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Una compañera inolvidable


Por: Pedro Luis Prados S.

En el año 1960, al calor de la lucha nacionalista retomada por la siembra de banderas de los años 1958 y 1959; del debate de ideas impuesto por mentes frescas contra los remanentes fascistas del remonato; la reconducción interpretativa del problema nacional, tomando como referentes la participación social frente al romanticismo decimonónico; la emergencia de un movimiento obrero que repuntaba en las bananeras y sacudía todo el país exigían una nueva forma de publicación testimonial, un instrumento de difusión con la calidad académica para sentar las pautas y la accesibilidad temática para elucidar los problemas nacionales. Así en octubre de 1960 ve luz pública la “Revista Tareas”.

El dilema nacional confrontado durante medio siglo, en que la pregunta que dio título al ensayo de Eusebio A. Morales, “Somos una nación” todavía incomodaba a los intelectuales, a la prosapia de políticos oligárquicos y a entusiastas defensores de un patriotismo napoleónico. Era el escenario en que se llevaban a cabo los torneos de caballería de la intelectualidad panameña. Estéril e inconducente el problema de la legitimidad o ilegitimidad de la nación panameña era una forma de eludir los acuciantes problemas inmediatos de una sociedad marginada y expoliada en el marco de la confrontación económica mundial desatada por la posguerra. La necesidad de dar nuevos rumbos al esclarecimiento del pasado, para sentar las bases de una concepción de la nacionalidad fundada en las innovadoras exigencias metodológicas de las ciencias sociales era una tarea urgente que había que asumir como compromiso y como tarea. De allí nace la Revista Tareas.

Su fundador, el Dr. Ricaurte Soler, en el editorial del primer número señala “es una publicación que expresa una realidad y una aspiración: la realidad de un grupo de intelectuales …que interpreta que interpreta los problemas nacionales a través de coincidentes supuestos y categorías, y la aspiración a cancelar esos mismos problemas a través de un pensamiento que a la vez deriva hacia lo concreto”. Esta primera Tarea, con mayúscula, es la de concitar en un medio árido e indiferente, a aquellas mentes lúcidas dispuestas a comprometerse con las exigencias de una forma de pensamiento orientada a replantear sobre basamentos científicos la los graves problemas de una realidad social y política distorsionada y cambiante.

Si bien ese es el objetivo programático que Soler le atribuye a la publicación, hay de igual forma un objetivo operativo orientado a la sociedad. “Tareas conlleva una interpretación expresa… de la cultura, de la función social del pensamiento, de las tareas y responsabilidades del intelectual panameño. Se trata en primer plano de establecer un compromiso del pensamiento y con la sociedad, y de manera inversa con la misión social del pensamiento y de su emisor No se trata de un diletantismo recreativo y estéril, ni la consabida fórmula de “libertad de pensamiento” que el liberalismo había sacralizado durante la modernidad. Es la configuración de una forma de pensamiento en que esa libertad se funda con la liberación de los pueblos.

Tareas, como un parto no esperado, tampoco deseado por la intelectualidad conformista criolla, nace en medio de una efervescencia interna y un colapso sistémico externo. La luchas del movimiento estudiantil de mayo de 1958; las acciones por rescatar la soberanía en la Zona del Canal de 1958 y 1959; la huelga universitaria de Reforma Universitaria de 1962 y los trágicos acontecimientos de enero de 1964, enmarcan el gran colapso hemisférico que significó el triunfo de la Revolución Cubana en diciembre de 1958. La raigambre de esos hechos, la motivación íntima de los actores colectivos y la finalidad de los mismos no era materia hermenéutica de la filosofía de la historia de Thomas Carlyle ni de las evaluaciones sociológicas de Talcott Parsons, las exigencias estaban ancladas en la materialidad de la sociedad y en las contradicciones generadas.

Con cierta ilusión de joven entusiasta, Ricaurte Soler, en esos momentos nuestro profesor de Historia de las Ideas en América, nos hablaba de otras publicaciones que en esos tiempo servían de paradigma a la humilde publicación istmeña. Con entusiasmo nos habla de la “Revista Plural” dirigida por Octavio Paz y de “Cuadernos Americanos” dirigida por Jesús Silva Herzog, en México, de “Les temps moderns” dirigida por Jean-Paul Sartre y le “Le spirit” bajo la conducción de Emanuel Mounier. Tal vez Tareas no haya logrado el tiraje de esas publicaciones nacidas en tierras más fértiles, ni logrado la difusión internacional de las precitadas, ni el maestro Ricaurte Soler haya tenido el reconocimiento internacional de los precitados. Pero lo alcanzado por Tareas y por su creador, Ricaurte Soler, es un precedente harto significativo para una revista teórica en un medio estéril e indiferente.

Alcanzar sesenta años de publicación continua, con el esfuerzo sobrehumano para sufragar los costos y mantener la línea editorial es un mérito extraordinario que, para un país como éste, habla no solo de la tarea, sino también de los resultados. Durante seis décadas Tareas ha sido material de consulta, lectura obligada, motivos de controversia y conciencia de una intelectualidad que se debate entre la rebeldía y el conformismo.

Para aquellos que compartimos los momentos iniciales de la creación de Tareas y acompañamos a Ricaurte Soler en el difícil bregar de los primero años, que no podíamos dejar naufragar el proyecto y nos convertimos en un club de patrocinadores, los mismos que años después acompañamos al colega y amigo Marco Gandásegui en las mismas andanzas, cuando asumió la dirección de la publicación tras la desaparición del maestro, los sesenta años de Tareas es un acontecimiento especial que involucra a una deidad que motivó nuestros años de juventud, nos llevó a la reflexión en los años de madurez y en esta etapa de la vida nos conforta con esa expresión de Neruda: “Confieso que he vivido”.

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