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Editorial

200 años de lucha

Hace doscientos años, nos zafamos de un yugo, pero nuestra pretensión y anhelo de libertad, se encontró con muchos escollos y no pocos obstáculos en el camino.

Distintas generaciones, cada una jalonó con su esfuerzo y sus sacrificios, la llama de la esperanza de una patria, nuestra casa, para que acogiera a los panameños, sin distingo, como sus hijos y pudiéramos disfrutar de libertad y dignidad.

La mitad de estos doscientos años, han sido luchas, agresiones, invasiones, intervenciones y también traiciones.

De democracia, hemos tenido el nombre, pero la hemos vivido solo de apariencia.

La corrupción ha contaminado todas nuestras instituciones y ha condenado a la pobreza y la miseria a cerca de la mitad de los panameños de hoy.

En estas circunstancias, se nos aparece traicioneramente, la pandemia que ha paralizado a nuestra sociedad y es así como recibimos este Bicentenario.

Ahora, en medio de este drama, nos toca convertir con la ayuda de nuestro Señor Jesucristo, la maldición en Bendición. Convertir la tragedia en oportunidad, poniendo entusiasmo en donde había desencanto y llenándonos de Fe, en donde había desaliento.

Tenemos los panameños, delante de nosotros, un momento especial, un escenario único; donde debemos definir en medio de la crisis más grande que conoce nuestra historia, si somos o sucumbimos.

Nos enfrentamos a un viento tórrido que quema las entrañas de la república. Ese cáncer infernal producido por la corrupción que ha pringado casi todo y a todos. Sus autores pretenden con sus viejos métodos del envilecimiento y la degradación, disminuir a la gente hasta convertirlas en objetos que se compran y se venden.

Panamá y el mundo están sumergidos en una profunda crisis en que la confusión nos quiere llevar a aceptar que, aún la degradación moral y la corrupción no son tan desagradables, ni nos perturban ni causan los efectos mortales en nuestra sociedad, como en efecto, lo hacen.

Atentamos contra nuestro entorno sin misericordia y habiéndolo hecho, ahora simultáneamente enfilamos la destrucción contra nosotros mismos, contra nuestra integridad, contra la reproducción, exacerbamos la violencia y las amenazas a la existencia humana, sea por el exterminio en un holocausto nuclear, o de a poco, destruyendo la familia y su natural desarrollo y, en fin, atentando contra nuestra existencia y dignidad humana.

En el encuentro de las civilizaciones occidental y oriental, gravitan fortalezas y profundas debilidades. Por un lado, la familia oriental se fortalece como el centro neurálgico de la reproducción de sus valores ancestrales y la nuestra, no obstante, está acusada de una debilidad extrema y de esfuerzos de sectores homicidas por rematarla finalmente. Allá la corrupción es un vicio execrable que se paga con la vida, acá por muy poco, nos la quieren imponer como si fuera una gran virtud.

Allá, tienen muy claro para dónde quieren ir, acá estamos inmersos en una gran confusión y queremos apagar apresuradamente la luz que nos puede alumbrar y catalogan de atraso a los que resistimos el discurso de la autodestrucción.

Decía el Profeta Isaías sobre estos tiempos: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” Isaías 5:20

Desde lo más profundo de nuestra alma, sin embargo, sacamos fuerzas para darle Gracias a Dios por este pedazo de tierra hermosa que nos regaló como patria y en la que, nos comprometemos a hacer todo lo que esté en nuestras manos, para hacerla una tierra bendecida para todos sus hijos y que más temprano que tarde, se respire aquí, aires de justicia, igualdad, dignidad y verdadera democracia. Esta es la tarea al llegar hoy a nuestros primeros 200 años.

¡Así de sencilla es la cosa!

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