El Periódico de Panamá Revista de Análisis Político, Económico, Social y Cultural.
Por: José Dídimo Escobar Samaniego
Dormido estaba, invisibilizado por el conflicto que cerraba el telón a la causa verdadera que, oculta estaba. Así el pueblo colombiano fue silenciado por décadas a causa de que el conflicto, que ahora entendemos, era del interés, de una de las partes, prolongarlo, porque de su presencia en la escena social, se deprendía la supresión de las libertades, incluyendo la manifestación del gran malestar acumulado, las grandes injusticias sostenidas y los anhelos insatisfechos.
Pero el poder constituido, con muy poca y ninguna legitimidad, no estaba preparado para lidiar con el enfrentamiento al desafío de abordar la problemática. Y creyó el gobierno que luego de un desempeño plagado de corrupción y favoritismo, igual que de persecución y asesinatos selectivo de líderes sociales, podría imponer nuevos impuestos y se topó, hace un año con el coraje de un pueblo que no está dispuesto a seguir soportando la desidia y el abandono a su suerte y que a cuento de una democracia ficticia y solo de apariencia, se desconozcan las justas demandas de un pueblo irredento que pronto está para gestionar el cambio político más grande en más de un siglo.
Satanizar e imputar sacrilegio a un pueblo, que como el nuestro, lo único que quiere es construir una casa digna para todos, a cuenta de que la indignación popular no tiene sustento, es querer justificar a quienes si han ejercido violencia por tanto tiempo y a la postre, los únicos responsables de la caótica situación actual, en donde la injusticia, la desigualdad y la violencia son las monedas de curso corriente y de la que es necesario salir cuanto antes, porque ningún ser humano merece vivir postrado ante la bellaquería, que es lo que ha estado ocurriendo en medio de un terrible silencio sepulcral.
El Problema en Colombia, como en Panamá, no podrá resolverse al margen del pueblo. Volvámonos a Dios y hagamos obras de justicia, que son más valiosas que cualquier sacrificio y seguramente tendremos un extraordinario futuro que nuestra juventud clama y no está dispuesta a perderlo, sin antes, pelear en las calles e incluso, hasta ofrendar sus vidas.
¡Así de sencilla es la cosa!
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