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Cancillería panameña: Entre lo errático y el entreguismo.|

Alejados del Legado de Omar, Urge la retoma de un rumbo No Alineado.


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

Era la década del 70 del siglo pasado, muy joven, las noticias que escuchaba era que en Nicaragua, quien se atrevía a oponerse a la dictadura de Somoza, sostenida por el gobierno de Estados Unidos, terminaba muerto, tirado vivo desde algún helicóptero al mar Pacífico o al lago de Managua a los tiburones de agua dulce y lo más que leí y escuché de reproche a esta inconmensurable salvajada, Franklin Delano Roosevelt, de él es la célebre frase sobre el dictador nicaragüense Tacho Somoza: «Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta», que copió después Henry Kissinger al referirse al segundo Somoza. Y reinaba en Nicaragua el sometimiento más cruel que se conozca a un pueblo trabajador. Un gobierno que le importaba un pito con la salud, la educación porque los preferían menesterosos e ignorantes.

Y empezó en esa década la revolución sandinista que triunfa el 19 de julio de 1979. A esa victoria contribuyó el General Torrijos y muchos panameños que extendieron la mano solidaria para poner fin a una tiranía que se ensañó contra su propio pueblo y utilizaba a la guardia nacional como una fuerza personal de imposición de un orden criminal desde el estado.

Estados Unidos, no obstante, sostuvo hasta el último momento a Somoza. Al triunfo del sandinismo, inmediatamente organizó a la contra que la financió con narcotráfico que desarrollaba desde la base militar de Howard en Panamá, y tráfico de armas que vendieron a Irán en ese entonces. Los que estuvieron al frente de esta operación fueron el Almirante John Poindexter y el Coronel Oliver North, que fueron juzgados por tales hechos por el Congreso norteamericano y encontrados culpables, condenados a prisión, pero luego el Gobierno de Bush les extendió un indulto que permitió burlar el cumplimiento de la condena.

Esa guerra sucia a la que quisieron arrastrar a Panamá y que terminó costándonos la cruel invasión de 1989, la desarrollaron siempre desde Honduras en donde establecieron una gran base militar y utilizaron ese territorio como rampa para los sabotajes y todas las agresiones armadas del ejército mercenario que sostenían y que es responsable de miles y miles de crímenes y homicidios que le impusieron a un pueblo como el nicaragüense que, lo que quería era la paz para dedicarse a la reconstrucción de su país.

En Honduras, donde están presentes aún las fuerzas armadas norteamericanas, se han realizado golpes de estado a gobiernos legítimamente constituidos, se han realizado consecutivamente fraudes electorales impresionantes, y quienes gobiernan y han gobernado están vinculados abiertamente al narcotráfico y al lavado de dinero, pero Estados Unidos los reconoce, porque siguen siendo sus hijos de puta y para vergüenza nuestra, las relaciones exteriores de Panamá, han hecho lo propio desde hace más de treinta años.

Ahora, de repente, se rasgan las vestiduras con las elecciones en Nicaragua y hablan de que las elecciones en donde participaron más de 4 millones de electores, no tiene valor.

Pero es que hablan los mismos que reconocen gobiernos surgidos de golpes de Estados que, ellos mismos promueven como el de Bolivia hace dos años atrás, o el reconocimiento a un gobierno surgido sin el consentimiento del voto popular como el de Guaidó en Venezuela, el cual ningún venezolano votó por él para que fuera presidente y peor aún, para que se prestara para endurecer las dificultades de ese hermano pueblo y someterlos por hambre.

La política exterior panameña, debería estar caracterizada por la defensa de nuestra autodeterminación, integridad y soberanía nacionales; por la defensa de los recursos naturales panameños; por las relaciones de amistad y colaboración con todas las naciones; por la diversificación de los países con los cuales Panamá desarrolla relaciones económicas; y consecuente con los principios de libre autodeterminación, no intervención, solución pacífica de las controversias internacionales, no alineamiento, solidaridad internacional, defensa de los derechos humanos, y repudio a todas las formas de colonialismo, imperialismo o hegemonismo. Eso fue lo que hizo Omar Torrijos, que le grajeó el respeto y la consideración de nuestra causa nacional, pero hoy esta política exterior genuflexa nos avergüenza, nos somete al escarnio y nos expone a la deshonra y al peligro de la tutela de nuestra soberanía y autodeterminación como pueblo libre.

Podemos tener consideraciones particulares sobre Nicaragua o cualquier otro país, pero nuestro Estado no puede manejarse con criterios caprichosos y conforme al nivel de nuestra bilis y menos ser instrumento de intereses extraños que no reconozcan primeramente nuestro interés nacional.

¡Así de sencilla es la cosa!

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