El Periódico de Panamá Revista de Análisis Político, Económico, Social y Cultural.
Narrativa corta y real.
Por Ramiro Guerra.
Diciembre de 2022.
Cuando llegamos a Chorrera, nunca nos imaginamos lo que la vida nos iba a deparar (Anselmo y Ramiro).
Nuestros padres y hermanos vivían en Matuna, la Chorrera, en un cuarto pequeñito. Imagínense éramos como doce personas.
Conseguir trabajo era difícil. Aunque no lo crean, uno de los hermanos más pequeño, Silvio, cuando salía de la escuela, buscaba su cajón de limpiar zapatos. Regresaba casi de noche; le entregaba a Esther, nuestra madre el producto de su trabajo. Esa noche, no fallaba el arroz a caballo.
Anselmo, a meses de haber llegado a la Chorrera, consiguió un trabajo de bombero de gasolina. Yo en la noche lo acompañaba. Nos metimos, no, el se metió en que lío. A la hora de rendir cuenta de la venta de combustible, siempre le tenía faltantes.
Lo anterior ocurrió, hasta que un día el dueño de la gasolinera interpuso en el DENI, la denuncia contra Anselmo por hurto. Lo cierto que trabajar sin comer era duro.
Todas las noches ocurría lo mismo, Anselmo me miraba, esperando el visto bueno, para disponer algo de dinero para comprar comida y de vez en cuando llevar a Matuna.
Un tal inspector Domínguez, que después se hizo representante de Corregimiento, persiguió a Anselmo por años. Poco faltó que colocara un cartel con la foto de Anselmo con la leyenda «se busca». Nunca supo, que la necesidad tiene cara de perro tinaquero.
Me cuenta Anselmo, ya hecho un profesional, que se encontró con Domínguez y en un arranque de valentía le dijo, aquí estoy, me andaba buscando? El detective lo miró y guardó silencio.
Los faltantes diarios coincidían con el precio de la comida que yo, como buen mandatario, compraba en un restaurante que quedaba al otro lado de la calle, frente a la gasolinera.
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