El Periódico de Panamá Revista de Análisis Político, Económico, Social y Cultural.
Por: Isis Jaén
A medida que crecemos el círculo de amor ilumina y apaga otras áreas, porque nuestros seres amados se han ido y nuevas personas entran a nuestro alrededor. Durante nuestro caminar y los años, algunas personas serán como la luciérnaga, entran y se van, otras, aunque vivas, serán trasladadas al área de oscuridad, ya que nos hacen daño y es mejor poner distancia.
Seremos engañados, seremos decepcionados, seremos humillados, pero también seremos bendecidos en medio de lo confusa que puede ser la vida, toda una montaña rusa de emociones, con caídas inesperadas, curvas peligrosas y acontecimientos que suceden más rápido de lo que podemos asimilar. Hay momentos, sobre todo, cuando estamos quietos, que nos preguntamos qué ha ocurrido, porqué no tuvimos tiempo, en medio del maremagnun de deberes, lealtades, enemistades, amores y rencores, de saber a dónde nos llevó el camino. Ayer me di cuenta de que el paraíso no es un lugar a donde vamos o que al paraíso se llevan acompañantes.
El paraíso lo llevamos por dentro y somos capaces de transformar un valle de lágrimas en nubes blancas de meditación. Somos capaces de hacer de la tierra polvorienta, un jardín de flores. Somos capaces de extraer lágrimas de felicidad de los ojos de la gente, sólo si queremos hacerlo, porque la disposición es la varita mágica que hace que todos los sueños se vuelvan realidad.
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