Editorial
La tarea de la reconstrucción del país y sus instituciones, acosadas y asoladas por la corrupción, es una labor casi quijotesca pero irremediablemente necesaria e ineludible.Los que pretendemos salvar la dignidad nacional, enfrentamos la desidia y hasta la oposición abierta de quienes han sembrado la semilla de la vileza.
Los que destruyeron en forma deliberada y sistemática al país, no vendrán a reconstruirlo, tampoco lo harán quienes le sirvieron con su silencio cómplice a encaramar a la indecencia.
Desde la historia, siempre ha habido quienes no escarban ni prestan la coa. También, los ha habido traidores, quienes medran de la desgracia y hacen negocios con nuestra vulnerabilidad.
Ninguna alianza podemos establecer con los perversos, así como ninguna comunión tienen la luz con las tinieblas.
Tenemos que, con mucha sabiduría y extraordinario trabajo, restaurar y reconstruir todos los muros caídos, nuestras instituciones nacionales, sin las cuales, la vida digna se hace ilusoria.
Le tocará a los más humildes, a nuestro pueblo, a sus intelectuales y artistas, restaurar con la ayuda de Dios, lo que los que se creían fuertes, dilapidaron con crueldad.
El vivir en dignidad, como aspirar a nuestra propia felicidad como pueblo, es una decisión. Se puede vivir sin decoro, pero esa no es nuestra opción.
¡Por un país decente y una patria para todos!
¡Así de sencilla es la cosa!
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