El Periódico de Panamá Revista de Análisis Político, Económico, Social y Cultural.
Por Alejandro Román Sánchez
Hay momentos en la vida en que se incrementan los riesgos de eventuales consecuencias personales y patrimoniales, contra quienes se resisten a ser siervos y defensores mercenarios de los desmanes del poder.
Hay quienes se empinan por encima de esa perversa realidad, sobreponiéndose del temor, sin dejarlo de sentir.
La idea es despertar e impulsar el espíritu analítico frente a las decisiones que nos rodean y afectan como persona, familia, grupo y país. A fin de evitar ser presa mensa de los insaciables depredadores que, con sus intereses solapados y apetitos voraces, manipulan descarada y descarnadamente el poder, en beneficio de sus mezquinas e insaciables apetencias.
Apetencias que no hacen más que limitar el crecimiento de otros y empobrecer a muchos, cuando alcanza para todos.
La idea es que despertemos del letargo y empecemos a actuar en consonancia con lo que nos demanda el reto de enfrentar la situación. Solo así el ejercicio del poder volverá a los causes de la sensatez y a los sagrados fines públicos, al servicio de su legítimo dueño, el pueblo, que somos todos, a quien se debe y debe representar.
Pero mientras eso ocurra, es menester que, al menos, aprendamos a reconocer el valor de la acción que defiende los intereses de las mayorías, en especial de los más necesitados, de los llamados a servir de redención.
Lo anterior es más urgente, cuando la élite gobernante de cualquier país pretende imponer sus intereses de grupo, tratando que sean aceptados por los demás como los intereses de la nación, de las grandes mayorías, aún de los más olvidados.
Más grave todavía, cuando su pretensión es a pesar de que sus intereses de minoría privilegiada, son serviles y marginales ante intereses foráneos.
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