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Estado de Derecho

Mallela V. Pérez Palomino

 

Vivimos en un estado de derecho”: este es el estribillo de aquellos que se sienten convenientemente apoyados por el sistema, los que creen en el mismo, los ilusos que aún no han perdido la fe, los obcecados que insisten en seguir batallando pues no les queda otra, y también aquellos que por ser quienes son, el sistema les trata bien.

Yo diría más bien, que los ciudadanos comunes sobrevivimos en un estado de derecho.

El derecho es aquello que por antonomasia nos merecemos. También lo que lleva rumbo recto, íntegro, virtuoso, moral, decente, cabal, escrupuloso, irreprochable, probo, estricto…derecho. Y deriva de allí su nombre.

El derecho, según el diccionario, está conformado por las leyes, preceptos y reglas a las que están sometidos los seres humanos en su vida social. También es el estudio y aplicación de esos preceptos o leyes. Y viéndolo de manera práctica, su aplicación debería implicar lo que llamamos justicia.

Surge el derecho como ser de luz, cual quintaesencia y en su trayectoria por los despachos es acorralado entre pupitres y papeles amarillentos. Inicia su proceso deformatorio cuando es violado y vejado infinidad de veces, humillado y confinado en la fría y polvorienta penumbra de gavetas olvidadas.

El derecho en nuestro país es antojadizamente curvo, oblongo, flexible. Se estira, se encoge, se moldea como masa de hojaldre, según las más caprichosas inclinaciones o intereses del que lo interpreta y de hecho lo manipula.

Existen quienes se desgastan ejerciendo el derecho, visitando despachos judiciales, leyendo y releyendo copiosos expedientes, esculcando tableros de edictos, amaneciendo en la redacción de escritos, consultando códigos, etc. Buscan inspiración en la trayectoria de supervivencia de aquellos que, agitándose en la camisa de fuerza de la pirámide de Kelsen, muestran liderazgo en la brega jurídica de un sistema por demás, moroso, corrupto, colapsado.

¡Wao, ese tipo sí que es un tigre!, parecen expresar admirados los pupilos de la carrera de leyes, al ver los logros de algunos jurisprudentes expertos muy a pesar de las limitaciones del sistema, cuando sacan cual conejo del sombrero, alguna legislación olvidada en el quehacer de derogar o subrogar o ¡qué caray!

Así justifica algún despacho legal la paliza presidencial a los envenenados con dietilenglycol, negándole luego sus auténticos derechos.

Y es que el derecho parece haberse convertido en un fenómeno contorsionista circense que hace las delicias de los auditorios mientras se cimbrea de un lado para otro ante la admiración de las masas; que talvez en ese momento cimero, no evalúan o proyectan el resultado práctico de tales acrobacias. Transformado en un ser metamórfico que se exhibe como monstruo de feria.

Se vislumbra antes que derecho, al revés, cuando es sacado a pasear, cadena al cuello, y mira hacia otro lado asustado en el preciso momento que el poder político se enseñorea vejando y persiguiendo campesinos y pueblos indígenas para favorecer al capital extranjero o cuando se reprime arrebatándole la vida a quienes osan protestar y, en el mejor de los casos, les quitan el sentido de la vista.

-¡No hay derecho! -pensamos. Mientras, es llevado ante cámaras y micrófonos por portadores endiosados que dejan anonadado al auditorio con disertaciones que llenan el ambiente de alegorías decoradas con términos rimbombantes y altisonantes que el perceptor común no maneja ni tampoco entiende.

¡Oh…, cuánta sapiencia! Parecen decir quienes se dejan obnubilar por la retórica y seguramente no manejan el arsenal discursivo.

El derecho…acelerado, eficaz y ágil para poner tras las rejas al hijo de la cocinera; demorado, perezoso y timorato para ir a buscar a los de cuello blanco que validan la apertura de cuentas bancarias a un cartel de narcolavado o a seguirle la pista al negociado del transporte a los emigrantes.

Eficiente, dinámico y diligente para perseguir dirigentes, obreros, manifestantes y todo aquel que tenga el atrevimiento de cuestionar al sistema; burocrático, exánime y estratégicamente adormilado para desarrollar las experticias que develen la red de corrupción que se dedica al abuso de niños y adolescentes en “custodia” de instituciones que se suponen deben protegerlos o,  al  apretar la tuerca a los nuevos colonizadores de nuestras áreas revertidas.

Acucioso, veloz y expedito para armar expedientes que criminalizan la protesta social; apático, holgazán, calmoso y benévolo cuando se encarga de sancionar a inversionistas contaminantes de aguas y devastadores de los ecosistemas y a las autoridades de actitud permisiva.

Solícito, cumplidor y laborioso para montar las piezas de una supuesta conspiración que subvertiría el orden público y vincular en ella a algún dirigente sindical; cachazudo, imperturbable y hasta imbécil en el estudio de los procesos que tocan a los involucrados en la red de corrupción más extensa de la historia pagadora de coimas por el beneficio de proyectos estatales.

Y, absolutamente todo con la conveniencia de términos y plazos: primos lejanos de la mismísima táctica dilatoria y compadres del silencio administrativo.

El derecho, entidad que toca lo que encuentra en su recorrido, y así también, una vez retorcida, socava el todo de la vida, el todo del todo de una nación. Como la bola en la maquinilla cantinera de jugar béisbol, que pega en todos lados y luego se precipita en su abismo: el negro hoyo del aquí no ha pasado nada.

Palpa impúdicamente los sensores de la sociedad cuando niega la justicia social, actúa lisonjera y permisivamente cuando le da espaldarazo al abuso laboral de las cúpulas económicas. Maniata con nudo codificado la democracia cual perro a la pata de una mesa, y mientras, sobre ella se remunera el protagonismo a los partidos políticos.

Hace ensayadas reverencias ante la vocinglería de quienes se convierten en sus porristas durante cada enrevesado trayecto plagado de canonjías.

Ya convertido en algo asqueroso que no es nada, repta y deambula cual espectral figura al compás de sinfonía de espanto.

Sus enormes fauces húmedas, malolientes y viscosas se abren lenta y desmesuradamente para dejar salir, como en la saga de Alien, a otro bicho igual, aunque más pequeño.

Aquel ente gestado durante la odisea del maltrato surge cual alumbramiento de letra muerta: ¡He, allí la pretendida justicia!

A aquellos que corean el estado de derecho junto a su hermana golfa, la supuesta seguridad jurídica, ¿se habrán preguntado alguna vez concienzudamente por el derecho del estado, de ese estado que conformamos todos los contribuyentes y que debe velar por las mayorías…?

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