(Primera entrega) exclusivo para El Periódico (www.elperiodicodepanama.com)

Por Gonzalo Delgado Quintero
Hannah Arendt, la gran filósofa, historiadora, politóloga, socióloga, profesora de universidad, escritora y teórica política alemana, en medio de su circunstancia como perseguida de los nazis, una vez dijo que “mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”.
Una aclaración, para mí, necesaria es que por diversas razones voy a escribir sobre Venezuela. Debo confesar que lo hago casi obligado por consecuencia de las repetidas preguntas que tornan de personas a propósito de mi opinión sobre este asunto. Sé que algunos lo hacen sabiendo o creyendo saber cuál es mi postura en este tema tan complejo y de repente así es, tal y como lo piensan.
Las desavenencias entre Estados Unidos y Venezuela, en realidad tiene más de 25 años. Todo inició con el primer gobierno de Hugo Chávez (1999-2001), tras su triunfo en las elecciones presidenciales de 1998 con el Movimiento V República, ocupando el solio presidencial en reemplazo de Rafael Caldera. Chávez asumió el poder el 2 de febrero de 1999.
La presión contra Venezuela se incrementó con la muerte de Chávez. Desde el 2014 se han venido aplicando diversas sanciones; pero en realidad qué hay detrás de todo este entramado. Siempre en el fondo, ha sido el petróleo que lo requieren con desesperación y otros recursos; tierras raras, entre ellos. Ese es el verdadero objetivo.
Ahora bien, este conflicto de más de un cuarto de siglo, ha escalado. El tema para Washington ya no es solo el petróleo que tiene Venezuela, que cada vez se le hace más difícil obtenerlo como lo hacía antes de que se nacionalizara. Y es que el país bolivariano además de haber resistido todas esas medidas de castigo, sabotajes, cercos y demás, hoy, en el transcurrir del conflicto, también ha provocado un impacto tan profundo que ha trastocado la lógica de poder que Estados Unidos había mantenido sobre América Latina durante más de 100 años bajo la Doctrina Monroe.
Este es un punto peligroso de inflexión que impone el sello diferenciado en la esfera global del presente siglo 21 y lo que surge a partir de ese golpe sísmico desde Venezuela está derrumbando esa idea hegemonista de EU hacia su supuesto traspatio. Su dominio en el hemisferio ya no es incuestionable y el cambio geopolítico del país sureño está sacudiendo a Washington lo que repercute de manera contundente y con mayor seriedad de lo que los expertos y tomadores de decisiones aceptan y allí, está el gran error egocéntrico de los estrategas del norte.
Ese gran error estuvo en ver a Venezuela bajo el foquismo de una supuesta debilidad, aislada y dependiente y en medio de la vorágine desatada por EU, de pronto el País de Bolívar se fortalece como arropado por el espíritu del Libertador con nuevas alianzas, con recursos y apoyos estratégicos y encima, con un alto perfil de participación e influencia en decisiones globales que antes parecían imposibles.
Y es allí, el problema de fondo que tiene EU con Venezuela. Se trata del equilibrio de poder de un nuevo orden mundial que se está moviendo como placa tectónica que tiene debajo la lava que concentra energía inconmensurable que de alguna manera tiene que ser desfogada. Estado Unidos en este conflicto está atrapado en la falla de San Andrés, en una posición incómoda.
Sobre el giro de Venezuela, ya no se trata de un ajuste simple ante determinada sanción; es, eso sí, una estremecida que ha impuesto la reconfiguración del escenario global y que EU no advirtió. Los estrategas de la política exterior norteamericana no lo vieron venir, porque estaban convencidos de que ese aislacionismo contra los venezolanos sería permanente y que las manipulaciones, sanciones y presiones lo habían convertido en un país irrelevante y en ruinas.
Venezuela resurge con nueva armadura, blindada diplomáticamente a través de alianzas con otras grandes potencias. Ya es un hecho en el país petrolero, las estrechas relaciones con China, Rusia, India, Irán y toda la coalición de los BRICS y esas son implicaciones determinantes que hacen mella y ponen al descubierto las debilidades imperiales norteamericanas. Venezuela forjada, ahora, puede sobrevivir respaldado por aliados capaces de neutralizar las mismas armas de coerción utilizadas por Washington durante 100 años.
Caracas abrió sus puertas a Pekin, Moscú, Teheran, Nueva Deli y otras capitales. Con ello puede comercializar sus recursos y a la vez, ha logrado fijar un escudo contra la guerra económica que le mantiene el imperio norteño. Es una revolución que avanzó y sigue su camino imparable en silencio. Ya no se trata del país paria, sino que la transformación que aún se está gestando, lo ubica como participe clave de ese nuevo orden mundial y como retorno, China, que busca y sigue penetrando todos los confines, encuentra con Venezuela el camino abierto en América Latina para trazar su ruta, sirviendo de músculo financiero al país sureño.
Eso ha significado, no hace mucho, pero ha sido el flujo de miles de millones en inversiones, nuevas líneas de créditos y asistencia técnica para Venezuela. Rusia también es un actor de primer orden y se ha convertido en socio militar, tecnológico, económico y político en un momento en que Washington se sentía seguro de tener a Caracas acorralado; no obstante, lo que sucedió en realidad fue la construcción de un puente geopolítico que conecta a América Latina con Eurasia y no es una estructura simbólica, es estratégica para el fortalecimiento de dichas potencias orientales que debilitan en ese equilibrio natural, los cimientos estadounidenses en su propio hemisferio.
Sin embargo, la situación descrita pone en alerta máxima al planeta entero, ante los desafueros que pueda cometer la paranoia de los ultraderechistas fascistas que hoy mantienen de abanderado a Donald Trump, en momentos en que su insostenible mentira los desmorona, los enreda y los pierde en su propio laberinto.
El Autor es periodista, analista y escritor
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