Por: José Dídimo Escobar Samaniego
Ni las teorías más majestuosas de Conspiración, podrían haber imaginado la situación en la que estamos y qué surgirá como consecuencia inevitable, después de la estela de muerte, la caída no solo de las bolsas de valores de todas las latitudes, sino, además, del campo arrasado por el ataque viral y la evidente incapacidad de nuestro sistema económico y social para lidiar con el presente desafío. Pero escrito está en la Biblia que: “Oirán de guerras y de amenazas de guerras, pero no se dejen llevar por el pánico. Es verdad, esas cosas deben suceder, pero el fin no vendrá inmediatamente después”. Mateo: 24:6 NTV
Si este ataque corresponde a una fría planificación de una guerra biológica, de eso no tenemos confirmación plena y concluyente, solo tenemos sospechas por el discurso que se emite y las acciones que lo convalidan, pero tampoco podemos descartar que no lo haya sido, porque hay evidencias y confesiones de la existencia de por lo menos 30 laboratorios prohibidos y clandestinos financiados por Washington en Ucrania, del que nadie sabía y mucho menos las investigaciones que desarrollaban. Lo que sí sabemos es que, tarde o temprano lo sabremos y además, después que pase todo este trance, el daño causado a millones de vidas humanas y a la economía mundial, nos obliga a replantear un nuevo modelo que, frente a una eventualidad similar, no tengamos que pagar el alto precio que ahora nos vemos urgidos y sin ninguna otra opción.
La guerra en Ucrania que trae aparejada también una catástrofe humana y económica, sin embargo es visibilizada ampliamente, mientras que en otras 14 regiones del mundo existe guerra con amplia destrucción material y de vidas humanas que el mundo o ignora o le hace que lo ignora, haciendo gala de una hipocresía gigantesca.
Los países con mayor economía, durante mucho tiempo, han asignado a la investigación técnico militar, al desarrollo de misiles hipersónicos, bombas, carros de combate, artillería diversa, rayos láser, aviones furtivos, drones de todas las clases, barcos de guerra, submarinos, y ahora nos enteramos que aunque está prohibido por convenios internacionales avalados por la ONU, también se desarrollan armas químicas y biológicas, en fin, toda clase de máquinas de guerra para exterminarnos muchas veces a toda la humanidad. Son muchos billones de dólares que se asignan para la muerte, y por la falta de un presupuesto para la salud y la educación adecuados, un minúsculo virus nos ha puesto en jaque y no tenemos la capacidad para poder enfrentar la letalidad de un minúsculo organismo, y la guerra real, llegada por razones de intereses económicos y la siembra d ela desconfianza y el control geopolítico que, nos ha venido a enseñar, lo vulnerable que somos los humanos y que todo ese dinero botado en armas, hoy no nos sirve de nada y nos advierte también que, solo la solidaridad humana y el restablecimiento del valor de la dignidad de todas las personas del mundo, pueden enfocar, no solo la salida de esta grave crisis que rebasa el comercio, la cultura, la fe y las ideologías, sino que este virus y la guerra han venido a enseñarnos que no podemos continuar viviendo subordinados a intereses oscuros movidos por la avaricia y la orfandad de la protección a la persona humana.
El hombre, como ser espiritual que es, no puede malgastar su existencia para acumular bienes que luego son destinados a prepararnos para nuestro propio exterminio. Esta crisis de la guerra y la pandemia, juntas, dejó en evidencia que: Hubo seres despreciables que, viendo el peligro de contaminarse, compraron lugares revestidos incluso contra cualquier ataque nuclear, olvidando que una vez arrasada la tierra por una guerra nuclear, la tierra tardaría mucho tiempo en regenerarse, porque todo estaría contaminado y se haría inhabitable, el hogar que nos regaló Dios. También surgieron hombres y mujeres, de corazón bueno que incluso, han muerto como mártires del amor hacia los demás hermanos, no importa de qué país o región geográfica sean, generando un hermoso y gratificante contraste.
Yo estoy convencido que Dios OMNIPOTENTE, ha permitido esta catástrofe, es decir, todo lo que está ocurriendo, para salvarnos de la carrera de armamentos estúpida y para que tengamos como bienes superiores; al Amor, y su expresión entre los humanos, la solidaridad y la fraternidad.
Todavía no sabemos cómo terminará la guerra, ni tampoco la pandemia, lo que sí podemos afirmar, como lo dice nuestro Señor que, todavía no es el fin. Por lo que nos toca perseverar y confrontar a los que, con voces agoreras, claman por el exterminio de la raza humana.
Lo que, además, queda muy claro es que; de este drama inmenso, saldrá el rayo de esperanza de un mundo nuevo, en donde, el ser humano tenga la capacidad de amar a Dios, a sus congéneres y a la naturaleza.
¡Así de sencilla es la cosa!
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