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En la hora de la pausa.|

Como despedida terrenal del catedrático y luchador popular, Doctor Raúl González.

Por: Julio Bermúdez Valdéz

Nos conocimos en los barrios, en 1975, cuando coincidíamos en la necesidad de rescatar a una juventud para la lucha social del país. Raúl trajo a los Comités de Juventudes Barriales (CJB) a la muchachada de Concepción La Vieja, que se sumaba así a la de San Isidro, Curundú, Tocumen, Salamanca, San Cristóbal, Concepción la Nueva, Brooklincito y Cabo Verde. Reynaldo Hidalgo y David Rodríguez, hermano de Demóstenes, llegaron con él, y con él también llegó el entusiasmo y el compromiso, la convicción de que esa juventud merecía mejor destino.

Estuvo un año con nosotros, junto a dirigentes como Luis Néstor Esquivel y Amílcar Ortiz, ya fallecidos, organizando, movilizando y formando a esa juventud en los compromisos que le eran inherentes. Estudiaba en el colegio José Dolores Moscote y hacía fila en la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP). Luego se fue a estudiar derecho a la URSS, meta que logró y que le permitió ser catedrático de derecho constitucional en la Universidad de Panamá.

Pero Raúl González jamás concibió la profesión lejos de la militancia y el compromiso. Por eso no me fue extraño verlo enrolado en las luchas por una constituyente originaria. Venía de las entrañas populares, de esa vida con que se muerde la injusticia y jamás de se deja de luchar por un mundo mejor.

Su presencia en la lucha por una constituyente originaria solo era otro capítulo de ese largo camino de batallas sociales en las que inscribió su vida, de la militancia consecuente, indeclinable y que trata de aportar desde el ángulo en que se está lo que se pueda con tal de alcanzar peldaños superiores para el colectivo social. Sencillo, buen amigo, solidario… es casi imposible creer que haya partido, al menos no lo admito todavía, porque Raúl no era de los que se restaba. Solo la muerte podía separarlo de su puesto de combate.

Él cumplía con la máxima aquella de no se trata de tener luchadores para un día o dos, para semanas o meses, sino para toda la vida. Hasta luego hermano, tu partida nos deja en suspenso, como si no hiciera parte de plan de nuestra existencia humana. Qué silencio, qué pausa “Picarito”…la lucha continúa. (JBV)

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