así, entre el saludo y los recuerdos traídos a la mesa, fueron pasando los minutos. En ese ínterin, sin embargo, entrados en varias servidas le fui notando cierta ansiedad.

En media hora habíamos hablado de casi todo. Desde nuestros tiempos universitarios, las peripecias que tuvimos que superar como estudiantes, las manifestaciones callejeras, los exámenes capciosos de algunos profesores filtros, un triste papel que jugaban algunos de estos docentes que resultaban sicarios con órdenes de fracasar a los estudiantes para reducir la matrícula y a veces por simple capricho. Algo parecido a tratar de acabar con la pobreza matando a los pobres. También quedaba el aprendizaje que obtuvimos de otros verdaderos maestros de la comunicación que marcaron para siempre el cambio que hizo en cada uno de nosotros la diferencia entre el antes y nuestro después; y por supuesto que hablamos de los amigos que nos quedaron para siempre.

Ante el evidente nerviosismo le pregunté sin ambages qué le estaba sucediendo…

No sé cómo empezar, pero me está ocurriendo algo con mi esposa y por eso estoy aquí, más bien haciendo tiempo para llegar a la casa más tarde, respondió un poco pausado. Se notaba en él que a pesar de cualquier efecto etílico, todavía le daba vergüenza el delicado asunto que no terminaba aún de contarme.

Pedí dos cervezas grandes, interrumpiendo un poco para disimular mi curiosidad. Después, como si no me interesara mucho, le pregunte, aunque había entendido muy bien, qué me había dicho, que de qué se trataba y que hablara con la confianza de la reserva de un periodista, como si se tratara de una fuente informativa, eso él y yo lo sabíamos bien.

Es que no aguanto a mi mujer, [me dijo]. Y que tiene eso de raro, [le repliqué]. Pensando que se trataba de los consabidos reclamos que hacen la mayoría de las esposas, muchas veces con sobradas justificaciones y de los cuales tampoco me escapo. Bueno, déjame aclararte, [me interrumpió]. No se trata de su carácter o de malos humores, lo que ocurre es que algo pasó con ella. Me resulta penoso, pero a alguien debo decirle lo que me está ocurriendo, porque estoy a punto de una crisis emocional. Allí si me preocupe, además se trataba de un amigo.  Inclinó un poco la cabeza y la subió a medida que se tomaba un sorbo grande de cerveza, dispuesto a detallar lo que llevaba por dentro.

Me dijo, como tratando de buscar referencia de tiempo: Lo que pasa es que mi esposa y yo hasta hace más o menos  seis meses atrás no manteníamos relaciones sexuales, mejor dicho, pasaban meses y nada; pero de ese tiempo para acá, quiere todos los días y varias veces; a cada rato y se ha vuelto insaciable, una repentina ninfómana, al punto de que no la aguanto y por eso, trato de llegar tarde, cuando ya duerme; pero a pesar, cuando estoy en casa me aborda, a la hora que sea, me quita la ropa y prácticamente me obliga a entrar en acción, a tal grado de que ya estoy prácticamente fatigado del nivel de exigencia que nunca me ocurrió con ella, incluso en nuestro primeros años de pareja y a mi edad no estoy para estos trotes forzados.

Le pregunté, qué había ocurrido…respondiéndome que en esos meses a ella le entró la menopausia y estaba sintiendo algunas reacciones… que había asistido a unas consultas médicas y estaba bajo unos tratamientos medicinales y con suplementos de inyecciones y comidas especiales. Le respondí, más bien para bajarle la intensidad al amigo Lázaro, que esos cambios eran normales y que después, todo volvía a la normalidad. Me dijo que eso creía él, pero que era todo lo contrario porque su esposa seguía pidiendo más cada vez.

Como lector empedernido sobre temas diversos y habiendo gran volumen de literatura especializada sobre ese ámbito del sexo y la menopausia, traté de fundamentar algún tipo de argumento explicándole al amigo Lázaro que habían diversos estudios que aseguran que la menopausia en muchos casos es de mayor bienestar y felicidad sexual en la mujer porque en esas edades desaparecen en ella temores. Ya no puede quedar embarazada y sin esa preocupación es de entender que el disfrute de la relación sea mayor.

Le dije que a lo mejor esto era lo que le estaba ocurriendo a Esthersita y que con ella se había roto el mito de que tras la menopausia el deseo sexual desaparecía y que eso de que a las mujeres mayores se les disminuye las ganas, también, era falso, porque no hay un deseo antes de la menopausia y otro después. 

Por allí había leído que el deseo, a lo largo de toda la vida de la persona, depende de las circunstancias personales. Del tipo de relación, de la condición física, de la salud, el estado psicológico o incluso de tener o no pareja que permita una práctica sostenida y que un gran número de mujeres experimentan su mejor momento sexual después de los 40, 50s y más años.

Le aclaré al amigo Lázaro que a los hombres también les ocurren cambios a partir de esas edades y que muchos sufren de sofocos, se tornan mal humorados, sufren de sueño y cuando se acuestan entonces les da el insomnio; pero que eso se debía al déficit de testosterona. Le recomendé que leyera sobre esos temas.

Sacando acopios de mis exiguos conocimientos empíricos, no más allá de lo leído, le dije que hay varias razones por las que el sexo puede ser mejor tanto para el hombre y la mujer pasada la barrera del medio siglo. Porque al tener experiencia resulta que transitar el camino se vuelve más importante que llegar al final, algo que se logra, sin que se tengan mayores expectativas idealizadas, como sí lo era antes, con el encuentro sexual, cuando joven.

A nuestras edades, le decía a Lázaro, los sentidos han desarrollado un sinnúmero de capacidades. Somos conscientes por ejemplo, de la riqueza sensual del cuerpo, una mirada, una caricia que justo en el momento resulta tan efectiva como el propio coito o el preámbulo de una ardiente relación. Le hablé de la prolongación de los juegos precopulares. De la práctica del sexo oral y otras posibilidades.

Recordé también las investigaciones de especialistas, quienes aseguran que en ambos sexos existe la reacción biológica debido al aumento de los niveles de testosterona en la sangre y que para el hombre esta hormona ayuda a la erección, mientras que en la mujer el efecto es el aumento del lívido. Pero aclaraban que en la sexualidad aún más importante es el factor psicológico de la mujer.

Le aconsejé a Lázaro que leyera los estudios del doctor John Randolph quien sostiene que en una relación de pareja la combinación perfecta es el deseo sexual y el bienestar emocional y que para ello, cualquier edad, cualquier etapa, cualquier momento es un bueno para disfrutar de la sexualidad, para sentirse bien con uno mismo, y para decidir cómo se quiere vivir.

Finalmente, no tenía más argumentos, pero le dije que ambos tenían que re – empezar, que hablara con ella lo que estaba ocurriendo y que no se saliera del guion de esos juegos antes de cualquiera acción, que los hiciera parte de la relación sexual. Le dije que tratara de ver lo que estaba consumiendo en esos tratamientos y si eso le estaba causando los efectos desmedidos de deseos sexuales excesivos y otras cosas más. No sé qué pasó después, no he visto más a mi amigo, pero recuerdo que en ese último encuentro, agotaba la sensible conversación, que más bien fue confesión, le dije levántate Lázaro, ve anda y cumple.

  1. Esta narración solo trata de motivar a seguir viviendo con plenitud…

El autor es periodista, analista y escritor

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