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Manos de barro rojo

La  conjugación de varias entrevistas realizadas por Rubén Murgas Torrazza, exploraciones conjuntas, investigaciones y consultas y el más reciente reportaje, resumen el acercamiento a la vida y obra del maestro Carlos Arboleda, que pretendía ser un libro.  La idea de Murgas fue rescatar para Panamá la magnitud del artista. El escultor, por su obra, es uno de los más valiosos exponentes del patrimonio artístico nacional.

TEXTO JORGE IVÁN MORA

ENTREVISTAS: RUBÉN MURGAS TORRAZA

 

Casi imberbe, inadvertido entre los soportes de una vieja taberna, sin dinero y una beca entre sus bártulos para estudiar escultura en Europa, Carlos Arboleda, seguía sumido en las fatigas existenciales de su destino cuando la voz afable de un admirador de su incipiente obra artística le cambió el semblante.

La adquisición de un cuadro de una mujer empollerada y de una escultura tallada en piedra demandó un gesto de felicidad inolvidable porque serían las obras tempranas y primeras que el joven escultor y pintor vendía en un momento difícil de su vida, y que además fueron embaladas de una vez a Nueva York.

Sin esa aceptable paga, su alma bohemia no hubiera podido iluminar los sentidos y aligerar su viaje a Florencia, Italia, a iniciar estudios mayores de escultura y entablar ese amor de ciudad a primera vista que empezó a experimentar por ese  puerto del arte. Amor que se volvió con el tiempo cúmulo de melancolías con las cuales ha sentido restaurar las lealtades cada vez que vuelve.

Aunque los vaivenes de su trayectoria hayan moldeado la inexistencia filosófica de la felicidad, hay momentos de su vida, que por gracia del oficio, se parecen a la inmortalidad.

Hacia los años treinta del siglo pasado, su padre, un comerciante capitalino que vivía con su familia en la Avenida Norte, hizo un rancho en el poblado de Chilibre,  antesala de la selva, pero para llegar se iba bordeando el río en cayuco.

No había la represa del mismo nombre y las calles de barro rojo completaban la variedad exótica del lugar.

Carlos Arboleda llegó allí con ocho días de nacido. Y desde su primera niñez amasó con sus manos el barro rojo de las calles como si fuera goma de mascar entre los dientes. Y grabó para siempre la perspectiva óptica de una lucecita al fondo del pueblo como si fuera un camino para allanar horizontes.

Los guiños de su madre para se untara las manos de barro y le diera forma a los dictados de su imaginación – contra la voluntad férrea de su padre empeñado en que conquistara la profesión de dentista- son entonces memoria de recién nacido, hallazgos de la posteridad, como dice la literatura que se llama a las claves de la vida y obra de los artistas trascendentes.

EL NIÑO Y EL ARTISTA

Arboleda conoció la ciudad capital ocho años después de haber llegado a Chilibre y no por su voluntad. El barro rojo era su felicidad.

De pronto la paradoja del  entorno y su contrariedad con las ansiedades interiores y primarias, hayan contribuido a moldear su personalidad ascética, incomprensible y asocial para quienes tan sólo lo han observado de lejos con los sesgos propios de la condición humana.

Y la individualidad inspirada en los miedos a fecundar miserias, pudo ser el recurso inteligente que le permitió emprender desde joven un proceso acumulativo de creaciones suyas, cuya suma podría representar el más grande patrimonio panameño individual de la cultura nacional.

En cierto modo, el sello de su vida ha sido la construcción de refugios seguros concebidos para convocar la creación y no para escapar de los ruidos sociales, a los que vale decir no ha pertenecido puesto que su mundo está en las criaturas de su oficio, en sus voces y expresiones, en esa colección de seres con ánima de interlocutores destinados a vivir la eternidad que demande su reconocimiento universal.

Su infancia son palomas y vuelos blancos plasmados en innumerables dibujos y pinturas y en esculturas emblemáticas donde el ave mayor abraza sus pichones con las alas mientras ellos reposan en los nidos imaginarios de colores que aluden al momento crucial de su liberación embrionaria.

Perfeccionó el dominio del dibujo y definió su criterio personal acerca de la utilidad de los retratos, que en su caso -amén de lo que podría llamarse una profusa obra comercial acometida por encargos individuales- orientó hacia la recreación de imágenes de animales y a lo que ha sido su experimentación del arte erótico, de escasa exposición en Panamá.

Cabe señalar que el pasado le permitió ser fiel a la obra por encargo para resolver la vida y evadir penurias, lo cual en su concepto, no fue más que una elección de la técnica del copismo. La creación, el sueño del artista en el amasijo del barro o en la pincelada o el dibujo siempre fue otra historia.

ARBOLEDA ERÓTICO

El escándalo público, hace más de medio siglo, frente a la escultura de una joven mujer serena y desnuda que descansa sentada sobre una especie de tronco humano y que se extiende como alfombra hasta sus pies, es una huella imborrable de su relación con el entorno social, y aunque aquella ocurrencia ahora simula transitar por el reino de lo anecdótico, simboliza en esencia una cultura de época presente en el país, conservadora y tímida, en la que estaba obligado a desenvolverse el artista.

Un día, el intento de una exposición local elevó el ánimo moralista de un banquero, quien quiso prohibir la exhibición de una de sus obras  por contener  características de suave erotismo. Y en la comunidad de Juan Díaz, al sur de la ciudad, un cura exaltado fustigó la belleza integral de su escultura, Homenaje a la Madre, y censuró su instalación en lugar público, porque evocaba el milagro de la vida, enseñaba la inocencia de los genitales de un niño proyectando un chorrillo de agua en el ambiente de pileta circundante.

El desnudo en el arte de Arboleda no ha sido una opción esnobista, sino que ha obedecido al impulso derivado del dominio de la figura corporal, a la contemplación estética de la fisonomía humana y a sentimientos que cada una de sus creaciones le van exigiendo.

En ese sentido, el ejemplo de La Hamaca, un cuadro de gran formato en técnica de óleo, es un retrato del amor desnudo, que sublima la posesión de los cuerpos pero también es una referencia cultural indigenista, ancestral, que otorga un lugar protagónico al elemento principal sobre el cual danzan los cuerpos; y es un equilibrio de primer plano, donde el azul del cielo que se cuela entre dos marcos asume la profundidad del espacio, poseído al interior por el énfasis de los tonos tierra y las texturas cromáticas de la piel de los amantes.

LA RELIGIÓN Y EL ARTE

De igual modo, Carlos Arboleda, no podía ser ajeno a la provocación que emanan los íconos religiosos. Rafael, Miguel Angel, D’ Vinci,  de una parte, y los testimonios del arte español y peregrino de las expediciones coloniales, llegan a ser las primeras guías espirituales de este proceso que fue a repasar como estudiante y a observar directamente durante su permanencia en Europa.

En en el filo de la mitad del siglo XX las tentaciones del arte religioso toman formas definidas y se expresan en su obra, tanto en el lienzo como en las caracterizaciones escultóricas erigidas en yeso, piedra, barro y bronce.  Tercera caída, Tradicional, Las Espinas, El Angel de la Cruz, Catedral, Asunción, Don Bosco, El Pescador, son parte de ese conjunto vivencial, que resuma sus recorridos por la historia del arte pero que a la vez revela su identificación con el dolor y el sufrimiento humanos.

Lo atestiguan esas imágenes de Cristo concebidas en planos distintos, pintura, dibujo  o escultura, y elaborados  en una u otra edad del tiempo, tal vez, sin devociones ligadas a la fe, en principio, pero sobre todo con esa presunción legítima de dotar los íconos de alma, o de emociones  humanas, que son las que a la final afirman la comunicación entre la obra y el público.

Aquel lustrabotas que le enseñó a descifrar los vericuetos de Florencia, Italia, recién llegado a estudiar a la Academia de Bellas Artes, sería para la posteridad el primer sujeto de sus afectos perennes en el viejo mundo.

Esa generosa enseñanza habría de servirle casi de inmediato para emplearse como guía turístico de la ciudad y apoyarse económicamente mientras descubría en la academia los misterios del arte y el legado palpitante de los grandes maestros. Aunque por allá, el barro siempre ha sido gris.

Entre el deleite y la existencia misma, Carlos Arboleda consumió doce años por esos parajes, siete de los cuales vivió en Barcelona, lugar que escogió para enfrentar la vida profesional desde el momento mismo en que decidió emparapetar un estudio en el barrio chino de aquella ciudad lectora. En realidad alquiló un garaje maltrecho donde para calentarse debió improvisar un tanque de lata al que le metía leña.

Estaba cerca de una fábrica de ladrillos y por esa vecindad con barro refractario, y pensando en cómo fundir sus esculturas, creó un estilo propio que lo distinguió internacionalmente con premios y aplausos por la manera como se dispuso a trabajar, no con los dedos sino con pulimentos de las formas escultóricas a base de madera.

ARTE PÚBLICO

La escultura es parte esencial del arte público y le facilita a las ciudades espacios de reflexión y esparcimiento cultural sin distinciones elitistas.  Su función social es impactante y está vinculada a una noción fuerte de la libertad, porque reúne a las gentes dignas o no dignas de cualquier lugar, y en el lugar donde se instalan, les permite a las gentes acercarse y socializar sin siquiera haberse conocido antes; y finalmente las deja inmiscuirse en la controversia, ajenos a toda prevención, al interpretar cada quien de manera abierta lo que el artista propone por medio de su obra al aire libre.

El monumento a Albert Einstein, las esculturas Piel Adentro, Chencherén, el busto de Pablo Payito Paredes, el monumento a San Juan Bosco, la Cabeza del Indio Urracá, la escultura El Grillo, el busto de Sara Sotillo y del  general Tomás Herrera, la escultura Vuelo, el Mausoleo del general Omar Torrijos, la escultura de Justo Arosemena, son referentes de su arte público.

Son testimonios obligados de esa función abierta que su arte ha cumplido con devoción sacramental, en medio de cierta rebelión social original plasmada en un silencio colectivo frente a su obra, una manera de ser de nuestro pueblo, una decisión de ignorar, un antivalor, tal vez, ocasionado por las enajenaciones del mercantilismo salvaje, cuyas razones ciertas ha de resolver la sociología algún día.

La obra escultórica dispersa en la ciudad y en todo el istmo, es su palabra de mármol y bronce, o su lenguaje de barro rojo, y la  conversación directa y constante con su pueblo, distinta a la que conocemos como ceremonia tradicional de los encuentros sociales.

La reciedumbre intelectual se empina sobre cimientos que han resistido las incurias del tiempo. La enjundia de su mirada siempre ha gravitado en la riqueza de los objetos precolombinos, de la que ha sido estudioso, imitador consciente y cultor de sus rasgos y convicciones, y en su inventario han permanecido formidables guacas que cuentan las sabidurías de orfebres iluminados y celosos guardianes de las civilizaciones precedentes, que nos señalan lugares de pertenencia, rasgos importantes de nuestra  génesis social primaria ó explican los modos de ser de nuestros pueblos y seres.

 LA CASA GRANDE

Su historia misma y la de su obra no están divorciadas. Al contrario, delatan siempre la coherencia del pensamiento y la acción, porque hay recuerdos abundantes marcados de trasiegos mundanos por la ciudad de los conglomerados populares, los contrastes de pieles y la autenticidad de los orígenes, que son, en la superficie de la tela y en las alfombras de madera, metal, yeso, o barro cocido, nada menos que el tejido social que avala sus invenciones y trazos.

Son obras con fe de bautismo del tercer mundo, improntas de lo que la historia popular nuestra ha dejado escrita en varios siglos, tanto en lo individual como en lo colectivo, reminiscencias de prohombres, o metáforas alimentadas por la herencia cultural precolombina y los encuentros multiculturales, especialmente evidentes y significativos en este lugar de las Américas y del mundo.

En su creación se revelan las claves culturales de Panamá, desde sus secretos antropológicos hasta sus particularidades sociológicas, su alquimia multirracial, sus devaneos, su calma de trópico de dos mares, y esa indiferencia inexplicada aun, donde todo parece que ocurre y nada pasa, y donde todo importa pero queda al final una estela de sensación de que nada en verdad es importante.

Más de mil pinturas, quinientas esculturas y cuatro mil bocetos, son el indicio febril de una obra inmortal, tal vez inimitable por largo tiempo en la vida nacional.

Simbólicamente la estatura de su obra puede llegar a ser como la de los guerreros ungidos a la gloria en las hazañas de la mitología universal, solo que aquí, en el mundo terrenal que nos corresponde, poseen nombres de aldea y fisonomía de criaturas tiernas que regresan a su trópico de magias multicolores, soles y lluvias, con la explícita consigna de volver a nacer.

Hay una soledad que Carlos Arboleda disfruta como nadie en la extensión aislada de su estudio en la localidad de Rio Abajo de la capital. Es su casa grande. Allí se arraigó hace más de cuatro décadas y aunque uno se pierda en la maraña de esculturas y cuadros, bocetos y papeles, fotografías y utensilios, y los distintos ambientes y espacios, hay objetos que se imponen, como los recortes viejos de revistas y periódicos con fotografías amplias de la diva de sus encantos Ana Magnani. Le inspiraba el temperamento, la forma del cabello, la mirada. Posiblemente haya sido la asociación involuntaria del recuerdo de una amiga cuando él tenía 16 años. Una vez la volvió a ver a los años distantes. Y a distancia. Y se perdió en el tumulto de una jornada hípica para nunca más volver.

La idea del Museo Carlos Arboleda en la Ciudad del Saber se traspapeló. Y cuando uno se aleja del estudio del maestro se lleva la impresión de que estuvo en un desorden artístico fabuloso y atrabiliario en el deleite de un paraíso.

Es para el maestro lugar de reflexiones, silencios y encuentros con él mismo y su obra. Es como como un paisaje múltiple de las estaciones de su vida donde cada boceto, cada cuadro o escultura van marcando momentos y sentimientos. Aquí es su exilio y su sueño, su visión y su energía para nuevas formas de creación.

Una mirada le basta para sentirse acompañado de su esposa desaparecida, la compañera eterna que le dio otro giro a su vida, aún cuando él ya estaba formado artística y culturalmente. Ella, de origen vienés, era la directora de Psiquiatría del Hospital en la Zona del Canal. Hablaban horas y horas sobre arte, y le ayudaba en todo. Ella descifraba sus sueños. Fueron treinta y cinco años juntos. Y fue su soporte y lo sigue siendo. En una entrevista anterior, hace un par de años el maestro confesó que había soñado con que estaba cambiando de casa; cambiaba pero ella estaba ahí indicándole las cosas, lo que debía hacer. Y evocó los viajes juntos por el viejo continente y lugares como Grecia, Egipto, norte de Africa, Austria y un recorrido inolvidable por los Estados Unidos invitado por el Departamento de Estado.

Aparece luego su madre, a la que le cabe la importancia de su apoyo en los momentos difíciles para determinar su futuro y la que defendía  su libertad de escogencia del destino profesional. Le parecía que su joven criatura debía untarse de barro mientras su padre insistía en las técnicas dentales y la enseñanza en las artes del mundo del comercio. Insinúa la preferencia por Miguel, uno de sus ocho hermanos y menor que él a quien cargó en su más tierna infancia.

Hay quienes en la discreción de su trabajo están catalogando seriamente  todo este inmenso caudal de arte. Y hay árboles de berro, veraneras rosadas y de tono salmón, plantaciones de palma, follajes vistosos de palos de mango y una lucecita que mira entre los abrazos de las hojas dibujando un fondo, que en conjunto, parecen saludar o despedir a los visitantes.

La novedad es que la voluntad del maestro ha determinado en términos legales que ahí florezca el Museo Arboleda, por cuenta de la Nación. Es un gesto de grandeza. Pero eso será después del viaje final porque el más cercano es nuevamente a Barcelona.

.FIN.

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