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A reconstruir nuestros muros.|

 


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

El Joven Nehemías, dirigiendo las obras de la reconstrucción de los muros

La tarea de la reconstrucción del país y sus instituciones, acosadas y asoladas por una crisis estructural general en donde la corrupción es una de las manifestaciones de nuestra condición precaria, es una labor casi quijotesca pero irremediablemente necesaria e ineludible.

Los que pretendemos salvar la dignidad nacional, enfrentamos la desidia y hasta la oposición abierta de quienes han sembrado la semilla de la vileza, porque en esa condición han florecido. Porque hay que decirlo, hay panameños que, como aquel pasaje escrito por Gabriel García Márquez, en su obra “La Increíble y Triste Historia de la Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada”, rifan la virginidad de la patria al mejor postor y luego quieren prostituir a la nación entera, para no sentirse rechazados en la vileza que tienen transfundidas en su torrente sanguíneo y que les contaminó el corazón, por lo que hoy a lo bueno dicen malo y a lo malo bueno.

Los que destruyeron en forma deliberada al país, por causa de la avaricia y la falta de humanidad, no vendrán a reconstruirlo, tampoco lo harán quienes le sirvieron con su silencio cómplice a encaramar a la indecencia como virtud, en vez de determinarla como un auténtico vicio, tal como lo es.

Desde la historia, siempre ha habido quienes no escarban ni prestan la coa. También, los ha habido traidores, quienes medran de la desgracia y hacen negocios con nuestra vulnerabilidad.

Ninguna alianza podemos establecer con los perversos, así como ninguna comunión tienen la luz con las tinieblas.

Tenemos que, con mucha sabiduría y extraordinario trabajo, restaurar y reconstruir todos los muros caídos, nuestras instituciones nacionales, sin las cuales, la vida digna se hace ilusoria.

Le tocará a los más humildes, a nuestro pueblo, a sus intelectuales, artistas y en general, a la gente decente, restaurar con la ayuda de Dios, lo que los que se creían fuertes, dilapidaron con crueldad.

El vivir en dignidad, como aspirar a nuestra propia felicidad como pueblo, es una decisión. Se puede vivir sin decoro, pero esa no es nuestra opción.

En día como hoy, donde nuestro Señor Jesucristo dio su propia sangre y su joven vida, por nuestra salvación, el mejor homenaje que podemos hacer a la máxima obra de amor que conoce la historia humana, es amar a nuestro prójimo, asumir nuestra tarea de dignificar a la patria y hacer obras de justicia para que pueda renacer la paz.

¡Por un país decente y una patria para todos!

¡Así de sencilla es la cosa!

 

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