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LA VIDA ES COMO LA TRAYECTORIA DE UN RÍO

(Fragmento de la segunda edición de Punto en Azul)

Por Gonzalo Delgado Quintero

 

La vida así como el río son parte de un ciclo natural, mágico y divino. Observamos que el río se origina en un manantial u ojo de agua, en lo alto de la montaña.

El manantial, popularmente conocido como ojo de agua, es un punto de salida natural subterránea que fluye bajo presión, hacia la parte superior de la tierra. En la montaña el agua se filtra originada por la lluvia o la nieve que cae de la nube cargada y luego emerge en esa naciente en otro punto inferior y de desde allí su gran recorrido. Ese río recorre montañas, llanuras y selvas, hacia su destino final que es el mar, donde desaparece o mejor dicho se integra también como parte.

La vida, en tanto, que pareciese surgir desde la nada; sin embargo, también es parte de un ciclo continuo. La abstracción del pensamiento hegeliano de la nada y el ser y el ser y la nada, es precisamente ese ciclo continuo que se produce en su infinita magnificencia, incluso, con tan solo el atisbo imperceptible de una mirada que impone, natural, la atracción inevitable que induce a la concepción como resultado. Esa energía vital es posible desde la cúspide de un encuentro de cuyo efluvio brota el manantial del milagro de la vida, mágica y divina y desde allí, también se inicia el gran recorrido de esa nueva criatura hasta su destino final.

Es el principio y fin observados en el ámbito de la individualidad. Todo tiene su final, entona el cantante de los cantantes. Y es que en esa línea de pensamiento, conducta y hecho, el ser humano, socialmente culturizado, ha fijado medida a todo, incluso al tiempo. Milenio, siglo, década, lustro, año, mes, día, minuto, segundo, centésima, milésima. También le ha puesto medida a la distancia. Leguas, millas, kilómetros, metro, pulgada, centímetro, milímetros. Al peso etcétera.

Sin embargo, frente a la naturaleza, esas medidas son solo guías, porque en realidad, lo que percibimos son las circunstancias de la estructura material de nuestro universo, de nuestra galaxia, de nuestro sistema solar, de nuestra tierra y en ella, el día y la noche. Luz y oscuridad. Y para entenderse asimismo de mejor manera, al margen de ese universo material, los seres humanos hemos creado un universo paralelo abstracto e idealizado matemáticamente y es el mismo a vez. Inverosímil, pero se ha logrado unir lo concreto con lo abstracto.

A partir de lo que concretamente percibimos como día y noche, por ejemplo, es entonces, desde allí, que comenzamos a medir todo lo que nos rodea, incluso hacemos cálculos astronómicos a lo que ni siquiera está a nuestro alcance, como es el propio universo. El ser humano logró medir la velocidad de la luz y dio sentido lógico, aunque bajo abstracción, a la propia circunstancia de la vida y la muerte, el ser y la nada. Lo observamos tan solo en un pequeño ejemplo, cuando definimos hoy, el promedio de vida de los seres humanos en la actualidad, fijados en años. Incluso, en que países se vive más.

Podemos ver la paradoja que se define como la idea extraña, opuesta a lo que se considera la opinión general o con una contradicción lógica pero cuyo contenido es verdadero”. Me refiero a lo que para las personas en general son el día y la noche. Y es que para un individuo humano éste observa en realidad mejores detalles en el día que en la noche, pero ve menos lejos, porque es la oscuridad de la noche  que le permitió ver las estrellas y fue entonces, que pensó que era divina creación. Observó más lejos en la oscuridad y en un momento dado hasta fueron guiados a lo divino por una estrella.

Cierto es que como individuos tenemos un tiempo muy corto de vida, pero la continuidad e inmortalidad de los seres humanos no es de carácter individual sino colectivo. Al final, cada persona nace y muere. Sin embargo, el colectivo sigue y la inmortalidad está asegurada en la continuidad reproductiva, que de por sí, está programada en el cerebro de cada persona, asegurando la especie que sigue siendo la misma, hasta que quizás después, mutemos como en efecto nos sucedió hace millones de años atrás y seamos más inteligentes que hoy. A lo mejor con el tiempo, se ha de lograr la inmortalidad individual. Estamos trabajando en eso.

Como individuos nos parecemos al río y su miedo de enfrentarse al mar. Miramos para atrás, nos negamos de manera infructuosa, muchas veces, a proseguir y continuar nuestro recorrido. Y es que también, como personas, debemos afrontar nuestro ineluctable destino y aunque nuestros temores que llevamos encima, nos hagan temblar, lo que para nosotros debe contar e importar es el recorrido que hemos hecho y el buen ejemplo que queda de nosotros.

Ese actuar en recíproca presencia, debe formar parte de esa herencia que debe ser repartida entre los que te sobreviven cuando nos hayamos adentrado y retornemos al insondable y misterioso océano de la nada que solo es vencida por ese que es nuestro legado que trasciende nuestras existencias corpóreas. Acaso no es esa la mejor forma de no desaparecer sino convertirnos en parte de ese universo ideal.

Al final, después de reflexionar sobre las líneas anteriores, que justificaría por ejemplo, un genocidio, una guerra, un conflicto, la prepotencia de un déspota donde quiera que esté, si en conclusión, este tipo de proceder irreflexivo, solo expone el instinto de lo más primitivo de nuestro cerebro triúnico. Algo muy evidente en nuestros días.

Según Khalil Gibran: “Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo, mira para atrás, para ver su recorrido, para ver las cumbres y las montañas, para ver el largo y sinuoso camino que abrió entre selvas y poblados; y ve frente a sí un océano tan extenso que entrar en él solo puede ser desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera: el río no puede volver, nadie puede volver, volver atrás es imposible en la existencia. El río precisa arriesgarse y entrar en el océano. Al entrar, el miedo desaparecerá, porque en ese momento sabrá que no se trata de desaparecer en él, sino de volverse océano…” (El río y el océano)

El río necesita aceptar su naturaleza y entrar al océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo. Porque solo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano, sino en convertirse en océano…Khalil Gibran.

 

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