Por: Dr. José R. Acevedo C.
Uno de los cuentos más emblemáticos y profundos, del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, es precisamente “Ojos de perro azul”.
Me contó Simeón que lleva cinco años soñando con una desconocida. Entre y durante ellos, sin buscarlo surge un amor pasional y excepcional. Sabe que ambos son casados porque en la cabecera de la cama, ha visto una foto de ella durante una boda y por tratarse de un sueño, no hay traición. Él intenta no soñar, a ella le sucede igual, sin embargo, la atracción es absolutamente vivencial, incontenible e insuperable, aun dentro del mundo onírico que les envuelve y arrasa.
A diferencia del protagonista del cuento del renombrado premio nobel, él recuerda al día siguiente cada detalle de su sueño. Ella jamás le ha dicho su nombre.
No tiene ninguna pista para empezar a buscarla. Recuerda una cabaña con vista al pacífico, sobre un acantilado y el rompimiento de la marea con suavidad como la seda y apacible como la calma, y las sábanas coloreadas que cubren la cama, sin almohadas, con grandes cojines donde se puede esconder todo recato y vergüenza ante la desnudez. Recuerda la fresca brisa que escurridiza entra por las ventanas y hace que la cabellera de ella se balanceara seductoramente, mientras sus labios de fuego vencen al frío de la noche o del despertar, provocando un incontrolable frenesí de pasión, que cada noche los deja exhaustos.
Ninguno antes se ha hablado, solo existe ese encuentro nocturno. Simeón me dice que anoche, por primera vez escuchó su voz, seductora como su cuerpo y como en el referido cuento, ella le dijo “ojos de perro azul”.
Le dije a Simeón que emprendiera una búsqueda, empezando por cabañas sobre riscos frente al océano pacífico. No dudó en hacerlo, le acompañé. Recorrimos miles de kilómetros, toda la costa de la mar tranquila y ni una sola pista de ese celestino lugar.
Continuamos la incesante búsqueda, nada nuevo encontramos, ni rastro de ella o de la cabaña. Casi ya rendidos. Simeón, mi alma, a quien desde hace mucho tiempo así le nombré, fuimos a tomarnos un café antes de emprender el camino de regreso.
Era una cafetería rústica, estilo cabaña de montaña y la mesa de una sola pieza de roble en su forma natural cuando fue cortada. Decidí fumar un cigarro antes de hacer el pedido, fui al área de no fumar, la brisa olía igual a aquella que cada noche era testigo silente del desvarío y miré el paisaje, vi un risco muy parecido a aquel donde estaba la cabaña, pero ahora no existía nada, solo una gran roca plana yerma que permitía ver más allá del horizonte del profundo del mar, seguramente diciéndome que ella es tan solo una visión, su hija que me envió para expresar que no he de temer a la mar porque tiene cosas hermosas.
Ya había aceptado mi derrota y terminaba el segundo cigarro, mientras mis manos estaban apoyadas sobre las barras del balcón, se me acercó la camarera, hermosa mujer, de ojos claros, voz angelical, una diosa, perfecta como Galatea la de Pigmalión, y con su tenue voz, dijo señor “desea algo para tomar o comer”, le dije que solo un café y al darse la vuelta, exclamó “ojos de perro azul”. Dudé si de verdad era la mujer de mis sueños, era distinta, pero había algo en ella que representaba parte de mis sueños. Entonces comprendí, ya conociendo que su nombre es Pandora, que los sueños, sueños son y la realidad muchas veces es solo una apariencia engañosa, e incompleta. Ella finalmente me acompañó al café y a Simeón le dijo, así:” te conozco de mis sueños, cada noche, durante estos cinco años”. Así como arte de magia, la camarera desapareció. Me dirigí al cajero de nombre Espectro y le pregunté por ella, lo vi desconcertado, desconocía cual camarera me refería. Se la describí y me contó, así:—No puede ser, ella se encuentra en coma inducido en un hospital de la ciudad. Nadie conoce a ciencia cierta qué le ocurrió. Me dicen que antes de desvanecerse, se le escucho pronunciar, la frase ”ojos de perro azul”. Su madre Esperanza de Espera, comentó por el pueble, que la tristeza y la depresión la llevaron a ese estado. También en su cuarto encontró un diario que estaba oculto de su esposo, en la que describía a un hombre que cada noche la amaba y ella a él. Esto es todo lo que le puedo decir, a usted.
Le dije—Gracias por contarme esta historia, pero le aseguro que ella estuvo tomando un café conmigo, hace un momento—
—-No puede ser, ella está en el hospital, en ese estado que le conté—me replicó Espectro.
Simeón me aconsejó regresar a la ciudad y preguntar en el Hospital San Vidente. Conocíamos que su nombre es Pandora Guarda Esperanza. En cuatro horas habíamos llegado a la ciudad. Fuimos directo al Hospital, preguntamos por ella y la joven del registro médico, me informa que justamente hacía una hora le habían dado de alta.
Simeón empezó a transpirar copiosamente frío y cayó en la misma depresión. Recuerdo que al caer, el personal médico corrió y después de seis meses, regresamos al mundo real. Durante ese tiempo no tuve visita, nadie preguntó por nosotros. Al revisar el teléfono móvil, encontré un número marcado reiteradamente. Marqué y me contestó Espectro, me dijo que Pandora había regresado.
Empacamos nuevamente, dispuestos a encontrarla conducimos cientos de kilómetros hasta la Cafetería “Sueños Realizados”. Eran las nueve de la mañana, había mucha gente. Mis ojos desesperados buscaron en cada rincón, ella no aparecía.
En la terraza vi a una mujer, semejante a ella. Con paso firmes, con los pálpitos del corazón en casi arritmia, llega hasta ella y le llame— Pandora–. Se da la vuelta y me pregunta así.
¿Señor quién es usted?
Respondí.— Ojos de perro azul—
¿Qué me dice? Me preguntó ella.
¿Disculpe joven, su nombre no es Pandora?
—-No. Me llamo Sueño. Pandora era mi hermana, quien murió de tristeza hace un mes. Vine a su funeral y me quedé desde entonces. Éramos hermanas gemelas y nadie lo sabía.
¿Por qué está llorando, así desconsolado, señor?
Respiré profundamente, tomé un breve tiempo para responderle y le pregunté. ¿Tiene tiempo para escuchar una historia de un extraño, que conoció a su hermana solo en sueños?
Intrigada Sueños, respondió—Sí, por supuesto. Vamos a aquella mesa y tomamos un café.
Escuchó atenta toda la historia y luego se sonrió enigmáticamente y me dijo—Conocía cada detalle de tus sueños. Era yo la mujer de la cabaña. Pandora solo fue un enlace espiritual, que no comprendió porque no hacía nada para hacer realidades mis sueños y sufrió por mí, al no verme feliz, pudiendo hacerlo. No sabía que ella era capaz de morir de tristeza por mí.
Le tomé de sus manos tibias y suaves, le limpié sus lágrimas que bajaban por sus mejillas, la abracé fuerte. Así estuvimos un tiempo, totalmente callados y luego, ya no había recriminación, autocensura, ni angustia. El calor de nuestros cuerpos nos consumía y los labios apresurados se encontraron en un frenesí de besos. Se fue la mañana, igual la tarde y nos dimos cuenta del mundo real, porque Espectro cerró la Cafetería.
Después de esta aventura, ya no he vuelto a soñar con ella. Ahora es quien me espera despierta sin importar la hora, y soñar juntos, sin clave alguna.
Seguramente esta historia es para usted.
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