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Candidez.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

 

Era una joven hermosa, tenía 16 años, pero desconocía al mundo y decidió ingenuamente, sin avisarle a sus padres, ni a sus hermanos, ir a la ciudad a conocer y pensaba regresar antes del anochecer.

Y se arregló y salió sin que lo notase nadie, para que no se lo impidieran, pues veía que sus hermanos contaban hazañas de sus visitas cotidianas a la ciudad y ella ni siquiera la conocía, a pesar de su proximidad.

Y caminó un par de horas y llegó a la ciudad y vio a tanta gente junta, el bullicio del mercado de animales, y la venta de ropas, y miró por primera vez, a jóvenes muy apuestos que la miraban y descubrían en ella, una belleza incomparable y grande, del tamaño de su ingenuidad.

Hubo uno que le peló el ojo, y como audaz cazador al acecho, verificó que nadie la acompañaba, y le preguntó cómo se llamaba y de dónde era, de qué familia y si alguien había venido con ella. Ella en su inocencia contestaba todo lo que le preguntaba porque no tenía malicia. El joven que se ofreció como su guía, la invitó a una bebida y luego la invita a su casa y ella, confiadamente aceptó. Cuando entró en el aposento del joven, éste, poseído por la lujuria, se desvistió y ella se asustó, porque nunca había visto, ni siquiera a sus hermanos desnudos completamente. Buscó la manera de salir, pero la puerta tenía una aldaba difícil de remover.

El joven le dijo que, no se preocupara que él no le haría nada malo. Su corazón latía como un pajarito asustado porque lo acaban de atrapar. Ahora se daba cuenta de que estaba en juego su condición de doncella, porque él la empezó a besar, y en cierto modo le gustaba, pero le aterraba convertirse en mujer sin casarse, porque cómo podría explicarlo a sus padres y hermanos.

Sin poder escapar e inmóvil por el miedo, empezó a llorar, pero eso no contuvo al joven, que empezó a desvestirla, y cuando le iba quintando cada prenda, se sorprendía de tanta belleza física que lo excitaba. Y ocurrió lo inevitable, porque entre el sollozo, y aunque ella le pidió por favor que no lo hiciera, que aguardara otro día, que ella nunca había tenido un novio, que ella algún día esperaba casarse y aún ya cerca de la tarde, el joven convirtió la doncella en mujer.

Ella, desconsolada, adolorida y sangrando, pedía irse, por favor. Y ya rayando la noche, la acompaño hasta cerca de la casa de la niña, a la que ahora regresó desilusionada, habiendo perdido su virtud, su honor, convertida en mujer, con sus sueños de amor destrozados y una gran vergüenza, cómo hablarle a sus padres y hermanos de lo que, su simple deseo por conocer la ciudad le ocasionó. No podía hablar, solo lloraba, y todos le preguntaban que, dónde había estado todo el día, pues la habían buscado y no la encontraban, pero su llanto estalló y al final dijo entre sollozos lo que le había ocurrido.

Sus hermanos varones, se levantaron muy temprano y localizaron al joven y vengaron el honor de su hermana.

Todos nosotros tenemos algo de candidez, nuestro pueblo es ingenuo y no pocas veces algunos perversos, han abusado de nuestra condición, pero, a diferencia de la historia de la doncella, ahora mujer, no tenemos a una juventud que, por amar al pueblo, esté dispuesta a limpiar el honor perdido, porque escasea el Honor y el Decoro y muchas veces la virtud no se tiene como una piedra preciosa que hemos de llevar en la aljaba de nuestro discurrir.

Afortunadamente, nuestra venganza pertenece a nuestro Señor Jesucristo. Él hará justicia y dará a cada cual según sus obras y nunca tendrá por inocente al culpable, ni nadie de los que le ha hecho mal al pueblo, podrá sobornarlo. Él, no es como nuestro sistema judicial, que es semejante a un trapo de inmundicia.

¡Así de sencilla es la cosa!

Como homenaje póstumo a José Manuel Araúz, estudiante del Artes y Oficios Melchor Lasso De La Vega, quien ofrendó su inocencia ante el altar de la patria, un día como hoy, en el 1958, igual que 26 panameños más, durante la jornada de ese mayo que duró cuatro días, ante el instrumento represivo de la Oligarquía de ese entonces, que es la misma de hoy en día, solo que, modificada y aumentada en sus ambiciones, avaricia y la misma lujuria por el poder y destruir lo virtuoso. En aquel entonces, la crisis nacional se resolvió con la firma del “Pacto de la Colina” en que se resolvieron varios aspectos, entre ellos la autonomía universitaria. La Federación de Estudiantes de Panamá comandó el movimiento y la consigna fue, “Más escuelas y menos cuarteles”.

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