Por: José Dídimo Escobar Samaniego
El gran escritor colombiano y universal, Gabriel García Márquez, publicó hace 41 años atrás, una novela que representó un acercamiento entre lo periodístico y lo narrativo, y una aproximación a la novela policíaca y que tuvo un éxito inusitado, que se intituló “Crónica de una muerte anunciada”.
Hay muertes súbitas, intempestivas, repentinas, violentas, programadas y las hay por causa natural en donde pesa en muchos casos la degeneración y enfermedades propias del desgaste y la vejez.
Estamos los panameños, en un camino de muerte de un sistema político y social que también por causa de una artrosis que le acompañó penosamente, todo su periodo y que signó una ineptitud proverbial y de cualidades históricas, nos ha sometido por más de treinta años, a una desigualdad impresentable, a un endeudamiento inimaginable y a una violencia creciente como resultado de la falta de justicia.
Agoniza un sistema que, no sólo, no tuvo objetivos claros, por lo que anduvimos como arrieras sin pestañas, sino que nos endeudó hasta la coronilla y marcaron unas décadas de privatización que, significó entregarle a privados escogidos, lo que era la riqueza de todos, de coimas y atracos públicos y en el señorío señero de la más grande corrupción que conoce nuestra historia, en donde el latrocinio adquirió la más alta majestad y la genuflexión se encumbró a nivel de virtud y la justicia fue la gran ausente y por tanto no tuvimos paz como ya lo hemos reseñado.
Generalmente, ante alguien que agoniza, se manifiesta solidaridad y tristeza, empero en este caso, el pueblo panameño expresa una alegría insondable, porque sin violencia, esperamos las horas y los minutos para que expire este triste y trágico tiempo, en donde hemos sido deshonrados y quienes debieron servirnos, no hicieron otra cosa que servirse, enriquecerse y protegerse ellos, dejándonos en el desamparo y sólo Dios nos ha protegido.
Lo que ha de venir, será, si el pueblo se organiza, la apertura de las alamedas por donde discurra la libertad y la justicia, esa que hemos esperado por tanto tiempo pero que había sido extraviada deliberadamente por los perversos, hasta ahora.
¡Por un país decente y una patria para todos!
¡Así de sencilla es la cosa!
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