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El Herbazal Y La Corrupción


Juan Carlos Mas C.

Imaginemos que estamos ante una gran extensión de tierra anteriormente productiva y ahora baldía. Ante la vista se extiende una extensión de matorrales, hierba alta y arbustos sin fin. Una persona nos acompaña y nos dice: qué hemos de hacer con esta tierra que podría tener múltiples usos, pero se estropea por la maleza que la cubre y por lo tanto hay que limpiarla.
Procedemos a limpiarla y ante nuestros ojos se abre una extensa pradera que nos incita a preguntarnos qué uso podríamos darle: podríamos dedicarla a sembrados, podríamos hacer instalaciones recreativas como campos de golf, de futbol, o cualquier otra cosa que se nos ocurra, una instalación escolar, o un parque recreativo con visitas tuteladas a la arboleda.
En aquella oportunidad no nos decidimos y he aquí que, ante la falta de un uso destinado, el monte vuelve a crecer y nuevamente escucharemos el reclamo para que procedamos al desmonte, pero esta tarea se reiterará sucesivamente si no decidimos el uso del bien.
Una vez que decidamos el uso del bien la limpieza ha de hacerse, no en general, sino con propósitos definidos y se limpiará el área que entorpezca el uso destinado.
El trabajo no realizado sobre el terreno y malogrado por la maleza implica una corrupción de la intención productiva. Lo anterior nos sirve para hacer un análisis paralelo del problema político social de la corrupción. Este es un epifenómeno de la carencia de un programa real de trabajo de los gobiernos; en estos no existe plan de largo aliento que justifique las erogaciones, salvo las reiteradas de mantenimiento del aparato burocrático del Estado, de ahí que el problema de la corrupción es reiterativo de las distintas administraciones, con diferencias solamente en la intensidad del fenómeno; esto se debe a que no existe plan de gobierno ni programa de gastos justificados por un plan.
Lo anterior nos sirve para calibrar la calidad de las promesas: sin un programa formulado seriamente conforme a la metodología de la planificación, con objetivos reclamados y sentidos por la sociedad, la corrupción será reiterada unas veces, descarada algunas y otra más solapada, pero solo podremos calibrar la calidad de una propuesta política si ella exhibe una intención programática exhaustiva. Ella debe contener un plan creíble y verificable para el impulso de cada actividad económica nacional, ya sean dirigidos a modificaciones estructurales en la vialidad, en la producción y el comercio, o superestructurales en los servicios educativos, de salud, de trasporte, etc. Los planes deben formularse con estimaciones para el corto, mediano y largo plazo que exhiban una pretensión de continuidad y no una promesa efímera. Cuando existe un plan la acción correctiva y coercitiva del poder se dirige a reprimir la elusión de responsabilidades con respecto al plan ya formulado y requerido por la sociedad. Hay que ser serios y exigir seriedad. No obstante, en el presente ya hay candidatos que dicen que no van a formular proyectos ni van a hacer promesas, sino que se han de enfocar en la corrupción, lo cual evidencia la intención de quedarse en la superficie de las necesidades de cambio del país. El clarín de la campaña electoral abierta más bien parece el cornetín de una comparsa carnestoléndica; a sus sonidos se abren los sarcófagos y reaparecen los políticos sin propuesta, unos abiertamente y otros, que no se atreverían a criticar al gobierno, actúan sigilosamente en busca de oportunidad para sumarse a la opción que exhiba visos de triunfo.
¿Hasta cuándo?

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