Editorial

Los panameños, han luchado por más de dos siglos por nuestra independencia y soberanía. En ese tiempo ha crecido entre los patriotas un amor no fingido por la tierra que nos regaló Dios como nuestro Hogar.

Desde entonces hemos tenido que enfrentar la gente rastrera que no le importa con nuestra soberanía en independencia.

La nación independiente, sin embargo, es el patrimonio mayor, y los modos escogidos para empujarla al progreso, y preservarla tal cual, libre y soberana como la soñaron nuestros padres y la añoramos los que hemos permanecido en nuestro Corazón la gratitud a Dios por esta hermosa tierra.

Entre nosotros no faltan los pusilánimes, los arrastrados, cobardes y traidores, los que aprecian más sus cajas registradoras y nos han vendido, nos venden y nos seguirán vendiendo por treinta monedas. Ellos se caracterizan por ser genuflexos, por no tener confianza en los panameños de bien y se allanan al entreguismo y a la indignidad. Se contentan con estar al frente del Estado, cuidando no nuestros intereses nacionales, sino los intereses ajenos, los del imperio que quiere someternos con burdas mentiras y que como dijo Bolívar en 1829: «Los Estados Unidos parecen estar destinados por la Providencia a causar miseria en América en nombre de la libertad».

Pero son más las almas buenas, los de un espíritu superior que agradecidos con esta tierra bella y hermosa que nos Regaló el Señor, la llevan en su mente y en su corazón como un tesoro mayor, porque por haberla tenido a medias u ocupada por mucho tiempo por la potencia extranjera que ahora quiere apropiársela de nuevo, es por ello quizás que, la añoramos con más fuerza, pasión y queremos verla libre se todo sometimiento.

Esta es la hora de los altos hornos, donde se templará como el acero y el oro fino, el espíritu patriótico de los que merecen llamarse panameños.

¡Así de sencilla es la cosa!

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