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Para La Historia:  Mi Polémica Con El Doctor Ricardo J. Alfaro   (primera Parte)

Julio Yao*

Del doctor Ricardo J. Alfaro tuve conocimiento en 1955 a través del profesor Tolentino Cantoral, quien, desde el Instituto Panamericano (IPA), nos introdujo a la historia de Panamá y a la obra de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones. Después de dos años como secretario bilingüe, me incorporé a la oficina de la IBM en la Zona del Canal en 1960.  Allí conocí a Lupita Alfaro, nieta del doctor Alfaro.  Era hija de don Rogelio Alfaro, Gerente de la IBM de Panamá, hijo a su vez del doctor Alfaro. Yo cursaba el último año del Instituto Nicolás Victoria Jaén, luego de pasar cinco años en  el IPA y dos años en el Instituto Moderno, que era la versión nocturna del Instituto Nacional.  Con dos bachilleratos bajo el brazo, ingresé a la Facultad de Derecho de la UP.  Antes de incorporarme a “IBM Canal Zone”, tenía suficiente bagaje intelectual sobre Panamá y EE.UU., pero estando dentro del enclave conocí de primera mano e in situ la problemática.

La Zona era como otro país: regía un Gobernador — un General del Ejército — bajo las leyes del sur más racista de EE.UU.:  el estado de Missouri. Fue por mi acercamiento a la problemática canalera que me acerqué al doctor Alfaro a través de Lupita, quien me consiguió una cita personal con su abuelo.  Acudí en 1960 a su casa frente al Parque Urracá, que el populacho conocía como “la propina”.  Cumplía 21 años de edad.

Al año siguiente el doctor Alfaro asumiría el cargo como vicepresidente de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y con él tuve una cordial charla. Desde 1959 hasta 1968, yo había sido secretario de Domingo H. Turner  (DHT), el más connotado patriota del siglo XX, fundador del PC y Secretario General de la Constituyente de 1946.  Domingo H. Turner y Harmodio Arias Madrid enfrentaron como diputados en 1926 al doctor Alfaro, Enviado Extraordinario y jefe negociador del Tratado Alfaro-Kellogg que hacía de Panamá una plataforma militar de EE.UU.  El tratado no fue aprobado. Como amanuense de DHT, le tomé dictado en estenografía de sus memorias, cuyo título era “Panamá Rebelde”.  Compartir y hablar durante casi una década con DHT — quien fuera tutelado por el presidente José Domingo de Obaldía y, a la muerte de éste, por su sucesor, el presidente Carlos A. Mendoza, de quien DHT fue a la vez secretario — era como estar frente a la historia viviente del siglo XX. DHT demandó por primera vez ante la Corte Suprema de Justicia en 1963 la inconstitucionalidad del Tratado de 1903.  La Corte la rechazó con el único salvamento de voto del Dr. Rodrigo Arosemena  (Domingo H. Turner, ¡Tratado Fatal!.  Editorial PROA, 1963, México, D.F.).Con DHT, padre de Jorge Turner, conocí aspectos desconocidos de la historia por boca de uno de sus principales protagonistas. No era yo, por lo tanto, un joven ingenuo y bisoño cuando me reuní en 1960 con el doctor Alfaro.  ¡Todo lo contrario! Mi conciencia patriótica despertó en 1947, cuando participé a los ocho años de edad en la marcha contra el Tratado Filós-Hines que prorrogaba más de cien bases militares de EE.UU. en el territorio nacional fuera de la Zona del Canal.  Fue mi maestra de segundo grado de  la Escuela Manuel José Hurtado, la dirigente magisterial, Sara Sotillo, quien me invitó a participar en la marcha por el Frente Patriótico de la Juventud.

A Sara Sotillo la llevo en el corazón y en mi cartera, pues su efigie adorna una moneda de cinco centavos de Balboa. El Tratado de 1947 debía llamarse Tratado Alfaro-Hines y no Filós-Hines, ya que el mismo había sido negociado hasta el último minuto por el canciller Ricardo J. Alfaro. Conocí la Zona del Canal en carne propia y de la manera más brutal imaginable cuando, a los diez años de edad, un perro de la guerra perteneciente a un alto militar norteamericano, me atacó de sorpresa, sin percatarme y sin razón alguna, estando yo en territorio nuestro en Ancón.  El enorme Pastor Alemán, de aspecto feroz, era mucho más grande que yo, y me arrancó trozos de carne, dejándome su dueño abandonado y sangrando en el suelo, a varias horas a pie de mi casa en Santa Ana. Hubo que operarme a medianoche de urgencia y sin anestesia, pues ésta se había acabado, y la infección avanzaba, lo cual requirió que ocho hombres y mi madre me sujetaran piernas, brazos y cabeza para inmovilizarme, pero el dolor insoportable del bisturí y la aguja durante varias horas hizo que me desmayara a cada rato.  No pude caminar ni ir a mi escuela durante tres meses, a pesar de que la misma quedaba junto a mi casa. El viceministro de Gobierno, Francisco Filós — a quien acudimos — no nos ayudó, y con desprecio nos refirió a la Zona del Canal, donde tampoco su administración nos tendió la mano.  Mejor dicho, ¡ambas autoridades se burlaron de mí y de mi madre!  Luego de descubrir que el perro seguía vivo y no lo habían matado como prometieron, ¡juré dedicar mi vida a expulsar a los gringos de Panamá!

*Ex Asesor Personal del canciller Juan Antonio Tack y del General Omar Torrijos; ex  Agente de Panamá ante la Corte Internacional de Justicia;   Presidente Honorario y Encargado del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP).

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