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22 años de Tratados de Libre Comercio en Panamá. Las ilusiones se esfumaron.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

Recuerdo muy bien cuando los propagandistas de los primeros TLC, nos decían que serían una maravilla, que teníamos que abrir las puertas, si queríamos acceder al desarrollo económico y social y que si no accedíamos seríamos arrasados y tirados al basurero del abandono.

Muchos teníamos serias dudas sobre las bondades que con tanto afán declaraban los impulsadores oficiosos de estas asociaciones y tratados de comercio que vinieron a ser pactos de burro amarrado con tigre suelto, tal como lo presumíamos.

La arquitectura jurídica de la impunidad que gobierna desde hace décadas las economías de la región y en la que disminuyó de manera dramática nuestra capacidad de maniobra como país, y en la cual los únicos altamente beneficiados, fueron los importadores que además, impusieron reglas como la Aupsa, que permitió una estocada mortal a la producción nacional y una gran bonanza a los sectores importadores que, terminaron por sepultar por ejemplo a nuestro sector agropecuario que, ahora solo representa el 1.8% del PIB, pero de él depende más de 34% de la población nacional.

En 1994 se firmó entre Estados Unidos, Canadá y México el primer TLC, han pasado más de 26 años. Desde entonces el poder corporativo de las empresas transnacionales y el modelo de desarrollo asociado a sus negocios no ha dejado de crecer. A pesar del naufragio del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) en 2005, los acuerdos de comercio e inversiones no detuvieron su avance y aun hoy sigue creciendo y reconfigurándose.

Todo lo que ha ocurrido merece un obligado balance y un análisis crítico. Porque de sus promesas iniciales, los TLC, produjo una gran cantidad de impactos negativos que, a la luz de la evidencia, han demostrado ser verdaderos mitos que se esfumaron como vanas ilusiones y un majestuoso engaño para nuestro país y el resto de ellos países de la región latinoamericana.

Recuerdo muy bien que, en el gobierno de Martín Torrijos, siendo ministro de Comercio e Industrias el hasta hace poco tiempo ministro de Relaciones Exteriores de Cortizo, Alejandro Ferrer, tenían una carrera para firmar y cerrar la mayor cantidad de Tratados de Libre Comercio que nunca fue verdad que le sirvieran al desarrollo económico nacional, sino solo, para el sector importador.

El neoliberalismo se afincó, pero también la corrupción creció a niveles insospechados y los supuestos mecanismos de control que debieron activarse, fueron puestos en el anaquel de la inmovilidad para poder materializar el gran atraco.

En este periodo, las principales industrias nacionales fueron vendidas a capitales internacionales de modo que, hoy, los panameños, somo menos dueños de la actividad económica y de sus decisiones en general.

Estos tratados, que desmantelaron la estructura de impuestos a la importación, nos han llevado a una situación en la que hemos perdido incluso la soberanía alimentaria y estamos a merced de factores internacionales, porque al exonerar también de las obligaciones tributarias a las grandes fortunas, surgidas de esta perversa acumulación de capital de pocos sectores, el Estado, para pagar planilla y mantener un mínimo de actividad de inversiones, se alimenta ahora con préstamos internacionales, en medio de la pandemia y a nadie se le ocurre actuar con sentido de contención y arroparnos hasta donde la manta nos alcance.

Es la intención de este artículo, iniciar un debate sobre el balance necesario que debemos realizar los panameños desde un punto de vista crítico, a los efectos de poder hacer los correctivos necesarios de acuerdo con nuestro interés nacional, para no terminar vapuleados por no tomar la decisión de examinar y corregir los pasos y el rumbo de nuestra nación.

¡Así de sencilla es la cosa!

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