Julio Yao Villalaz
No necesitaba mirarte para verte,
ni tocarte para sentirte,
ni escucharte para oírte,
ni posar mis labios en tus labios
para besarte,
ni llamarte
para despertarte.
Pero, ahora, sucede algo extraño:
Te miro, pero no te veo;
te toco, pero no te siento;
te escucho, pero no te oigo;
poso mis labios, pero no te beso;
te llamo, pero no te despierto.
Voló la lumbre de tus ojos cálidos.
¿Acaso un soplo magnético secuestró tu mirada
o un vaho espantoso desorientó tu olfato?
¿Acaso algún espejo encarceló tu imagen
o un conjuro encadenó tu amor a un peñasco
donde no llegue mi voz ni mi mano alcance?
Una fuerza invisible como un filoso rayo
rasga el manto sagrado de nuestras almas
y yo siento desgajarse el universo
en su bárbara placenta.
Tus sonoridades no me alcanzan
o yo no percibo tus sonoridades.
Mis palabras no hacen eco en tus oídos,
vueltos hacia dentro
como un gorrión que cierra sus alas por el frío,
y toda tú
estás como un lago estático, mudo, ¡muerto!
donde ni siquiera la brizna de una hoja que cae
hace ondas imperceptibles,
ni un aletear de peces moribundos
puede revivir el más leve recuerdo.
Invoco el sonido para escuchar tu nombre.
Invoco la luz para alumbrar tu camino.
Busco y no encuentro el pase mágico,
el timbre exacto, la lámpara de Aladino
que me lleve a tus secretos laberintos,
allí donde tu alma, temerosa y desabrigada,
confundida se resiste, se escuda
de los crueles zarpazos
del odio, los celos y el olvido,
y ensaya, temblorosa,
las huellas del regreso
para encontrar la paz junto a mi arroyo.
Yo sé que estás, en alguna parte,
aguardando mi mano, ¿pero dónde?
¿Cuál gélido viento arrancó el aroma de tus flores?
¿Qué mirada torva, qué gesto horrible
nos lanza diabólicas envidias?
¿Cuáles secretas tormentas
borraron el sendero del mañana?
¿Qué oscuras conspiraciones
enturbiaron el agua de nuestra fuente?
¿Qué terrible alud, qué extraña corriente
arrasó el dulce puente de nuestras vidas?
¿Qué fuego perverso derritió el hilo de plata
entre tu nombre y mi nombre?
Busco en vano entre los duros elementos
y no encuentro el polen deseado
para fecundar el hijo del amor,
ni el rocío de tu frente
para refrescar mi melancolía,
ni la luna morena de tu piel
para iluminar esta oscuridad,
ni la nube suspendida de tus plantas
para aligerar mi peso.
¡Nada!
¡Nada en los caminos me habla de tus pasos!
¡Ninguno te conoce! ¡Nadie te ha visto!
No hay rastros de tu sueño.
Abro cada flor con que tropiezo,
¡y no encuentro tu esencia!
Abrazo cada árbol,
¡y no siento tus palpitaciones!
Escucho el canto de los pájaros
¡y no oigo tus acentos!
Me sumerjo en lagos insondables,
¡y no me penetran tus nocturnas humedades!
Acaricio en mis manos las piedras del camino,
¡y no me hablan de tus huellas!
Trago a trago,
me bebo los vientos crepusculares,
¡y nada de tu aliento!
Me cubro de hierbas, me revuelco en la grama
y no fluyen tus cabellos como agua entre los dedos
si no es en el recuerdo.
¡Oh, viento maldito que me robó tu mirada!
¡Oh, espejo maléfico
que aprisionó tu retrato!
¡Oh, pérfido reloj que confundió tu pulso!
¡Oh, trueno estruendoso que invirtió tus latidos!
En nombre de tu espíritu y el mío,
¡que cesen los duros elementos!
¡Retrocedan las horas!
¡Despéjese la niebla!
¡Vuelvan las aguas a su cauce!
¡Corríjanse los caminos!
¡Reúnanse las piedras disgregadas!
¡Aquiétense los árboles!
¡Cálmense los vientos perturbadores!
¡Restitúyanse los puentes!
Y hágase de nuevo la Luz,
para que todo sea como antes,
regrese el mal por donde vino
y vuelva el gorrión a desplegar sus alas.
Extiendo mi mano para alcanzar tu mano:
para mirarte y verte;
para tocarte y sentirte;
para escucharte y oírte;
para posar mis labios en tus labios,
y besarte
PARA DESPERTARTE.
(31 de diciembre de 1979.)
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