Cuento corto.
Ramiro Guerra.
Largo había sido el camino, pero estaba convencida que no podía regresar.
Volver, para ella, era como retroceder a la infancia, donde la vida siempre fue de lo más miserable.
Su pueblo tenía fama de gente atracadora, violadores y donde la autoridad existía a base de favores de estos mal habidos.
Se encontraba en la entrada del puente, sobre un rio, que se había tragado a cientos de vidas humanas. Le llamaban el puente de la maldición. Intentó mirar hacia atrás y no lo hizo; solo pensar volver y como la tratarían esos desalmados.
Ella, una joven adolescente que no pocas veces, sintió las arteras miradas de muchos de esos hombres, que al pasar cerca de ella, se sentía desnuda y violada.
Le tomó la palabra a su abuela, era huérfana, que le dijo, huya hija de este pueblo maldito, habitado por cerdos de dos patas.
Tenía que cruzar el puente; estaba segura que le esperaba algo mejor. Tuvo miedo. Pero no se detuvo. Estaba segura que lo desconocido, no podía ser peor con lo que dejaba atrás.
Finalmente lo hizo. No se le pasó por su mente, que iba a ser recibida por un torbellino de mariposas multicolores, palomas blancas y un séquito de duendes que le señalaron el nuevo camino por andar. Siguió adelante y lo sigue haciendo, aunque han pasado décadas, desde que partió de aquel pueblo miserable.
De tanto andar, no se dió cuenta que su piel se había arrugado. No le importaba, lo que llamaba desconocido, era su propia existencia; jamás se cansó de vivir y luchar. Se sintió complacida.
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