Por: Jaime Johnson,
ingeniero y profesional panameño.
El interminable despliegue de pseudo conciertos debiera ser objeto de regulación por nuestras autoridades.En ellos se promueve a los cuatro vientos una forma de vida cargada del veneno de alienados, perturbados y enloquecidos, inventados artistas, amparados por poderosas empresas promotoras y la ingeniería lingüística que no apela a la razón sino a los bajos instintos, debe terminar.
Su mercado es la juventud. El rumbo que lleva buena parte de nuestra juventud semeja un caballo desbocado corriendo por potrero ajeno, rompiendo y llevándose las cercas enredadas en el pecho. En su loca carrera el animal se hiere, se lastima, pero no se detiene pues es su instinto natural, quizás lo disfruta pues se siente libre, pero es una carrera al fracaso y una loca carrera que se paga con la muerte moral y ética y hasta con la vida misma.
Sino se le detiene y orienta, ésta juventud desbocada, correrá a plena libertad hasta flagelarse, su biología así se lo exige.
Creo que, en este mundo todos somos amigos y defensores de la libertad, pero no del libertinaje. La gran mayoría entendemos la libertad como una forma de vivir plenamente conforme a nuestras convicciones y deseos. Pero, así como el insondable universo, comprendemos que la libertad ha de tener algunos «hasta aquí» y estos lo marcan el derecho de los demás a gozar su propia libertad.
No podemos ni debemos realizar acciones que atenten contra el bienestar de los demás.
El mundo y nuestra sociedad de hoy tiene hambre de personas que finalmente abran el camino que permitan atajar a este alocado caballo que nos arrastra a la degradación y a la muerte.
Urge una firme mano colectiva que lo tome por la rienda, lo contenga, lo apacigüe y lo lleve a pastar a lugar seguro.