Por: Ramiro Guerra.
Sobre su espalda, sentía algo muy pesado; con mucho esfuerzo uno de sus brazos, tocó su espalda; la sintió áspera como si fuera una concha grande. Por alguna razón, pensó en el caparazón de la parte superior de una tortuga. Dios santo que me está pasando, exclamo; una mezcla de miedo y terror se fue apoderando de él. Trato de levantarse y le fue imposible. Trató de gritar y llamar a su hermano, para que le prestara auxilio. Nadie lo escuchaba. Pasada unas horas, tocaron la puerta de su cuarto. Era celia, su mujer quien al entrar lo miró con rabia. No le dirigió la palabra. Minutos después llegó su hermano y su cuñada. Todos lo miraban con un silencio sepulcral, hasta que su hermano en voz alta, dijo, echémoslo en un saco y llevémoslo al lugar donde pertenece, el mar.El pobre hombre gritaba y sudaba; cuando lo hacía, la carga se le hacía más pesada.
Camino al puerto, donde lo tirarían al mar, se preguntaba ¿por qué me hacen esto? La repuesta le venía al instante; será que estoy pagando el pecado de hacer mi mujer, a la cuñada; de haber asesinado a mi cuñado al sorprenderlo teniendo relación con una hermana. O de haber enterrado vivo, tanto el perro y el gato de mi vecina. Cavilaba y cavilaba, su cabeza se achicaba y le salían pequeñas extremidades de su cuerpo. ¡Dios santo me estoy convirtiendo en una tortuga! En ese instante, escucho que su hermano dio la orden de tirarlo al mar. De sus pulmones salió un grito desgarrador. Todos corrieron al cuarto a ver qué pasaba; el pobre hombre había despertado, bañado en sudor. A partir de esa pesadilla, se mandó a mudar y más nunca fornicó con su cuñada. Cuando recuerda la pesadilla, suda y tiembla, temeroso que vuelva ocurrir. (Al estilo de Metamorfosis)
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