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Amargura y gratitud |


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

En estos días mi esposa, que está en campaña para unas elecciones de la Asociación de médicos veterinarios de Panamá, me conversaba sobre lo importante que es en la vida ser agradecidos para evitar caer en la amargura.

No tiene sentido, anhelar lo que no se tiene y desvalorar y hasta desconocer lo que sí tenemos y que siempre es altamente valioso y capaz de producirnos alegría.

Nuestra sociedad se ha vuelto malagradecida, amargada, capaz de entablar conflictos y pereque por cualquier cosa y terminar en malos términos con las personas que nos rodean, a la que muchas veces le achacamos la responsabilidad por nuestras frustraciones y desencantos.

Investigaciones científicas recientes han indicado que las personas que son más agradecidas tienen un mayor nivel de bienestar.

La gente agradecida es más feliz, espantan con su alegría al espíritu de la depresión, están menos estresadas.

Es común encontrar a gente más satisfechas con sus vidas y sus relaciones sociales entre las personas que todos los días manifiestan gratitud.

Las personas que dan gracias por todo, siempre crecen y le ven un lado bueno a cada circunstancia. Quienes son agradecidos, tienen control de sí mismos, transforman y aprovechan cada oportunidad sin perder el puerto o destino al que aspiran y cada cosa que sucede, es un ingrediente que enriquece el camino de la vida.

Los que son agradecidos siempre ven a los otros no como competidores o enemigos, sino como compañeros que requieren del apoyo o son en sí el apoyo para fines de interés común.

La gratitud permite que no dudemos y por tanto perdamos tiempo valioso de nuestra existencia. Los agradecidos no rehúyen los problemas, sino que los enfrentan resueltamente, sabiendo que detrás de cada dificultad, se genera una capacidad para vencer al problema.

La gente agradecida, da gracias hasta por el cansancio, porque éste permite dar paso a un descanso gozoso y aprovecha aún el poco tiempo para dormir plácidamente.

Necesitamos un país con gente más agradecida, menos alterada, frustrada, amargada y violenta. El amargado siempre es egoísta, ávaro, ambicioso y presto a ser parte de cualquier acto que no edifica y que destruye, porque quien se deja seducir por la amargura, espanta al amor por lo y los demás.

Necesitamos un país que vuelva a tener fe en que un futuro promisorio, decente y pacífico es posible. Debemos entender que el único camino para ser feliz es compartir y no se puede conjugar ese verbo con amargura.

Necesitamos una nación que todos los días de gracias a Dios por todo lo hermoso que nos rodea y que no somos capaces de ver con nuestros ojos por causa de la amargura y la necedad. Eso que vemos, todo nos fue regalado. ¡No seamos malagradecidos!

Decía un predicador, según mi esposa, que los pájaros, siendo que tienen un cerebro tan pequeño, se la pasan cantando todo el día, y nosotros que nos ufanamos de ser los más inteligentes de la naturaleza, no tenemos espacios, sino para darle rienda suelta a la amargura y al desaliento.

Volvamos a la gratitud, demos gracias a Dios por todo, aún por lo que no entendemos o nos parece doloroso, porque detrás de cada experiencia humana, hay un motivo oculto que hay que descubrir y que nos causará alegría y gozo.

¡Así de sencilla es la cosa!

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