Por Enrique Avilés.
Desde muy joven mi primera aproximación a la historia que logró un interés real por la misma se fue por la ventana del colegio y encontró la fascinación en los museos. El museo era el boleto que hacía volar la imaginación para entrar en contacto con hechos, personajes y procesos históricos, en otras palabras, terminaba de validar o hacerme palpar de manera más cercana mi realidad, asumirla y empoderarme en identidad.
Sin lugar a duda, el museo marcó mi deseo de ser historiador y acentuó esa necesidad de comprensión yendo más allá de lo formal; sin embargo, luego de haberme profesionalizado en Historia, y haber laborado para museos y archivos históricos, comprendí que mi suerte había sido benevolente al permitirme dicha labor, pues esa suerte no era la misma de la gran mayoría de los historiadores. Igualmente, comprendí que la dinámica de nuestros museos, sin generalizar, no se corresponde con las exigencias de la ciudadanía en lo referente al reconocimiento de su papel social en la construcción de la memoria e identidad histórica.
Esta falencia en nuestros museos surge, en mi humilde opinión, de la marcada falta de enlace entre investigación histórica, enseñanza histórica y museos. Y es que en nuestro medio los historiadores en su gran mayoría no han desarrollado labores de gestores de museos, limitándose a la enseñanza de la historia y ser simples visitantes de estos, donde en la mayoría de los casos no tienen ni idea de la narrativa que propiamente debe incluir el museo o definirlo en su entrega y objetivos, dado que sea antropológico, arqueológico o histórico. En el caso panameño el modelo de mezclar todo en una sola presentación es y ha sido lo usual, mostrando un desgaste que, acompañado del abandono institucional y poca capacidad de proyección respecto a historia de las comunidades, los ha sumido en el desinterés público. Y es que fuera de los hallazgos arqueológicos o antropológicos, poca ha sido la narrativa de nuestros museos por historia, sobre todo historia de proyección social o comunitaria.
Mientras que el mundo museístico reclama como puntales de inclusión esa historia, en Panamá pareciera que la frase del himno nacional de “es preciso cubrir con un velo” insiste en prevalecer en la temática. Nuestros museos regionales no cuentan la historia de sus comunidades, pero los historiadores si investigan esa historia. La validez de mi afirmación se hace notar de inmediato al revisar las investigaciones de historia en los centros regionales de la Universidad de Panamá y hacer la misma revisión respecto a las exhibiciones de los museos de esas regiones.
En los museos de historia de primer orden mundial, la primacía de la entrega al público va más allá de la experiencia estética del visitante, al incluir la reproducción de un discurso de nación, región o comunidad, que indiscutiblemente debe corresponderse con objetivos de reconocimiento social, étnico y porqué no, también político. En este sentido la orientación museológica y museográfica al ejercicio del historiador no debe estar ausente, haciendo de cualquier exhibición un logro multidisciplinar.
La curaduría de un profesional de la historia en un museo de historia y además, permite estrechar lazos entre la conservación de la memoria, investigación y educación, lo que abre paso a un mayor reconocimiento ciudadano que valore las diversas participaciones en la construcción de la identidad nacional y, por ende, de diálogos incluyentes; sin embargo, ese modelo óptimo no se ha dado en Panamá, excluyendo de los museos a los historiadores, sus investigaciones y su enseñanza, para dar paso al continuismo de modelos museísticos que ya cumplieron su función hace cincuenta años atrás y que actualmente resultan excluyentes tanto con el historiador como con la comunidad, en múltiples matices sociales, étnicos y políticos, lo que termina haciendo invisible a la diversidad ciudadana en su reflejo con esas instituciones, pues si el ciudadano se reconoce en los museos en lo antropológico y arqueológico, no se ve en su cosmovisión, en sus historias muy particulares, en su contribuciones únicas para forjar la nación, en su memoria e identidad.
Es preciso que los museos marquen una ruta real, particularmente los museos de historia, que fortalezca a la ciudadanía en su diversidad e inclusión, evitando continuar con museos que no cuentan la historia particular de todos y cada uno de los panameños desde Punta Burica a Cabo Tiburón. De no hacer lo anterior, por falta de voluntad o interés, el daño por exclusión seguirá ensanchando la brecha entre ciudadanos visibles e invisibles, cuando la realidad mundial reclama que todos seamos visibles.
El autor es docente de la Universidad de Panamá.
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