Por: José Dídimo Escobar Samaniego
A mí me criaron mis padres bajo el principio de la austeridad y de que nos arropábamos hasta donde la manta alcanzaba. En consecuencia, no teníamos nada suntuoso, no desperdiciamos ni comida, ni dinero en lo que no era necesario y no le dábamos cabida a la vanidad, que hace que las personas presuman una condición que no tienen, ni pueden sostener.
Vivir aterrizados en el suelo es; lo que aconsejan las actuales circunstancias pandémicas y de una seria crisis económica sistémica que, venía desde hace rato limitando y disminuyendo paulatinamente el crecimiento económico y peor aun, diezmando el desarrollo económico, que son cosas muy distintas.
Durante 20 años, hubo crecimiento económico alto, pero eso no se reflejó en desarrollo humano. Después de la privatización de los servicios públicos y de la venta de las empresas públicas, la riqueza nacional se concentró en pocas manos y más de un millón y medio de panameño resultaron “promovidos” hacia una pobreza sempiterna, mientras que los beneficiados con el negocio de la privatización, se llevan millones y millones de ganancias, en donde solo invirtieron una guayaba, en lo que es un escape de divisas que, genera escasez de liquidez que, por supuesto, no es invertida en el desarrollo nacional.
El Estado era numeroso en su planilla, porque tenía recursos de dónde echar mano para financiarse. En ese entonces el Estado era motor de la economía. Solo el Instituto Nacional de Telecomunicaciones (Intel), además de generar 3,600 empleos directos, muy bien remunerados, impactaba, además, en cerca de 20 mil empleos indirectos y aportaba al Estado directamente 150 millones anuales. El IRHE representaba el doble de empleos, de impacto en la economía y de ingresos directos al Estado. Hoy, todos esos ingresos han ido a parar por 23 años a manos de privados que se han encontrado una mina de oro en los servicios públicos del pueblo panameño, que están encarecidos supremamente. Ahora el Estado, su tamaño financiero en planilla, es cuatro veces más grande que antes, sin que sus servicios sean más eficientes.
En el manejo de la cuestión económica del país, y en la elaboración de la Ley de presupuesto para el año fiscal 2022, que debe aprobarse el próximo mes de octubre, lo que se puede observar, sin ser experto, es una conducta de una incomprensión o desconocimiento deliberado de la situación, porque ese proyecto que está por convertirse en Ley de la República, no atiende el concepto de austeridad y en muchos casos, por el contrario, el aumento en la planilla y no precisamente para el área de salud, sino en servicios personales, es decir, contratos por servicios profesionales, alquileres y la satisfacción de las necesidades del clientelismo, son evidentes, como igualmente injustificables.
El presidente de la República ofreció hace un tiempo, una suma de 500 millones de dólares para reactivar la pequeña empresa y al sector que produce alimentos, pero la materialización de ese compromiso, es decir, su ejecución, no llega ni siquiera al 60%, sin embargo, la asistencia prometida, que fue del doble, a la Banca privada, que no produce casi nada de ingresos al fisco, pero sí genera altas ganancias para el capital financiero privado, se ejecuta con toda eficiencia.
Hacernos “los chivos locos” y mantener gastos suntuosos, y como si nada extraordinario pasara en el país y en el mundo, es una actitud, más que irresponsable y peor aún, recurrir a pedir prestado para mantener hasta lujos, en medio de la pobreza y la pandemia manifiesta, es no tener ninguna consideración con las futuras generaciones que tendrán que asumir las consecuencias de la suprema irresponsabilidad presente.
Pedir prestado y llevar al país a una situación peligrosa de manejo de la deuda, equivale a hipotecar soberanía y la independencia del país. Es liquidar toda posibilidad de desarrollo y autonomía de las actuales y futuras generaciones. Hoy debemos más de treinta seis mil millones de dólares, y escuche al ministro del MEF decir que tienen previsto pedir prestado hasta la peligrosa suma de 50 mil millones en los próximos años.
Con cierto desparpajo, el actual ministro de economía, ha reconocido que; “No obstante, que lo que se ha hecho para 2020 y 2021, no se puede seguir repitiendo en los próximos años. Esto no es sostenible en el tiempo, no es sostenible ni para la calidad de las finanzas públicas, ni para el país», sin embargo, se aferra al endeudamiento externo, pero sin precisar que dichos recursos son para invertir en áreas de nuestra economía que generen un factor multiplicador, y no para mantener una alta planilla y lujos insostenibles en medio de la dramática situación del país, como realmente será.
Supuse que lejos de pedir prestado, habría un recorte de gastos, no solo en viáticos internacionales, que nos ajustaríamos las correas y hacemos que todas, sin excepción, asumamos la carga tributaria conforme a la capacidad de cada cual, principio fundamental de la justicia tributaria, pero parece que me equivoqué. Hay quienes prefieren arroparse con la manta de nuestros nietos y bisnietos, que cuando crezcan o nazcan, ya no tendrán un país libre, sino grilletes que les heredamos ahora, porque lejos de asumir una conducta responsable conforme al drama que nos ha tocado vivir, nos hemos dejado arrastrar por la decrepitud, por la corrupción y el hedonismo.
Que nuestro Dios Eterno y Misericordioso permita que abramos los ojos, y nos apartemos oportunamente del peligroso abismo en donde la ignorancia conveniente quiere que nos precipitemos.
¡Así de sencilla es la cosa!
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