En los primeros meses, desde que el actual gobierno empezó a gobernar (igual durante la campaña electoral), el discurso político hizo gala de que el país se enrumbaría por los caminos de un gobierno de unidad nacional.
Hace pocas semanas, el gobierno trajo nuevamente la cuestión de la unidad nacional.
Sin embargo, la narrativa de una gobernanza para un gobierno de unidad nacional, nunca se manejó con la seriedad que demandaba semejante planteamiento.
El argumento de la unidad nacional se redujo a pura retórica falsaria.
Lo anterior, ni siquiera existió amago alguno de caminar por esos senderos. Todo lo contrario, la calavera resultó mas ñata al punto que, los gobernantes, endosaron su apego a la empresa privada. Fueron tan radicales de señalar que su gobierno era de la empresa privada.
Nada que ver con el discurso y la narrativa de una gobernanza de unidad nacional.
Tal narrativa vino a resultar un duro golpe a la democracia y a la concepción de un estado de derecho, mediatizado por una cultura de participación ciudadana .
Lo poquito que se había avanzado en materia de consulta y diálogo social, fue desandado.
Un sujeto del cual no se puede prescindir de cara a un gobierno de unidad nacional, son los trabajadores y sus organizaciones sindicales.
Ocurrió lo contrario, el gobierno arremetió contra los sindicatos con el objetivo de destruirlos y anularlos. Cierto que la unidad nacional no se ha dado en los últimos gobiernos, pero si hay experiencias que no fueron tan lejos, como lo ha hecho el actual régimen.
Una característica de la actual gobernanza, anular todo lo que implique el disenso crítico. Recién la iglesia católica recibió algo de esa dosis de impugnar todo lo que no está alineado en ese hacer mediador del gobierno.
A propósito de esta opinión, me ratifico en el hecho de que, el país, difícil avanzar, por caminos donde la democracia no es participativa y el estado a venido a menos.