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AnaCris Guzì: Lo que nos hagamos los unos a los otros nos lo estamos haciendo a nosotros mismos.

Una crónica de la guerra en el medio Oriente, vista por una mujer, madre y esposa, de origen italiano, que vive cerca del escenario de los hechos y que devela grandes verdades en un escrito que lo hizo para sus amigos y familia, pero que aquí se lo compartimos porque es una verdadera joya, surgida desde la angustiosa circunstancia. Esto fue escrito el 13 de octubre en la mañana.

Su lenguaje llano y sencillo logran compenetra al lector con esa dramática realidad que no es fácil de entender, donde se mueven sentimientos encontrados y pasiones humanas.

 

Por: Ana Gris Guzi.

Familia y amigos, todos han estado pendientes y preocupados por nosotros. Les comparto algo que escribí resumiendo un poco cómo estamos, de verdad.

Desde que empezó la guerra el sábado pasado he recibido mensajes de muchísima gente, familiares, amigos y conocidos. En todos los mensajes la primera pregunta que me hacen es ¿ustedes cómo están? Mi respuesta siempre ha sido: aquí estamos bien; por ahora nuestra zona está relativamente tranquila.

Esto obviamente no quiere decir que estemos bien anímicamente. Todo lo sentimos muy cercano, porque nosotros también vivimos bajo ocupación militar y conocemos la asfixia que produce la opresión israelí.

El ataque nos tomó por sorpresa, no porque fuera algo inesperado, sino por su sofisticación y magnitud. Gaza es una olla a presión. La mayoría de sus habitantes son refugiados de otras partes de la Palestina histórica – hoy en día Israel -, que han vivido por 75 años sin autodeterminación y en condiciones infrahumanas. Llevan 17 años sobreviviendo en una cárcel a cielo abierto, dónde tres fronteras están selladas por Israel y la cuarta está controlada por Egipto, que abre y cierra cuando le da la gana y da paso sólo a personas con permisos especiales y de una edad determinada. La mayoría de la gente en la Franja vive de la ayuda humanitaria. El nivel de desempleo es desorbitante; el agua, la luz, el combustible, las medicinas, los alimentos, los materiales de construcción, todo, absolutamente todo lo que entra es controlado por Israel. Por eso la resistencia cavó túneles para poder entrar bienes, y también armas y materia prima para construir cohetes, por debajo de tierra. De esta forma, como roedores, han sobrevivido por años.

No todos los habitantes de Gaza son partidarios de Hamas. Hamas se tomó el poder por la fuerza en el 2007 cuando, después de haber ganado las elecciones parlamentarias, la comunidad internacional encabezada por Israel y Estados Unidos se rehusó a aceptar el resultado de las elecciones. Vino un conflicto interno con Fatah, el otro partido político mayoritario, y los territorios acabaron divididos: Gaza controlado por Hamas y Cisjordania por Fatah.

Hamas es un partido político con un brazo armado, las Brigadas Qassam. En virtud del bloqueo y las múltiples guerras a las que ha sido sometida la Franja de Gaza, donde la población no puede escapar y está desprotegida, esta resistencia armada ha ganado más y más adeptos; jóvenes motivados por el dolor, la angustia, la pérdida de seres queridos y la desesperación durante todos estos años de conflicto se han unido a la lucha armada para buscar la libertad y vengar su sufrimiento. Estos militantes son como animales salvajes enjaulados, sin nada qué perder. Se dedicaron a armarse y entrenar bajo tierra para escapar de su captividad y hacer pagar a su verdugo. La operación para salir fue impresionante, y humilló el poderío y el orgullo israelí. Oficiales Israelíes culpan a Irán – que ha sido aliado de la resistencia -, en un esfuerzo por minimizar la vergüenza que los militantes les han hecho pasar y por encontrar por fin una razón suficiente para declararle la guerra.

La olla de Gaza empezó a pitar varios días antes de que esa barrera «impenetrable», armada con la última tecnología israelí, fuera abatida con tecnología casera y los combatientes se desbordaran como agua por un dique roto, por cielo mar y tierra, dando un sentido literal al nombre de la operación: la Inundación de Al Aqsa.

Muchos políticos y voceros de Estados dijeron que había sido un ataque no provocado. Si 75 años de ocupación, 17 años de bloqueo, 6 guerras mayores, la opresión y exterminio de toda una población, y los esfuerzos del gobierno extremista israelí por apoderarse de la Mezquita de Al Aqsa y el Domo de la Roca, que constituyen el tercer lugar más sagrado del Islam, no son razón suficiente, no sé qué lo es.

Egipto advirtió a Israel con varios días de anterioridad sobre el ataque, pero Israel hizo caso omiso de la advertencia. Distraídos en sus divisiones internas y ocupados en custodiar a los cientos de miles de colonos que tienen apoderándose de Cisjordania, los israelíes fueron sorprendidos con los calzones abajo por el ataque y, entre el shock y el aturdimiento, se demoraron en reaccionar.

Las consecuencias fueron funestas; la masacre, brutal. Los colonos son considerados civiles a menos que sean parte del Ejército, pero no por la resistencia. Ellos los consideran usurpadores de su tierra, por eso los ven como targets legítimos. Pero nada lo justifica. Fue una hecatombe.

Aprovechando la coyuntura, Israel se ha dedicado a promocionar propaganda, mucha de ella inventada, para equiparar a estos militantes con Isis y así justificar el genocidio de la población de Gaza. Seguramente querrán apoderare del territorio y expulsar a los sobrevivientes a Egipto sin derecho de retorno, como están los siete millones de refugiados palestinos de las guerras de 1948 y 1967 en Cisjordania, el Líbano, Jordania, Siria y Egipto.

Ahora la comunidad internacional dice que es inaceptable el asesinato de civiles, por eso van a financiar al ejército israelí para que pueda acabar con la población civil de Gaza. Para ellos los palestinos no son civiles. Sólo los israelíes. Las potencias son bien selectivas cuando se trata de caracterizar crímenes y violaciones a los derechos humanos. Son crímenes de guerra si son contra Israel; son derecho a la defensa si son contra Palestina.

Uno aquí se acostumbra a esa doble moral, a saberse abandonado y desprotegido, a saberse considerado menos humano que los vecinos. Así se habla ahora de Gaza. Los generales israelíes los llaman animales, como si los dos millones y pico de palestinos que allí viven fueran los militantes que cometieron el ataque; como si todos fueran culpables y hubieran escogido nacer, vivir – y morir – allí. No todos apoyan la violencia, pero todos quieren ser libres. Ese es su crimen.

En Gaza viven familiares de Omar, amigos, colegas y conocidos nuestros, todos gente valiosa, ajena a la resistencia armada, que ahora espera con angustia y desesperación la muerte. Morirán ya sea por las bombas, o por la falta de alimento, agua, medicinas, electricidad y combustible para poder mantener los hospitales en funcionamiento.

Desde mi casa, a cerca de 100 kilómetros de Gaza y 70 kilómetros de Tel Aviv en línea recta, sentimos los ecos de las explosiones y vemos con angustia lo que están viviendo nuestros amigos. La incertidumbre es mucha. La esperanza, ninguna. Todos conocemos la intención de Israel. El mes pasado, Netanyahu mostró en la ONU un «mapa de Israel» que incluía a Gaza, Cisjordania y el Golán, que es territorio Sirio. Hace poco lo había hecho también su ministro de finanzas Smotrich, un colono fundamentalista, en otro foro internacional.

Gaza y Cisjordania constituyen cerca del 22% de la Palestina histórica. Más del 60% de Cisjordania está ahora destinada a asentamientos de uso exclusivo de judíos y sus tierras circundantes. Falta pues poco para lograr el sueño del sionismo: conquistar toda la Palestina histórica, limpiar el territorio de sus habitantes árabes, y establecer por fin el estado judío que tanto han soñado.

¿Cómo estamos entonces? Pocas palabras pueden describir lo que estamos sintiendo los que estamos aquí, y en mi caso siendo hija adoptiva de esta nación. La sensación de impotencia e injusticia es abrumadora y oprime el corazón.

En lo personal, estos sentimientos, fruto de la naturaleza humana, se debaten con mi parte espiritual, que en el último año ha sido vigorizada después de una larga crisis de fe.  Como le he dicho a mi familia y amigos cercanos, creo que Dios me estaba preparando para este momento, que me encontró con un convencimiento profundo de que bajo toda esta realidad absurda y tenebrosa hay una infinita sabiduría y que estamos muy literalmente en manos de Dios. Esto no quiere decir que nuestro bienestar físico esté garantizado, sino que pase lo que pase estamos con, y somos en, Dios.

En este plano físico, uno de los ejercicios más difíciles es no llenarse de odio, resentimiento y rencor con los horrores que se cometen de parte y parte. Yo estoy recurriendo a la siguiente verdad que he descubierto después de ver confluir en ella todo lo que he aprendido sobre física clásica y cuántica, teología, religión, neurociencia y experiencias místicas y cercanas a la muerte: que el mundo físico es una ilusión, una simulación, un holograma creado para tener la experiencia del contraste y la dualidad que no podemos experimentar desde nuestra naturaleza espiritual, como alma y conciencia que somos en esencia.

Las experiencias que vivimos como seres físicos en esta realidad en tercera dimensión, en el espacio-tiempo, tienen un propósito. Su fin es enriquecer nuestra alma, que hace parte de ese todo que es Dios, esa unidad de la que todos provenimos, de la que hacemos parte como gotas en el océano, como fotones que brotan del sol. Lo que nos hagamos los unos a los otros nos lo estamos haciendo a nosotros mismos. Todos provenimos de una misma fuente, y a ella regresamos para entender la ceguera y amnesia en la que nos sumergimos cuando venimos a esta realidad física.

En estos días de angustia, vuelvo con frecuencia a esta convicción, que he alcanzado después de mucho buscar, investigar, indagar y suplicar, y me recuerdo a mí misma que esto no es real. Que esta vida es un soplo cuando vista desde la atemporalidad del alma. Y aunque mi cuerpo siente angustia y miedo, mi alma me tranquiliza y me hace distanciarme de lo inmediato para ver «el bosque» detrás de los árboles en llamas.

No es fácil transmitirle esto esto a mis hijos. están muy chiquitos para comprender. Por eso le ruego a Dios, a esa Conciencia que está en todo y en todos, que me de paz, y que pueda transmitirle esa paz y esa confianza a los niños. Rezo también para que esto termine pronto, y lo que sea que tengamos que aprender de todo esto lo entendamos rápido, todos, palestinos e israelíes, y el mundo entero que, en este momento arde en tantas partes.

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