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El sueño del Marqués

Atilio A. Boron sacó a la luz, en el 2021, un libro excepcional, El sueño del marqués, Mario Vargas Llosa, una pluma al servicio del imperio, obra en la que retrata de cuerpo entero a Mario Vargas Llosa y hoy publicamos la introducción de esa obra para que usted la disfrute.

 

Por Atilio A. Borón

Introducción

 

Vargas Llosa y su esposa, madre de sus hijos y prima hermana, Patricia Llosa, en tiempos en que todavía no se le salía su entrega a la corona corrupta de un reinado terrenal.

Este libro recopila numerosos artículos que le he dedicado al pensamiento del novelista peruano a lo largo de varias décadas.1 En cierto sentido, es lo que en el mundo anglosajón se llama un companion volumen, un texto que es complementario de otro, en este caso El Hechicero de la Tribu, Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina, con el objeto de situar los planteamientos realizados en esa obra aportando valiosos antecedentes acerca del proceso de conformación de las ideas y obsesiones del Nobel de Literatura. Pero hubo un acontecimiento que me motivó a organizar esta compilación: la escandalosa nota titulada “El ejemplo colombiano”, que el novelista publicara en el diario madrileño El País el 20 de febrero de 2021.

Allí su autor traspasa todas las fronteras morales y exalta como modelos para las trajinadas democracias de la región las figuras de dos criminales como Álvaro Uribe Vélez e Iván Duque. Leí esa nota y me dije a mí mismo que no solo tenía que responderla (es la primera que contiene este libro) sino hacer algo más. El resultado ha sido este libro que ahora ofrezco a las y los lectores.

Vargas Llosa es un personaje excepcional porque a su maestría como escritor y novelista le agrega sus enormes dotes de propagandista de las peores causas del momento. Diría que el pensamiento conservador contemporáneo no tiene otro “intelectual público” de la talla del peruano, en ningún idioma; nadie como él que sea capaz de llegar con sus mentiras y falacias a millones de personas no solo en nuestra lengua sino en las principales del mundo. Para la burguesía imperial y sus mayordomos locales el autor de Conversación en la Catedral es una joya de incalculable valor: un tránsfuga que en su juventud se plantaba en el extremo izquierdo del espectro político para, con el paso del tiempo, desplazarse velozmente hacia las antípodas, repudiar sus convicciones de entonces y terminar en la más profunda abyección convertido en un escriba y perro guardián de la derecha mundial.

Sabemos que no hay originalidad alguna —mucho menos, mérito— en este tránsito que lo coloca al servicio de ricos y poderosos. Vargas Llosa no ha sido el primero en recorrer este triste sendero, ni será el último. El capitalismo como sociedad tiene un déficit serio a la hora de generar intelectuales propios porque la defensa de un régimen como ese —opresor, explotador, racista, belicista, ecocida, patriarcal— es harto difícil y un intelectual convencional de derecha carece del glamour requerido para despertar la adhesión y, de ser posible, el entusiasmo de las masas. Los intelectuales conservadores son insípidos, insulsos y condenados a entonar himnos que hablan de un mundo que ya no existe. Deben presentar al capitalismo como un sistema justo, que premia el trabajo y el esfuerzo, que el progreso y el ascenso social están garantizados, que la pequeña propiedad será respetada y protegida y que la magia de los mercados hará que cada quien reciba la recompensa que le corresponde por su contribución al bienestar del todo social. Pero como bien lo anotara Daniel Bell, la ética protestante y el espíritu puritano fueron corroídos hasta sus propios cimientos por la pujanza del capitalismo norteamericano. Por eso, cuando a finales de los años setenta el colapso de la fase keynesiana dio inicio al auge neoconservador, no fue casual que la mayoría de sus intelectuales y publicistas fuesen gentes con un pasado de izquierda o, por lo menos, asociados a un liberalismo de tinte radical. Varios de ellos fueron activos militantes del trotskismo de los años treinta, como el propio Bell, Seymour M. Lipset, Nathan Glazer e Irving Kristol, que fue un antiguo dirigente juvenil de esa agrupación.2

La defensa del capitalismo es muchísimo más persuasiva cuando quienes se encargan de esa tarea son “arrepentidos”, personas que veían en esa sociedad todo tipo de males pero que la historia, el movimiento de lo real, les demostró cuán equivocados estaban y corrigieron a tiempo su marcha. Por eso la palabra de un converso, o un renegado, como Vargas Llosa, es mucho más efectiva que el soporífero sermón de un publicista conservador.

Esta sed insaciable de reclutar intelectuales otrora críticos es un fenómeno universal y permanente de las sociedades capitalistas. En el caso español, hay una larga lista de ilustres nombres de la izquierda que abandonaron sus críticas a la sociedad burguesa y, sin llegar a los extremos de los neocons norteamericanos, se embarcaron sin mayores recelos ni escrúpulos de conciencia en proyectos políticos en donde la premisa fundamental era que “no había alternativas al capitalismo” (como con tanto énfasis lo manifestara Margaret Thatcher) y que había que resignarse a aceptar el veredicto de la historia. En España, este proceso tuvo como protagonistas a gentes como Ramón Tamames, Enrique Curiel, Jordi Solé Tura, Jorge Semprún, Ludolfo Paramio, Jordi Borja y muchos más. En la Argentina el grupo de brillantes marxistas entre los que sobresalen Oscar del Barco, José Aricó, Juan Carlos Portantiero y Héctor Schmucler (empujados hacia la senda que remataba en el posibilismo de la “democracia capitalista” por su previa expulsión del PC) y tantísimos otros que no viene al caso enumerar, también abandonaron sus viejas convicciones y se dejaron llevar por el desencanto y la resignación. Pero, corresponde decirlo, ninguno de ellos cayó en los extremos en que lo hicieron sus homólogos españoles. Sí lo hizo, en Colombia, Plinio Apuleyo Mendoza, que de ser uno de los fundadores de Prensa Latina, con el paso de los años se convertiría en uno de los más ardientes defensores del neoliberalismo, acompañando en su cruzada restauradora a su amigo Mario Vargas Llosa.

La historia de los conversos en América latina es todavía una asignatura pendiente y no es mi intención —ni tendría la capacidad— asumir dicha tarea en este momento. Basta con recordar, para retornar a Europa, la trayectoria de aquellos desafiantes maoístas franceses de mayo del 68, que luego pusieron fin a sus afanes convertidos en inofensivos “nuevos filósofos” y dóciles apóstoles de la derecha. O los casos de Arthur Koetsler, Ignazio Silone y George Orwell, fervorosos militantes comunistas que, en su desilusión, se convirtieron en furibundos anti-comunistas. El clásico libro de Isaac Deutscher ofrece un vívido retrato de este proceso, al igual que el texto de don Alfonso Sastre, La batalla de los intelectuales que, publicado por CLACSO en la Argentina, tuve el honor de prologar. A ellos remito a mis lectores/as. No puedo dejar de señalar, sin embargo, que durante la redacción de El hechicero de la tribu no tuve más remedio que abordar sucintamente este tema para situar la degradante involución política de Vargas Llosa en un contexto más amplio.3

No exagero un ápice si digo que el novelista ha sido algo así como una sombra a lo largo de mi larga vida y con la cual, al modo de Alfonso Sastre, he venido imaginariamente discutiendo de modo cada vez más encarnizado a partir de la década de los años setenta. Antes disfruté y mucho de la lectura de La ciudad y los perros; La casa verde y la deslumbrante Conversación en la Catedral. Compraba esos libros y literalmente me los devoraba.

Tanto era el influjo que ejercía sobre mi persona que en algún momento llegué a preguntarme si en lugar de estudiar la árida e insulsa sociología norteamericana que enseñaban en Buenos Aires a comienzos de la década de los años sesenta no debía mandar todo eso al diablo y dedicarme a escribir, “como Vargas Llosa”. Notaba en aquellas obras un alado espíritu crítico, la materialización —valga el retruécano— del espíritu de Ariel que daba pie a una incisiva mirada sobre diversas facetas de la sociedad burguesa, la oligarquía, los militares, la iglesia y, si bien no tan explícitamente, del imperialismo. Además, sus posturas en defensa de Cuba hacían que me acercara ávidamente a sus escritos, aunque luego de 1971 noté en él que se abría una grieta, una hendidura que separaba cada vez más el espíritu rebelde y contestatario que impregnaba muchas de sus novelas del comentarista de los sucesos contemporáneos, cada vez más encerrado dentro de los moldes del pensamiento dominante.

Esta bifurcación en su sendero intelectual me produjo una profunda decepción, que el paso del tiempo y a medida que sus planteamientos eran cada vez más conservadores y acomodaticios, la convirtió en cólera, ira, bronca. Estado de ánimo que sigue hasta el día de hoy, cuando me cuesta explicar cómo una persona que, en Tiempos recios, describe con tanta minuciosidad la conspiración del gobierno de Estados Unidos para destruir al único intento de construir la democracia en Guatemala puede, simultáneamente, disparar dardos envenenados contra cualquier gobierno que en la región intente replicar el experimento de Juan J. Arévalo y Jacobo Arbenz.

¿Cómo explicar tamaña esquizofrenia? Solo su psicoanalista podríaofrecernos algunas pistas, y está claro que en caso que el novelista lo tuviera ninguno ha salido a hablar del tema. Pero aun cuando no pueda explicar este lamentable desdoblamiento de su personalidad —y descarto las hipótesis simplistas que aseguran que al escritor “lo compró la derecha y por eso cambió”, porque su deserción se produjo antes de que un torrente de dinero y honores recompensaran su defección— sí me siento con pleno derecho a cuestionarla y denunciarla por el tremendo daño que hace a la conciencia pública. Esto porque, a diferencia de tantos otros reaccionarios, que no conocen cómo funcionan el imperio y sus aparatos de dominio, Vargas Llosa sabe perfectamente bien cómo operan la CIA y todas las agencias encargadas de preservar el control de Estados Unidos sobre esta parte del mundo. Y pese a eso, toma partido por quienes, en la mayoría de sus novelas, son los enemigos y verdugos de sus entrañables protagonistas, como Roger Casement, en El sueño del Celta; o Alejandro Mayta, en Historia de Mayta; o Urania Cabral en La fiesta del Chivo, o Antonio Vicente Mendes Maciel, el “Consejero” de los pobres en la guerra del fin del mundo.

Esquizofrenia rampante que lo lleva a expresar su satisfacción por la actitud digna y ejemplar del Rey de España (¡sí, ese monarca corrupto, fugitivo de la justicia española!) en la Cumbre de las Américas de 2007 cuando le espetó a Chávez (caracterizado como “espadón”, “soldadote”, “sátrapa”) el famoso “¡por qué no te callas!”.4 En otra pieza para su ignominia calificó a Cristina Fernández como “un desastre total” al paso que exaltaba la mediocre figura de Mariano Rajoy, definía a Silvio Berlusconi como “un caudillo democrático sin el autoritarismo de Mussolini” y a Nicolás Sarkozy (hoy en la cárcel, por corrupto) como un “personaje carismático”.5 Ejemplos tan escandalosos como estos se multiplican a lo largo del último medio siglo. Según el Diccionario de la Real Academia Española uno de los componentes de la “alevosía” es “actuar sobre seguro”, como hace el novelista amparado por jefes de Estado y monarcas, por la plutocracia que está hundiendo al planeta en una crisis que podría ser terminal, por el “saber convencional” y los oligopolios mediáticos que reproducen sus patrañas y sus infamias a escala universal. Un hombre, además, que rehúye el debate de ideas y que solo conversa con interlocutores amigables. Y, sobre todo, un escritor que puso su embriagante prosa al servicio de los intereses y las fuerzas sociales dispuestas a sacrificar a la propia humanidad con tal de preservar sus privilegios y la intangibilidad de sus fortunas.

 

1 Incluyo, también, algunas notas de terceros referidas a mi libro El hechicero de la tribu. Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina (AKAL, 2019) como recensiones,

entrevistas o prólogos, así como unas pocas contribuciones de autores que también se han dedicado a desmenuzar el pensamiento del novelista peruano, como Roberto Fernández

Retamar y Renán Vega Cantor.

2 Examiné en detalle este tema en “La crisis norteamericana y la racionalidad neoconservadora”, un texto de inicios de 1981 y contenido en la antología de mi obra titulada Atilio Boron. Bitácora de un navegante. Teoría política y dialéctica de la historia latinoamericana (Buenos Aires: CLACSO, 2020).

3 Alfonso Sastre, La batalla de los intelectuales. O nuevo discurso de las armas y las letras (Buenos Aires: CLACSO, 2005); Isaac Deutscher, Herejes y renegados (Barcelona: Ariel, 1970).

4 “El Comandante y el Rey”, El País (Madrid), 18 de noviembre de 2007.

5 “Vargas Llosa: Cristina Kirchner es un desastre total”, La Nación (Buenos Aires) 20 marzo 2009.

 

 

 

 

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