Están jugando con gasolina y candela.
Patricia Cohen, quien cubre la economía global, informó desde Londres con la colaboración de reporteros en América Latina, África y el sudeste Asiático.
“NO ES SUFICIENTE”. Ese fue el mensaje que los líderes de las protestas en Ecuador le dieron al presidente del país la semana pasada, luego de que anunció que bajaría el precio de la gasolina regular y el diésel en 10 centavos debido a las protestas masivas por el aumento de los precios del combustible y los alimentos.
La furia y el miedo generado por los precios de la energía que se han disparado en Ecuador es un fenómeno que se experimenta en todo el mundo. En Estados Unidos, los precios promedio de la gasolina, que han saltado al nivel de 5 dólares por galón, están agobiando a los consumidores y se han convertido en una difícil encrucijada política para el presidente Biden antes de las elecciones legislativas intermedias que se celebrarán este otoño.
Pero, en muchos lugares, el incremento en los costos del combustible ha sido mucho más dramático y la miseria que eso genera es mucho más crítica.
Las familias se preocupan por cómo mantener encendidas las luces de sus casas, llenar el tanque de gasolina del automóvil, calentar sus hogares y cocinar sus alimentos. Las empresas lidian con el aumento de los costos operativos y de tránsito y con las demandas de aumentos salariales por parte de sus trabajadores.
En Nigeria, los estilistas usan la luz de sus teléfonos celulares para cortar el cabello porque no pueden encontrar combustible a precios asequibles para usar los generadores de gasolina. En el Reino Unido, cuesta 125 dólares llenar el tanque de un automóvil familiar promedio. Hungría prohíbe a los automovilistas comprar más de 50 litros de gasolina al día en la mayoría de las estaciones de servicio. El martes pasado, la policía de Ghana disparó gases lacrimógenos y balas de goma contra los manifestantes que protestaban contra las dificultades económicas provocadas por el aumento del precio de la gasolina, la inflación y un nuevo impuesto a los pagos electrónicos.
El asombroso aumento en el precio del combustible tiene el potencial de reconfigurar las relaciones económicas, políticas y sociales en todo el mundo. Los altos costos de la energía tienen un efecto en cascada porque impulsan la inflación, obligan a los bancos centrales a aumentar las tasas de interés, aminoran el crecimiento económico y obstaculizan los esfuerzos para combatir el grave cambio climático.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia, el mayor exportador de petróleo y gas para los mercados mundiales, y las sanciones de represalia que siguieron han provocado que los precios del gas y el petróleo se disparen con una ferocidad asombrosa. Esta calamidad se suma a dos años de agitación causada por la pandemia de COVID-19, los cierres intermitentes y problemas en la cadena de suministro.
El aumento en los precios de la energía fue una de las principales razones por las que el Banco Mundial revisó su pronóstico económico el mes pasado y estimó que el crecimiento global se desacelerará aún más de lo esperado, ubicándose en 2,9 por ciento este año, aproximadamente la mitad de lo que fue en 2021. El presidente del banco, David Malpass, advirtió que “para muchos países, será difícil evitar la recesión”.
En Europa, una dependencia excesiva del petróleo y el gas natural rusos ha hecho que el continente sea particularmente vulnerable a los altos precios y la escasez. En las últimas semanas, Rusia ha estado reduciendo las entregas de gas a varios países europeos.
En todo el continente, los países están preparando planes para el racionamiento de emergencia que implican topes en las ventas, reducción en los límites de velocidad y termostatos más bajos.
Como suele ocurrir con las crisis, los más pobres y vulnerables sufrirán los efectos más duros. La Agencia Internacional de Energía advirtió el mes pasado que los precios más altos de la energía han significado que 90 millones de personas adicionales en Asia y África no tengan acceso a la electricidad.
La energía costosa contribuye a los altos precios de los alimentos, reduce el nivel de vida y expone a millones de personas al hambre. El aumento de los costos de transporte incrementa el precio de cada artículo que se transporta, envía o vuela, ya sea un zapato, un teléfono celular, una pelota de fútbol o un medicamento recetado.
“El aumento simultáneo de los precios de la energía y los alimentos es un doble golpe en el estómago para los pobres en prácticamente todos los países”, dijo Eswar Prasad, economista de la Universidad de Cornell, “y podría tener consecuencias devastadoras en algunos lugares del mundo si persiste durante un periodo prolongado”.
En muchos lugares, los medios de subsistencia ya se están viendo alterados.
Según Dayola, antes de que los precios comenzaran a subir, él ganaba alrededor de 15 dólares diarios. Ahora, esa suma se ha reducido a cuatro dólares. “¿Cómo puedes vivir con eso?”, preguntó.
Para aumentar los ingresos familiares, la esposa de Dayola, Marichu, vende comida y otros artículos en las calles, mientras que sus dos hijos a veces se despiertan al amanecer y pasan unas 15 horas al día en sus yipnis, con la esperanza de ganar más de lo que gastan.
El mes pasado, Biden propuso suspender el pequeño impuesto federal a la gasolina para reducir el aumento de la gasolina a 5 dólares por galón. La semana pasada, Biden y otros líderes del Grupo de los 7 discutieron un precio máximo para el petróleo ruso exportado, una medida que tiene como objetivo aliviar la carga de la dolorosa inflación sobre los consumidores y reducir los ingresos por exportaciones que el presidente Vladimir Putin está usando para hacer la guerra.
Los aumentos de precios están en todas partes. En Laos, la gasolina ahora cuesta más de 7 dólares por galón, según GlobalPetrolPrices.com; en Nueva Zelanda, es más de 8; en Dinamarca supera los 9 dólares; y en Hong Kong, cuesta más de 10 por cada galón.
Los líderes de tres compañías energéticas francesas han pedido un esfuerzo “inmediato, colectivo y masivo” para reducir el consumo de energía del país, diciendo que la combinación de escasez y aumento de los precios podría amenazar la “cohesión social” durante el próximo invierno.