Por: Eduardo A. Reyes Vargas
Se conoce como homilía a la plática o sermón solemne destinado a los fieles para explicar los textos bíblicos, y otras materias religiosas.
Creo definición sencilla y fácil de comprender.
Hoy he de referirme a las homilías que escucho Domingo tras domingo a través de la misa virtual encabezada por nuestro obispo Monseñor José Domingo Ulloa.
El acto de la misa en donde nuestro guía espiritual mayor la preside, se constituye para mí en un momento de plena felicidad como creyente del catolicismo.
Las lecturas y la música que rodean este sublime acto, nos contagia y otorga un fortalecimiento creciente de nuestra fe.
Monseñor Ulloa como otros párrocos proyecta una real vivencia en todas las partes de nuestra misa.
Me agrada observarlo llevar el ritmo de los cantos, muchas veces con ritmos y compases nativos fortaleciendo lo que debe ser un acto de alegría para los creyentes cristianos muy a pesar de situaciones de angustias que a veces allí se conocen.
Sus homilías son sencillas, con palabras y anécdotas que todos entendemos y con enseñanzas de alta envergadura para ese católico que debe comprender su rol de persona y ciudadano.
No solo es fe, ritualismo o teoría, sino obras.
Sus críticas certeras a las debilidades particulares o colectivas forman parte de un cristianismo que se acerca su pueblo.
Su rol de orientador en nuestra crisis de Covid19 con sus colaboradores es ejemplar.
Hay corrientes ultraconservadoras de la iglesia que se mantienen a distancias años luz de lo que significa el verdadero cristianismo impulsado por nuestro Papa Francisco y me imagino por ello son duros críticos de este desenvolvimiento.
Muchas veces solo los envuelve una hipocresía social.
La reciente cirugía del Papa Francisco revelaron una vez más las debilidades y ambiciones de algunos que lo rodean.
Nuestra iglesia pierde y perdió adeptos pues estuvo muy alejada de la vida cotidiana de las personas que sufren tantos vejámenes.
Fue una escuela de teoría y no de praxis.
Hoy tengo 74 años de existencia y recuerdo el párroco de mi iglesia, en Casco viejo, cuando con diez u once años me tocaba escuchar Misa en latín, homilías agotadoras a veces de hora y media y al final, salías vacio y probablemente sin comprender el mensaje.
Esta renovación del catolicismo hace surgir esperanzas de su fortalecimiento.
Es la iglesia de Cristo como otras, el humilde, que se sacrificó por nosotros los creyentes.
El que estaba con los pobres.
Continúe Monseñor impregnado felicidad, esperanza y compasión por su pueblo al igual que sus colaboradores.
Esperamos también que otros hermanos cristianos que profesan otras religiones tengan la dicha de disfrutar de estas reflexiones que se desarrollan en sus propios cultos.
Mis excusas sinceras a los no creyentes, hermanos cristianos no católicos y de otras religiones por expresar mi opinión sincera sobre este tema.
Un buen cristiano es a su vez un buen ciudadano que nuestra nación reclama.
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