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Los caminantes sin sombras.|


Por: Pedro Luis Prados S. In memoriam

La invasión norteamericana de 1989 no sólo trajo consigo el claro mensaje imperial de cuándo y quién decide en este territorio, sino que dejó caer una vez más un manojo de ilusiones en torno a un nuevo Orden Democrático, Representatividad Política, Derechos Humanos y Bienestar Social para que fuera copiado a su imagen y semejanza. Los panameños henchidos de ilusiones se lanzaron a las calles a ofrendar a sus libertadores su admiración, respeto y cuanto tenían en las alacenas para las fiestas navideñas. Una nueva era se abría ante la mirada incrédula de un pueblo que vive de signos y acontecimientos, capaz de leer en los cambios presidenciales, eclipses, nuevas décadas, nuevo siglo o la rosa roja en el barro los presagios de eras o rumbos inéditos para su vida de sobresaltos y miserias.

Pasados treinta años de muertes inútiles y sangre derramada, y de más de media docena de gobiernos empeñados en beneficiarse de la mejor forma de los bienes que pasarían con la reversión del Canal, nos encontramos que las condiciones de corrupción, crisis de institucionalidad, nepotismo, desprestigio internacional y desigualdad vividas antes del Golpe de Estado de 1968, se magnifican y consolidan en la medida que el país es capaz de generar más riquezas, acreditar nuevas deudas y producir más parásitos. Porque, a resumidas cuentas, no ha habido un solo gobierno en estos treinta y dos años de frustraciones y desdichas que haya tomado una iniciativa encaminada a la integración, fortalecimiento y riqueza de la nación.

La tónica general ―por eso insisto que han sido tres décadas bajo un mismo partido― ha sido la venta, donaciones, concesiones, cesiones, contratos leoninos y especulaciones de los bienes estatales acompañada del uso irresponsable de la capacidad crediticia del país que compromete a las nuevas generaciones y cuyo uso nunca han sido debidamente explicado. No obstante, como la condena de Prometeo, los panameños cargan con el fardo electorero cada cinco años con la esperanza en cada ocasión, de que se librarán de la roca a cuestas.  Amante de los mitos, crean nuevos mesías encarnados en gobernantes que sin mucho esfuerzo y a pocos días de mandato, revestidos de incompetencia y sumisión, enarbolan la banderola de las calaveras cruzadas bajo el pabellón nacional.

Por eso no nos sorprende lo ocurrido con las Reformas Electorales, en las cuales muchos cifraron sus ilusiones de encontrar formas más racionales y transparentes de ejercitar el sufragio en un supuesto Estado de Derecho, a pesar de la umbra gris de desprestigio que arrastra como ánima en pena. Algunos comunicadores, analistas y burócratas pensaron que ahora sí, como un conejo sacado del sombrero, los diputados iban a cumplir con su responsabilidad de aprobar medidas que contribuyeran a depurar el proceso electoral, que esta vez, como acto de contrición, iban a enmendar el desbarre cometido con el Proyecto Constitucional. Olvidaron que esas prácticas heredadas no cambian, que eso está en su genética… en su cuerpo… en su sangre… en sus entrañas. Como me decía el amigo Ubaldino, allá en el pueblo, «perro huevero ni aunque le queme el hocico».

Como en una mala película de gánsteres, el cinismo no se agota en el proemio del film, hay que esperar el desarrollo y el desenlace que le corresponde al Ejecutivo y a la Corte Suprema, que sin duda se lanzarán la pelota uno al otro para afectar lo menos posible el acta constitutiva de la «cosa nostra», ya que ambos deben su existencia parasitaria a los conciliábulos y  arreglos de recámara de los “honorables”. Mientras, y sin salir de Hollywood, el pueblo panameño como los muertos vivos que salen del subsuelo, bosques y ruinas desgastan suelas y chancletas buscando un pedazo de carroña, sin atreverse a cruzar el cerco alambrado de los defensores del orden.

País de tránsito y traficantes ―heredero de la vocación farisea de las Ferias de Portobelo en donde aún no había un Cristo que los librara de tentaciones―. Porque tras el esplendor y riqueza que algunos historiadores atribuyen a esas cíclicas llegadas de los galeones y el trasiego de riqueza extraída de los Andes a través del Istmo, lo que daba auge a las ciudades de Panamá y Portobelo, tomaba vida un submundo siniestro de mulas y viajeros degollados, robo de cargamentos en tránsito, falsificación de cargas y contrabando, una historia poco conocida de esa actividad comercial y que hoy se replica en esa disposición tan natural  al fraude, la especulación de precios, la coima y mentiras que con cinismo algunos panameños de hoy enarbolan como naturaleza inherente.

Tengo la plena seguridad que las reformas no serán reformadas, que el subsidio electoral será pagado para el beneplácito de los candidatos acostumbrados a esas inyecciones económicas cada quinquenio, que el repudio con el voto no impedirá se logre la curul, que los votos valdrán lo que los partidos quieran y que los independientes seguirán siendo los patitos feos en el charco de los gallotes. Mientras, los panameños, caminantes sin sombras como muertos vivientes, sin saber que ha llegado el fin de la utopía, siguen arrastrando suelas y chancletas por las calles llenas de baches, pedirán una y otra vez por sus ilusiones pisoteadas bajo la mirada burlona de brujas y demonios en aquelarre parlamentario.

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