Héctor Aquiles González
educador Y Escritor
Esta bendita tierra siempre ha sido objeto de codicia. Fue la sed aurífera de los españoles la que clavó su garra siniestra en el istmo vaciándola toda. Oro, plata, joyas y cobre junto con otras riquezas que venían del Perú pasaron por aquí desde Panamá La Vieja hasta Portobelo, por los caminos del Chagres y de Cruces, con los negros cimarrones e indios, transportándolas a lomo de mulas, en agotadoras jornadas con el inclemente sol flagelando sus espaldas.
Después piratas, contrabandistas, filibusteros y corsarios (éstos últimos con permiso especial de su soberano) aparecieron por las costas de Panamá sembrando el terror. La llamada patente de corso desangró nuestras arcas vaciándolas todas en las infames manos de Drake, Morgan, Vernon y tantos otros que vieron en la cintura de América cuantiosos tesoros que robar para saciar su vanidad.
Al sol de hoy poco o nada ha cambiado. Ahora lo piratas modernos se escudan tras el poder moviendo sus hilos repartiendo canonjías aquí y allá, serpientes luminosas en una gran opacidad para pasar desapercibidos y que el largo brazo de la ley no los toque. Sin embargo ya los detectó. Todo el mundo sabe quiénes son y el pueblo les pasará factura en mayo de 2024.
Y las modernas patentes de corso (permisos, concesiones, decretos, decretos-ley, contrato, contrato-ley o como quiera llamárseles) se siguen emitiendo por parte de los gobiernos hacia las grandes transnacionales para explotar los recursos naturales en una minería exigua, que solo paga migajas al Estado, y por el contrario, socavan nuestros suelos con tóxicos, contaminando el medio ambiente, los ríos y la flora y fauna de nuestro territorio.
El pueblo despertó después de un largo sueño con vendas en los ojos que no dejaba ver la realidad de lo que estaba sucediendo soplándole en la nuca, y hoy ha salido a la calle a protestar como nunca en la historia de este país se había visto, con una bandera en la mano y una plegaria en los labios rezando por la patria herida. No importa si es de día o de noche, si es en la tierra o en el mar (como la gente de Donoso, en Colón), si es en la capital o en provincia, si es en el parque o en la casa de algún diputado… Lo que importa es hacerse sentir y decir a la minería que NO.
Ya basta. No, no y no. Mil veces no. La tierra canalera se estremece hasta sus cimientos…Somos más panameños que nunca: HOY, MAÑANA Y SIEMPRE.
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