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¿EN QUÉ RECODO DEL CAMINO EXTRAVIAMOS LA DIALÉCTICA?

Por: Pedro Rivera

¿En que recodo del camino extraviamos la dialéctica?

¿Hasta cuándo seguiremos ignorando lo que debimos o debemos aprender de los maestros, de los que nos enseñaron a pensar y alinearnos con el método científico, el materialismo dialectico, la teoría de la complejidad y las leyes del caos, con el fin de facilitar la comprensión de los fenómenos sociales en sus contextos reales?

Hemos olvidado que tanto la naturaleza como la psicosocioculturalidad, es decir, el ámbito humano, están sometidos a las leyes de la dialéctica, a los cambios estructurales, a las complejas y cambiantes conformaciones económicas, naturales, psicológicas, sociales, culturales, éticas, políticas y geopolíticas, a la relación del uno con el todo.

Tal vez lo más importante en la coyuntura actual sea entender cómo se configura el nuevo orden internacional, la multipolaridad y la disparidad, la correlación de fuerzas en todos los órdenes, las dependencias e interdependencias entre civilizaciones, Estados y pueblos.

Sin tomar en cuenta la coincidencia de objetivos, el significado de la unidad en la diversidad, así como la formación de bloques y alianzas, es inimaginable diseñar estrategias y tácticas útiles para la acción, con apego a las enseñanzas de los maestros.

En la actual coyuntura hay que considerar el papel que juegan los nuevos paradigmas de convivencia humana, vinculantes con la cuarta revolución industrial; con el desarrollo del conocimiento, las ciencias y las tecnologías; con la insurgencia de una clase media de alta capacidad de consumo, mediatizadora de las pugnas entre las plutocracias, la marginación y la exclusión; y por supuesto, la expansiva e insostenible brecha que separa la riqueza de la pobreza.

¿Cómo encontrar una ruta para inducir cambios en la sociedad de nuestro tiempo sin tomar en consideración el “éxito” de algunos modelos socializantes en el seno de sociedades capitalistas europeas, las alianzas y los bloques económicos y militares, el agotamiento irreversible de los recursos naturales y energéticos, la existencia de armas de destrucción masiva, las contradicciones y conflictos entre las potencias de los mismos y distintos signos ideológicos, el calentamiento global, la crisis alimentaria, la disminución de las fuentes hídricas, la extinción de especies que contribuyen a garantizar el equilibrio de la flora y la fauna del planeta constituyen materia de estudio de quienes tienen el compromiso de elevar la condición humana?

¿Cómo no tomar en cuenta la enajenación de la población de todos los niveles sociales bajo el influjo de la sociedad de consumo y del entretenimiento fanatizado de las muchedumbres?

No podemos dejar por fuera el advenir de una tecnocracia robotizada, eficiente, inhibidora del pensamiento crítico; el desplazamiento de la mano de obra humana por la robótica y la inteligencia artificial.

Habría que tener en consideración los valores agregados y daños colaterales que provocan las redes sociales, unas de cuyas vertientes sea embobecer a la población, perfeccionar las técnicas de los “fake news” y de las “mentiras repetidas mil veces”.

Sería grave no aceptar que la educación diseñada con el fin implícito de sustentar un sistema promotor de las desigualdades, de la corrupción sistémica, del aburguesamiento moral y mental de las cúpulas gremiales; de la ilusión de acceder a la riqueza por un acto de birlibirloque; de la criminalidad organizada; la circulación planificada de las drogas como dinamizador de la economía en los estratos más empobrecidos de la sociedad.

En un escenario de alta complejidad como este es imposible que las nuevas generaciones, los llamados millennials, conecten sus expectativas con el discurso de los años 60s del siglo pasado, discurso que sigue siendo el que ofertan, ofertamos, muchos de los que están, estamos, comprometidos con la idea de “otro mundo mejor es posible”.

Con esta narrativa desfasada, los que quisieran salvar el mundo, se convierten por decisión u omisión, en sus propios enemigos.

El ”hombre nuevo” con el que soñamos alguna vez, con el que soñó el Che, se nos salió de las manos, se nos esfumo, se nos alcantarilló. La nueva realidad diseñó al hombre neoliberizado de este tiempo.

Debemos recordar, y parece que lo hemos olvidado, que “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Es la clave de nuestra visión y compromiso. La sociedad de los 60s y 70s del Vigésimo Siglo nada o poco tiene que ver con la actual.

Hay que retomar la dialéctica Hay que cambiar las tácticas y las estrategias de acuerdo con los cambios de las estructuras económicas, de la biopsicosocioculturalidad, de la complejidad.

En medio del aceleramiento de la crisis del sistema capitalista, amerita urdir alianzas con las nuevas fuerzas motrices involucrados, de una u otra manera, en los procesos de cambio. Como enseñaron los maestros.

¿Queremos cambiar el mundo? Pues hagámoslo como se debe hacer, y como se puede, con calma y con buena letra, examinemos dialécticamente la realidad. Dejemos de soñar en pajaritos preñados, de creer que la Luna es de queso, atrapados en una ética pueblerina. Superemos las egolatrías, individualismos y ambiciones personales desmedidas.

Convoquemos a los nuevos protagonistas de los cambios sociales, sin sectarismo, sin la prepotencia de los que pensamos que lo sabemos todo, sin la rabiosa intolerancia que oscurece nuestra capacidad de pensar.

Ecologistas, pueblos originarios, defensores de los derechos humanos, migrantes, eclesiásticos, minorías discriminadas, desclasados, defensores de los derechos humanos, empresarios y emprendedores, incluso los que creen en la democracia liberal, deben participar, juntos, en la búsqueda de objetivos comunes con la idea de crear riqueza, por un lado, y de repartirla mejor por el otro, que es en fin de cuentas lo que se quiere. PRO

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