Por: Enrique Avilés
Este es un hecho que se obvia en las escuelas e incluso en muchas universidades. El 58 fue un año clave para el estudiantado tanto en sus reclamos por soberanía sobre la Zona del Canal, como mejoras al sistema educativo. La respuesta de la oligarquía no se hizo esperar dejando como saldo la muerte del estudiante José Manuel Arauz, participante de las manifestaciones en la plaza Catedral.
El 21 de mayo el instituto nacional es sitiado y bajo órdenes del comandante Bolívar Vallarino, se abre fuego de francotiradores contra sus instalaciones. Al la mañana siguiente continúan las protestas y la sangre no se hace esperar en la escena. Niños, mujeres, estudiantes y obreros son masacrados a bala en los barrios de Santa Ana Chorrillo y Marañón. Aproximadamente 30 muertos y centenares de heridos lo que lleva al país al caos.
«La gestión de las autoridades universitarias, gremios sindicales y profesionales logran un acuerdo ante el conflicto nacional, se firma el Pacto de la Colina el 29 de mayo del 58. El Ejecutivo se compromete a darle prioridad a las demandas estudiantiles para solucionar el ‘caos educativo’ en respuesta a la democratización real de la educación nacional, indemnizar a los familiares de los caídos, liberar los detenidos, adecentar a la Guardia Nacional y eliminar su participación en los negociados denunciados por la opinión pública, remover periódicamente los mandos de esa institución y evitar su influencia en las elecciones a favor de determinados candidatos a presidente y diputados». La idea siempre fue clara: silenciar con muerte a una generación que le gritaba a los gringos que Panamá era soberana en la zona del Canal, de ello no cabe duda después de la operación siembra de banderas del 2 de mayo de 1958, había que hacerle el trabajo al imperio y acabar con todo vestigio nacionalista. Pero el corazón de un pueblo no se mata a balazos eso lo demuestran las masacres del 58 y el 64.
El autor es historiador profesional.
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