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LA DIETA DEL BURRO

Por: Gonzalo Delgado Quintero

Agua y paja, es sencilla la dieta del burro. Qué cosa, aparte, puede comer un burro; solo eso. Él se alimenta esencialmente de césped, con su cubierta densa y verde que permea los pastizales extendidos que se dibujan en los paisajes interioranos. También lo hace de la faragua, la ratana y del forraje, este último, de corta estación vegetativa, de cultivo rápido, sobre todo, para hacer frente a la estación seca.

El burro debe recibir un porcentaje mínimo correspondiente a su peso corporal en forraje limpio consistente en heno de prado, pero en este caso en particular, este animal debe hacerse solo de la paja porque la alfalfa es exclusiva para el caballo cuidado, ese potro exhibido orondo por su dueño en fiestas y ferias. El asno es para la carga.

En potreros con verdes pastos mejorados, allí, si puede el burro alimentarse a satisfacción, sobre todo, en los meses de abundante lluvia. Este tipo de equino no es tan bruto como endilgan; él aprovecha la ocasión y roba buenos alimentos cuando el amo dispone pasto, pienso, compuesto, heno o ensilajes, para ese caballo en cuido. Eso es muy común en los campos del interior del país.

En fin, esa es una dieta muy simple. Igual que el burro, los seres humanos, también, son vegetarianos por naturaleza, aunque los diversos cambios del planeta y nuestro perenne bregar nos ha llevado a lo largo de los tiempos a ser omnívoros. Sin embargo, es necesario recordar que con el transcurrir de nuestra existencia, hemos evolucionado y a veces involucionado para poder sobrevivir con los siglos.

Primero fuimos recolectores, principalmente de frutas y vegetales (seguimos haciéndolo hoy día), durante miles de años, eso nos llevó a desarrollar una estructura molar o dental predominantemente aplanada, típica de los herbívoros; después, cazadores y en algún momento por alguna circunstancia, carroñeros, hasta que nos organizamos mejor hace unos 12 mil años y nos convertimos en agricultores y así, en otras actividades, hasta la fecha. Lo cierto es que el ser humano de hoy es el primate más evolutivamente omnívora de entre los mamíferos.

En estos tiempos apocalípticos, ya se está observando cómo grandes cantidades de humanos han tenido que adoptar conductas depredadoras. El hambre sembrada en países y regiones enteras, no son sino el resultado de otro tipo de depredación dejado por el coloniaje, esa hambruna ya es evidente. Allí, en esos puntos del planeta, no hay ni paja.

Lo peor es que el modelo imperante neoliberal, está creando e incrementando tal nivel exacerbado de depredación a través del saqueo transnacional que nos están dejando como potreros pelados en mes de marzo.

Hay una hambruna mundial en ciernes y cuando madure, nos arropará a todos. La gran contradicción es que este modelo financiero especulativo nos está llevando a la debacle productiva en el campo y la ciudad, dando solo prioridad a una economía de papel y cuando esa burbuja reviente, nos quedaremos en total indefensión y dependiendo de la producción ajena de alimentos, ni para el forraje quedará.

En nuestro país somos tan dependientes y la especulación está a flor de piel que solo nos basta recordar lo que apenas sucedió cuando el inicio de la pandemia de la Covid 19 que impuso comprar hasta por mil veces más caro algunos productos que se hicieron de carácter obligatorio. Recuerdo entonces, que una caja de mascarillas sencillas, que comúnmente se consigue en B/.2.50 la caja, llegó a costar más de B/.30.00 Balboas.

Más recientemente, como ejemplo aleccionador, fue el tema de la falta de mercancías y alimentos a raíz del paro nacional, hace apenas un año atrás. En la ciudad no había productos provenientes de los campos del interior, ni de Darién y en las provincias centrales, Chiriquí y Bocas del Toro no les llegaban las mercancías desde la ciudad capital. Eso simplemente dibuja, lo que en un momento dado, puede suceder en nuestro país.

Llegado el momento de la hambruna global, se darán varios cambios en la conducta de los seres humanos. Incluso involucionaremos a nefastos niveles carroñeros y aun peor, al canibalismo, y no me refiero a la depredación política. Todo conduce a ello, ya inició; el asunto venía hace rato.

Con el supuesto cese de la Guerra Fría, reinició con ímpetu la expansión de los imperios y por tanto, la mayor posibilidad de una conflagración global que desde hace un año inició en Ucrania, aunque el asunto venía de antes. Siempre, absolutamente, todos los conflictos de la existencia humana han sido de carácter expansionista, depredador y por el saqueo de un grupo sobre otro.

Será en ese momento, llegada la hambruna, un escenario tétrico, parecido a lo que ocurre en los meses de sequía en las llanuras africanas del Serengueti. Durante ese tiempo crítico y nefasto, allí, muere una cantidad impresionante de todo tipo de animales producto de la falta de agua. La paja se acaba y muere el herbívoro y también el carnívoro. Solo sobrevive el carroñero, que de tanto comer, como el buitre y el gallote, no pueden levantar vuelo o como la hiena que pasa echada.

También se da otro fenómeno, y es que los primates de la zona, que por lo general son vegetarianos, se convierten en carroñeros. Un reflejo espectral y lúgubre para el hombre civilizado de hoy, observado en la gordura que reflejan los promotores de guerras;  apoltronados, consumidores de cadáveres.

Dicen que las causas de la hambruna mundial, son las prolongadas sequías, los conflictos armados, las plagas, los conflictos político-sociales y otras. Concluiríamos en que muchas veces es lo contrario. El hambre produce los conflictos. Como sea y sobre todo en estos tiempos, con los adelantos tecnológicos a nuestro alcance, la mayoría de estas causas son evitables y las que no, son al menos prevenibles si se actúa con previsión; no obstante, desarrollando las inversiones supraestatales en esa dirección.

Al final, y ya es evidente, que por el camino que transitamos, obligados por poderes más allá de nuestras posibilidades de zafarnos, que insisten en que nuestro destino de país, es por la ruta de la dependencia y que, según creemos, es una estrategia encubierta de exterminio humano dirigido por el poder invisible, al final nos dirige a través de procesos involutivos a posibles estados necrófagos.

En Panamá, sin embargo, debemos con inteligencia y carácter, determinar lo que es obvio y adentrarnos en ese segundo objetivo inconcluso que señaló Omar Torrijos, que implicaba y sigue imponiendo, la necesidad del desarrollo social del país, que no se ha cumplido;  lo que exige la vuelta a la producción del campo, a una especie de revolución verde, un concepto que no es del agrado de los intereses del capital financiero que prefiere mantener bajo el sometimiento y la dependencia a los pueblos del mundo. Si eso quieren, entonces, que sea para ellos y no para nosotros, la dieta del burro: agua y paja.

El autor es periodista, escritor, ensayista y analista.

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