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Panamá, del Estado Nacional al Estado Empresarial.

Es durante nuestros momentos más oscuros, cuando tenemos que centrarnos para ver la luz

 

Por: Pedro Luis Prados in Memorian

El éxito del modelo empresarial del Estado se revela en la capacidad de sus administradores para manejarse con impunidad frente a los actos de corrupción, repartir bienes y contratos y cargos entre sus familiares, hacer uso indiscriminado de los bienes públicos para luego decimos que no se puede tener una población sana con un país en quiebra o que, para mantener en funcionamiento nuestro mas preciado recurso, debemos ir a tomar agua al río o a las charcas, después que llueve.

 

Uno de los mitos más extendidos entre los panameños es que la Separación de Colombia nos convirtió de manera automática y por propia iniciativa en un Estado Nacional, cuya personalidad reflejara los elementos de integración social y jurisdicción política hacia lo interno y verdadero reconocimiento internacional hacia lo externo. Ni eso era lo que se pretendía ni era el proyecto en mente de la burguesía comerciante que impulsó el movimiento, pues la urgencia de la construcción del Canal y la anhelada recuperación económica estaba en el reverso del acta de independencia.

Más de un «patricio» gestor del movimiento pensó en la pronta reincorporación a Colombia o soñó con una estrella adicional en la bandera imperial una vez firmado el nuevo tratado.

La construcción de un Estado Nacional Panameño, aún imperfecto, ha sido una tarea larga, agónica y contradictoria. Más que la consecuencia natural de una férrea voluntad ciudadana ha sido el parto doloroso atendido por quienes creen en la posibilidad de ese «ser panameño», en contradicción con la solapada actitud abortista de aquellos que ven la ocasión del negocio rápido y oportuno. Herencia psicológica de las Ferias de Portobelo, nos escindimos en dos países, el país de raigambre, apegado a la tierra y sedentario; y el país de tránsito, efímero, oportuno y flotante. Como diría Carlos Manuel Gasteazoro: «El Panamá de tránsito y el Panamá profundo».

Ese Estado Nacional, aún endeble y que se debate entre la vida y la muerte, ha sido el resultado de muchos esfuerzos concitados procedentes de diferentes voluntades. Desde esa juventud que a principios del siglo pasado abandonó sus academias y estudios en Europa y Norteamérica para enfrentarse a construir un país en una tierra de abandono, cerdos y lodo. Figuras como Narciso Garay Díaz, Roberto Lewis, Florencio Harmodio Arosemena, Nicolle Garay, Juan Bautista Sosa, Leonardo Villanueva que abandonaron sus países y la comodidad de sus academias europeas para comprometerse en un proyecto incierto; tarea a la que se sumaron docentes como las hermanas Matilde y Rosa Rubiano, Justo Facio, Melchor Lasso De La Vega, Richard Newman, Octavio Méndez Pereira, Jeptha B. Duncan, José Daniel Crespo, Sara Sotillo; intelectuales de la talla de Eusebio A. Morales, José Dolores Moscote, Guillermo Andreve, Diógenes De La Rosa, Clara González, Rodrigo Miró, Reyna Torres de Araúz, Manuel F. Zárate, Carlos Manuel Gasteazoro, Ricaurte Soler y estadistas con visionarias perspectivas de la estatura de Belisario Porras, Harmodio Arias, Ernesto De La Guardia y Ornar Torrijos.

Diferentes procedencias, variados estamentos sociales, diversidad de vocaciones empeñados en un solo proyecto: ¡Construir una nación!

La Nación es la articulación social históricamente consolidada, con cierto grado de homogeneidad que le permite compartir intereses comunes y se unifica en torno a un proyecto de integración y engrandecimiento participativo. El Estado es la expresión jurídica y política de la nación que se organiza en tomo a sus leyes, instituciones, reconocimiento internacional y jurisdicción sobre su territorio.

El gobierno, por su parte es la entidad política responsable de cumplir los fines del Estado. Su armónica configuración, la identidad de objetivos y el sentido de pertenencia es lo que permite que esa sociedad, extendida sobre un territorio, constituya un país. La claridad de esos conceptos, la unidad de fuerzas en tomo a ese proyecto, la integración social derivada de la convivencia es lo que logra la conformación de lo que llamamos el Estado Nacional, fuera de esas realidades políticas y sociales todo lo demás es simbología y mito alegórico.

Ese Estado Nacional agónico e imperfecto parece haber colapsado como entidad política y como proyecto social después de la invasión norteamericana de 1989. Contrario a las expectativas de reconstrucción nacional, vuelta a la democracia, institucionalidad política, recuperación de las libertades ciudadanas y bienestar social generalizado surgió una nueva amenaza que a lo largo de treinta años ha tomado forma y, finalmente, ha mostrado su verdadera naturaleza: El Estado

Empresarial. Desbastando las alas del idílico sueño de forjar un Estado de Bienestar Social que cobijara todas las capas de la sociedad con igualdad de oportunidades y equidad en la calidad de vida, el nuevo modelo aupado con las corrientes teóricas del desarrollo ilimitado del capital y la minimización de la capacidad reguladora del Estado en la vida económica, han mostrado su dentadura y hecho brillar sus colmillos.

Ya no se trata del ensayo de una concepción liberal burguesa que define la función del Estado, se trata la entronización de un modelo anarcocapitalista que reclama la supresión social del Estado en la vida económica, administración de la riqueza nacional, protección del medio ambiente, regulaciones laborales, políticas educativas e instituciones de salud. La gradual desaparición de la noción de Estado Nacional, con sus simbologías y conceptualizaciones históricas y

sociales está en marcha. El Estado Empresarial con sus redes de socios, parientes, amigos y copartidarios ha dado forma a una nueva concepción de la organización política y a ella nos sometemos como condición prestablecida por la gracia de estar en esta tierra. El control de sus bienes, recursos, capacidad financiera, representación internacional, instituciones públicas, aparato jurídico y dominio social ha sido una acción progresiva, muchas veces imperceptible, que avanza inexorable.

Lo percibimos todos los días, nos lamentamos en las redes, lo conversamos en las calles y lo vemos en la noticia, pero nos rehusamos, en medio del clientelismo y la manipulación mediática a tomar un resuello para damos cuenta que somos el rebaño alineado para el sacrificio.

Esta pandemia ha puesto de relieve no solo la capacidad de adocenamiento y reificación del panameño, también la voracidad y carencias del sentido de responsabilidad moral de quienes administran el nuevo modelo. La prevalencia de la utilidad, bien o mal habida, sobre la enfermedad, el dolor y la muerte. La carencia de escrúpulos en el manejo de los recursos destinados a la salud pública.

El aprovechamiento de las medidas de cuarentena para reanimar los excesos. El éxito del modelo empresarial del Estado se revela en la capacidad de sus administradores para manejarse con impunidad frente a los actos de corrupción, repartir bienes y contratos y cargos entre sus familiares, hacer uso indiscriminado de los bienes públicos para luego decirnos que no se puede tener una población sana con un país en quiebra o que, para mantener en funcionamiento nuestro más preciado recurso, debemos ir a tomar agua al río o a las charcas, después que llueve.

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