Narrativa corta.
Autor: Ramiro Guerra M.
Nacimos y nos criamos en Puerto Armuelles, barrio de Silver City, éste era un poblado de obreros de la compañía bananera. Viviendas tipo barracones, donde convivimos núcleos de familia. Servicios y baños compartidos.
La inocencia de los niños, en medio de carencia, pero éramos muy felices.
La presencia antillana en el barrio, era numerosa.
En ese ambiente crecimos y nos hicimos de amigos inolvidables. En la barraca donde vivía, dos señoras de edad madura; provenientes de Jamaica. Me trataban como un miembro de su familia, sobre todo la señora Miss Conver.
Todo los muebles del cuarto donde ella vivía, eran de caoba fina y mimbre.
En las noches, tenía por costumbre, sacar una silla mecedora y desde el balcón, observar como languidecía al tono de alguna canción religiosa en el idioma inglés. Me encantaba escucharla. Era su forma de terminar el día.
En varias ocasiones, al abandonar el balcón, se le veía contrariada.
Una vez le pregunté; qué le ocurría y me dijo, hijo, mañana tal vez algunos de los que vivimos en este barracón, nos deje.
Me contó, que su abuela, siendo niña, le narró la leyenda de la lechuza, que al oír su agorero es signo de tristeza, siendo una ave de muchas calamidades.
Cuando este pájaro, en la oscuridad de la noche, emite su cantar y pasa frente a uno, eso es presagio de que alguien morirá.
Doña Miss Conver, tuvo razón. Al día siguiente, uno de mis amiguitos, que lo llamábamos Piñango, murió ahogado en la playa que teníamos de vecina.
Lo que nunca pude descifrar, fue la presencia de una lechuza, que cerrando el ciclo de la tarde, llegaba y acantonaba en la cúspide de una altísima palma de coco.
Durante la noche, emitía un sonido raro, el ave de mal agüero, que daba mucho temor. En el barrio, nadie osó meterse con ella.
Tempranamente levantaba vuelo y volvía cuando la noche se abría paso.
Solía decir Miss Conver, Ave María Purísima, libranos de ese mal.
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