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Estado empleador y clientelismo.|


Por: Pedro Rivera

Al grano: Panamá es un Estado empleador, subsidiado, porque técnicamente genera más empleos que la empresa privada. El Estado empleador crea la clientela, es decir, el coto de caza que se disputan los partidos políticos de un país estructurado con apego a la muy sui generis de economía terciaria transitista, históricamente configurada, la que, por tal razón, penetra el tejido psicológico, social y cultural [psicosociocultural] de la nación panameña, dando lugar a la corrupción generalizada, de amplio espectro.

Una de las particularidades del idioma, del idioma español en particular, es la falta de flexibilidad para ayudar a pensar científicamente. Pasa con el término “clientelismo”. Al carecer de conceptos precisos para ubicarlo como como condición, no como causa de procesos más complejos, los analistas se ven obligados a encajonar su discurso en la información sensorial emocional, ética e ideológica, concomitante con las “categorías gobiernismo y antigobiernista. Fijan su atención en lo visible, en la opinión previamente manipulada por el establishment, en la doxa, en la opinión, como diría Parménides. Lo que está bien, pero no suficiente.

De esta manera, el clientelismo, que no debiera percibirse como causa sino como consecuencia de una estructura socioeconómica, se trivializa, dramatiza y politiza, tanto en círculos científicos como en los medios de comunicación y redes sociales, cuando los argumentos se fundamentan en la percepción que, como toda percepción, navega en la superficie, no en el fondo, mucho menos en el trasfondo, donde debe pesquisar el ojo de la racionalidad.

No hay que conformarse con decir que Panamá está podrido en clientelismo. Eso salta a vista, es evidente, pero hay que decir por qué y cómo existe. No sucede porque gobierne una partida de sinvergüenzas, aunque de esos haya de sobra, o porque la población es oportunista e ignorante.
Todos deben o deberían saber que, para que algo suceda, incluso para sacarle provecho, deben alinearse un conjunto de factores que lo hagan posible. Tienen que estar creadas lo que se conoce como las “condiciones objetivas y subjetivas”.

Las condiciones, en este caso, a la que llamó “clienteralidad”, es la que se incuba para dar nacimiento al Estado clientelar, o Estado empleador, Estado subsidiado.

El estado de “clienteralidad”, padre y madre del clientelismo, más que problema ético, político electoral, producto de la sinvergüenzura, sin negar que lo sea, es un fenómeno sistémico, holístico, orgánico, como quiera que se diga, al parecer tan inasible que ni las mentes más lúcidas del país le dan pie con bola en el intento por desentrañar sus raíces.

Al examinar las condiciones “clientelares”, generadoras de clientelismos, populismos y otras conductas consideradas aberraciones dentro de la logicidad humana, en primer lugar habría que precisar el carácter y desarrollo de las fuerzas y relaciones de producción, así como la evolución de sus fundamentos, siendo Panamá, en este caso, un país que se configuró, psicosociocultural mente, paso a paso, desde los días de Vasco Núñez y Pedrarias para acá, en una muy sui géneris economía terciaria comercial transitista, caso único en la región, determinada por su disminuida población y manifiesta posición geográfica.

El modelo económico establecido en el país transitista, hegemónico y excluyente, no genera empleos en la magnitud requerida por su creciente demanda. Eso debe estar claro. Es un modelo del tipo “mono productor”, asentado en un casi solo recurso que garantiza, sin duda, crecimiento económico, sí, pero no desarrollo humano.

Es un sistema que cumple con los mandamientos de la condición humana en los procesos de capitalización, sistema que exacerba el reparto desigual de la riqueza, es decir, generador de pobreza y pobreza extrema.

Lo cierto, cierto, es que esa variable del capitalismo mulato que introdujera la hegemo-nía transitista panameña a lo largo de la historia, con base en el comercio legal e ilegal, la venta de servicios, del “compro y vendo”, del “voy de paso”, del “dónde está lo mío”, de contrabando y lavanderías institucionalizados, envuelta en las telarañas geopolíticas deseadas y no deseadas, en las garras de las agencias financieras internacionales, no pudo, por las causas señaladas, las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para desarrollar el sector primario de la economía y, por tanto, generar empleos de calidad y en cantidad según mandata teóricamente el liberalismo clásico.

Esta poliomielitis estructural, determinada por el precario desarrollo de las fuerzas productivas locales, dependientes de las líneas trazadas por la hegemonía-Centro, por su incapacidad de generar empleos de calidad y dinamizar la economía, indujo a las hegemonías transitistas a crear el susodicho Estado empleador, cuyo propósito derivó en la costumbre de poner plata en el bolsillo de la clientela consumidora, pero no en la línea productiva sino en la línea del subsidio, lo que significa engrosar la planilla esta-tal, sustraída institucionalmente de las recaudaciones tributarias y de los empréstitos acordados con las agencias internacionales.

Los salarios tipo subsidio del Estado empleador, en tanto valor agregado o daño colateral, activa el mercado y garantiza la supervivencia de la empresa privada.

Por eso, parecen chistes de Bonco Quiñongo las críticas al clientelismo vociferar por empresarios, políticos y algunos cientistas sociales, siendo ellos mismos sus creadores, beneficiarios y justificadores, prescindiendo de los factores reales que intervienen en su gestación.

En un Estado clientelar, como el descrito, no se afincan las ideologías sino los intereses. Los programas de gobierno en la realidad no son otra cosa que ejercicios literarios. Los políticos que disputan el poder mercadean los sueños y las promesas de bonanzas, que las hay, pero no para distribuirlas equitativamente…
En Panamá este modelo clientelismo económico político es fácilmente mensurable, incluso, puede calcularse estadísticamente con lápiz y papel, o con una calculadora si se tiene a mano.

De manera que, si especuláramos que en Panamá hubiesen 250 o 300,000 familias de dos o tres miembros cada una, cuya subsistencia dependiera del empleo de un funcionario público, se tendría una idea más clara del tamaño potencial clientela política, consumista y electoralista de Panamá.
Pero lo cierto es que en Panamá el 33% de la población electoral panameña [más o menos de 1 millón de ciudadanos está inscrito en partidos. En comparación, con Chile, por ejemplo, que solo el 2 y medio ciento lo está.

Sólo el PRD de Panamá tiene más o menos 600,000 miembros, incluyendo a los que ni de a vaina lo votarían. Una familia de dos miembros de ese partido, sin tomar en cuen-ta hijos, otra parentela y amigos, superaría por calle el millón de su previsible “clientela”. Vale agregar que la membresía total de todos los partidos políticos de Chile no suma oficialmente esa cantidad de adherentes del PRD panameño.
A esa masa clientelar panameña tendrían que agregarse los trabajadores canaleros, los tradicionales cacicazgos pueblerinos de origen medieval, y también empresarios cabilderos de todos los rangos y calañas.

Una investigación a fondo de esta estructura podría ayudar a la crítica a entender por-que es tan alto porcentaje de ciudadanos panameños que acude a las urnas a escoger a sus gobernantes cada 5 años. ¿Cómo no hacerlo si es la vía más expedita para obtener o retener una plaza de trabajo y darles de comer a sus familias?

No me atrevo a imaginar lo que ocurriría si este modelo de subsistencia masiva despa-reciera de un día para otro, si antes la sociedad panameña no fuese sometida a un proceso de cambios estructurales psico socioeconómicos, creador de nuevas fuentes generadoras de empleo.
Por supuesto, en un escenario como este, la corrupción le es consustancial, a tal grado lo es que hasta el botellismo y escalamiento salarial se han institucionalizado. Eso significa que mientras el Estado sea una de las fuentes más generadora de empleos, sino la más, ni la clientela ridad ni el clientelismo desaparecerán del mapa político panameño con facilidad, aunque cambien las relaciones de producción, toda vez que está codificado culturalmente.

Algo que ayudaría a entender por qué los países menos clientelistas, y sobre todo en aquellos donde existen partidos ideológicos [no los del tipo “que hay pa’ mí”], la abstención electoral tienda a ser muy alta. ¿Será porque no necesitan buscar, con el mismo afán de acá, plazas de trabajo en los vericuetos de la burocracia estatal? Vaya uno a saber.

Dejo preguntas en el aire. ¿A qué creen que se debe la ampliación a los bolsones de miseria periférica metropolitana marginal, con sus secuelas de violencia y criminalidad? ¿A qué creen qué se debe la precariedad agro industrial de Panamá, un modelo psico-socioeconómico incapacitado para crear soberanía alimentaria, ¿A qué creen que se debe la exclusión al desarrollo de las comarcas, atrapadas hace más de 500 años en el callejón sin salida en crónicas de despojos anunciados?

La respuesta tiene que considerar necesariamente, entre otros factores, la prevalencia del modelo económico transitista, capaz de crear riqueza, de concentrarla en pocas manos y de carecer de vías para distribuirla a través de empleos estructurado. El subsidio salarial estatal, clientelismo estatizado, llena parte de ese vacío.

La conclusión es que, para acabar con el clientelismo lo primero que hay que hacer es acabar con el Estado empleador y dar el salto a las formas primarias de la Economía. Cojan ese trompo en la uña. “Y que nadie llore como decía Domplín” PRO

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