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Perspectiva De Una Generación

Ornel Urriola Marcucci [1]

 

El café de la Universidad semeja una colmena de bocas que ríen, hablan, comentan y discuten. A las 7:15 de la noche, la efervescencia brota de los salones, pasillos y escaleras, desemboca y se funde en la fresca algarabía de la muchachada que fuma, se enamora y discute, se analiza, toma café y toma conciencia de sí misma, y comienza la ardua tarea de proyectarse en el amplio panorama de la historia.

Ninguno tiene trazas de héroe o prospecto de estatua. Todos son hombres. Muchos tienen hambre. Otros, tienen el bolsillo roto. Pareciera que quisiera desprenderse, anularse, sumirse en un olvido confundido. Pero no es así. Todos están comprometidos. Obedecen a su destino histórico.

Por eso, muchachas –aun siendo coquetas– y muchachos –aún pedantes y necios– son heroínas y héroes anónimos. Sufren la traición del viejo mundo que nos deja, mientras ellos se mueren gota a gota en la construcción de uno nuevo. Los muchachos de la Universidad son dignos de admirar, aún con todo su lastre de prejuicios no superados.

Creo que toda la piedra del mundo no bastará para hacerle un monumento a los héroes de esta generación. Y es preferible. El hombre es como el tomate, se pudre, apenas se humedece con el rocío de la gloria. Además, nuestra generación no tiene madera de «grandes hombres», aquellos que se refugiaron en el bronce y en la piedra, los que se volvieron estatuas: por terror a que su recuerdo triste fuese devorado por los gusanos. Esos, en vida, eludieron el compromiso que tenían de reventar por el hoy. Esos en la muerte eludieron el polvo del olvido, las mordidas de la tierra, eludieron el infierno de los huesos blancos y se volvieron piedra, y se llamaron estatuas, y se fueron en noches tenebrosas a los parques, y se clavaron burlones, impasibles a la miseria y al dolor que nos legaron.

¡No!… nuestros héroes no son como los grandes hombres. Su huella no quedará en los parques. Quedará en cada paso, en cada perfil soleado de nuestro nuevo mundo.

Sin embargo, esta generación está perdida. Se debate, se agita, se gasta en estériles esfuerzos. Y es que hace tiempo no se fabrican buenas brújulas. Nuestras brújulas son demasiado susceptibles, demasiado vulnerables al magnetismo de los grandes intereses, de los capitales, de las prebendas. Nuestras brújulas merecen ser rectificadas. Nuestros maestros merecen el mutismo y la inmovilidad de las estatuas.

Es verdaderamente infame la forma en que se condena a esta generación. Lo más noble, lo más grande, lo más bello, lo más inmoral de la humanidad concentrada durante siglos y siglos, para hoy dar esta flor. Esta generación en flor, digna de pasarela triunfante por el cosmos en un cohete inmenso. Pero, los hombres que dirigen, los omnímodos como buenos fariseos, la crucifican y la echan a rodar a tropezones por el mundo.

Uno se decepciona. Pierde entonces, todo el amargo encanto de haber nacido. Pero está bien. Después de todo asistir a nuestra propia crucifixión, recoger puño a puño la propia sangre derramada y lanzársela a las caras, es ya el preludio de nuestra heroicidad. Todavía se necesita mucha sangre y nosotros no somos egoístas. Todavía no es la hora del cambio de tramoya. Se necesitan días aún para que la farsa llegue a su final canalla.

Para que empiece el verdadero, el genuino, el auténtico drama profundo y humano. Y mientras tanto, esta generación debe empujar y empujar más. Muchas veces en las horas aciagas de la vida, es dable escuchar a los jóvenes; pero aún falta. Es necesario reventar.

Ornel Urriola Marcucci fue líder estudiantil, profesor, escritor, historiador y un gran patriota hasta el último día de su vida.

[1] Ornel Urriola (1936-2019) Este texto fue publicado por primera vez en 1961 en Columna Literaria.

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