Por: José Dídimo Escobar Samaniego.
Muchos de nuestros gobiernos, han optado por rendirse a ese camino en donde, menos del 1% de los ricos, llega a manejar casi el 90% de toda la riqueza mundial, y para alimentar ese propósito, los impuestos y tazas contributivas se los imponen a la clase media que está desapareciendo y los pobres que ya no tienen para sostenerse, lo que los obliga a luchar ahora, para sobrevivir.
Los últimos hechos en Latinoamérica, plantean la opción clara de los gobiernos: o están con sus pueblos o se entregan a sus mentores y acreedores externos que, los obligan a favorecer el beneficio de los privados y de ese dilema, ha surgido la chispa.
Hay valores y principios que no se pueden traspasar, hay reglas del juego que van más allá del capricho gubernamental, hay una dimensión profunda que impide que el gobernante se pueda saltar a la brava, las leyes y los principios de la democracia solo porque ha sido elegido. Y es que la gobernabilidad se pierde, cuando quien gobierna, no atiende aquel principio que lo leí en un escrito de Belisario Porras Barahona, a principios del siglo pasado, cuando dijo que: “Cuando el que manda pierde la razón, los que obedecen pierden el respeto” y aunque para sofocar las movilizaciones han usado a sus fuerzas de seguridad, ellas también han perdido su norte, porque la injusticia no puede ser sostenida a sangre y fuego.
Tarde o temprano, todo lo injusto caerá y “la verdad brotará desde la tierra y desde el cielo vendrá nuestra justicia”
¡Por un país decente y una patria para todos!
¡Así de sencilla es la cosa!
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