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MI PRIMER ACTO REVOLUCIONARIO.

Homenaje en el 84 Aniversario de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena. (1938-2022)

Por: Rafael Murgas Torrazza.

 

Cuando tuve que descender de las tierras de Tolé, en el oriente chiricano, por haber culminado mis estudios primarios, aterricé en la Normal de Santiago, cuando el plantel educativo iba rumbo a su tercera década como único centro educativo entregado a la formación de maestros para diseminarlos a la largo y ancho del país.

Antes que el suscrito, ya habían pasado por esas aulas Rolando, Rodolfo y Ana Isabel, con todas las cualidades y aportes que dieron presencia y lustre a los apellidos Murgas Torrazza. Con estos antecedentes, que cito sin ningún rubro de modestia, asumí, sin pensarlo seriamente, el reto, el peso y el significado que implicaba andar por los caminos que mis hermanos habían marcado.

  El líder histórico veragüense Polidoro Pinzón, es escoltado por los hermanos Rolando y Rodolfo Murgas Torrazza. Santiago.1959

En una ocasión memorable compareció a la Escuela “Juan Demóstenes Arosemena” el ministro de Educación de la época, Manuel Solís Palma, a fin de atender, de primera mano, las olas expansivas de rebeldía que eran frecuentes en la Normal ligadas o coincidentes, además, con las agitaciones populares que se desarrollaban en el poblado.

Un lustro antes de la publicitada visita del jerarca de la educación nacional, la directora Berta Arango, en contubernio con el ministro Carlos Sucre Calvo, se unieron en la oscuridad de la noche para logar la expulsión de varios estudiantes “no deseables” para al régimen del momento entre los cuales estuvo Fulo Murgas, que ya tenía fama y gloria por su conocida participación en el levantamiento de la muchachada en el Tute. Recuerdo que en mi familia el impacto de esa decisión abrupta truncó las esperanzas que se tenían depositadas en el futuro académico de Fulo, quien ya se había ganado una beca como estudiante primer puesto de honor. La beca, de la cual fue despojado. era un oasis en el mar de privaciones que nos acosaba en esos años.

La reunión del ministro Solís Palma estaba preparada con la solemnidad correspondiente y el salón destinado para escucharlo estaba abarrotado de profesores, maestros, estudiantes y autoridades locales. En el fondo de la audiencia se levantó de manera inesperada una cartulina blanca, suficientemente grande, y con letras legibles a distancia que indicaban en rojo: “HECHOS. NO PALABRAS”.

El ministro, que de tonto no tenía un pelo, entendió el mensaje, cambió de raíz el encargo que tenía diseñado para trasmitir, y sus características faciales lo transformaron en segundos. Cundió el desconcierto y el desorden fue inevitable controlarlo entre tanto público. El ministro vociferaba que no se le podía irrespetar de esa manera, y sin que se le hubiera permitido pronunciar sus palabras iniciales de saludos y requirió, con urgencia militar, que se le rindiera parte del autor o autores de semejante atrevimiento.

Tan rápido como apareció, la pancarta desapareció de la vista de todos tras lo cual empezó la desaforada búsqueda de los muchachos que habían dañado la visita del ilustre miembro del Consejo de Gabinete.

Ante el desorden fui el último en enterarme que yo era el autor improvisado de haber levantado la pancarta que había “ofendido” a su señoría. Y menos recuerdo ahora cómo fue que me desprendí del “cuerpo del delito”.

Al rato aparecí levantado por encima de las cabezas de mis compañeros de escuela, caminando sobre una corriente humana que me vitoreaba por los pasillos como el héroe del día. Fue tan espontánea la reacción de los estudiantes que el ministro “ofendido” busco refugio, disimulo su disgusto y no quiso provocar mayores males renunciando a vengarse en contra del autor de la pancarta.

Cuando las aguas empezaron a tranquilizarse en la Normal, pude confirmar que Herbert Austin Nelson fue quien puso en mis manos la pancarta de “HECHOS. NO PALABRAS”, sin que hubiera existido concierto previo para eso. Y viniendo de Austin Nelson las cosas eran serias porque él se había ganado dos órdenes de expulsión y varias advertencias.

Aunque no pienso que exagero, aquel incidente impensado, ligado a la trayectoria de un auténtico contestatario como lo fue, sin duda, Herbert Austin Nelson, tuvo su impacto y marca en la trayectoria y contenido de la vida a la que me dedicado hasta el día de hoy.

No he dejado de levantar pancartas sin medir el agrado o desagrado del personaje en turno. Sólo basta que el mensaje sea cierto.

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