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El Auto Control Como Parte De La Filosofía De Vida, O Como Fórmula De Sobrevivencia Ante Experiencias Traumáticas

Por Alejandro Román Sánchez

 

El auto control como manifestación de la filosofía de vida es diferente al auto control erigido como instrumento de sobrevivencia a experiencias amargas en la vida.

El primero, se elige y desarrolla voluntariamente, después de entender la existencia universal, las relaciones interpersonales, sociales y de poder. El segundo, es una reacción personal y social a una experiencia traumática, adoptado para poderla lidiar, soportar y dejar atrás.

El auto control por filosofía de vida está cimentado en la sabiduría, el conocimiento, la prudencia, la serenidad y la autoestima. No está fundado en la indiferencia ni en la indolencia ante lo que nos rodea y experimentamos.

Al contrario, parte del saber y sentir para estructurar la forma de vivir. Crea un ser fuerte y seguro de sí mismo, capaz de enfrentar la existencia y los retos sosegadamente.

Su fuente de poder, fortaleza, visión y prudencia proviene de su ser interno, lo que le permite procesar y entender, actuando en consonancia, las vivencias en su justa dimensión. Sin tener que caminar por la vida dominado por el miedo a vivir.

El auto control surgido como reacción y fórmula de sobrevivencia ante experiencias tóxicas, está basado en el dolor, la baja estima, el miedo y la necesidad de muletillas para sobrevivir. Su fuente de poder, fortaleza, visión y entendimiento proviene de la reacción a lo exterior.

De modo que es una barrera erigida como protección, a la que siempre se tendrá que recurrir para mantener la estabilidad emocional y vivencial. Es una muralla construida para aislarse de situaciones no deseables.

Mientras que el primero crea personas fuertes y seguras de sí mismas, capaces de convivir y dirigir su sendero por el propósito de vida, el segundo forma personas que reaccionan ante las experiencias, las cuales marcan su peregrinar en la vida.

El caminar viene determinado por las experiencias nocivas. Ante ellas se reacciona con el levantamiento de muros y barreras que, pese a los esfuerzos, terminan erosionándose con el transcurrir del tiempo y las vivencias.

En ocasiones, el segundo forma personas con doble manifestación o personalidad. La genuina, que suelen esconder por sentir que las hace vulnerable frente a los demás, exponiéndolas a ser víctimas. La social, que procuran mostrar a los demás, simulando dotes de control, indiferencia e indolencia, como si estas fueran su mejor carta de presentación.

En ocasiones, causan depresión, tristeza estructural y resignación ante una vida sin felicidad. Un determinismo marcado por los sinsabores y las malas vivencias.

Desafortunadamente, en los tiempos actuales la indiferencia y la indolencia son exacerbadas y exaltadas en las relaciones interpersonales, de poder, de grupo e internacionales. Igual ocurre con la falta de empatía y de solidaridad hacia el sufrimiento del prójimo, identificado como enemigo por ser diferente y pensar distinto.

Estos patrones son glorificados como comportamientos asertivos ante los demás. Simplemente, por no formar parte del entorno personal, del grupo social o de la misma nacionalidad o del eje dominante.

Sin embargo, buena parte de la humanidad se resiste ante semejante desmadre y está dando la batalla. La lucha está planteada y será encarnizada. Al final deberá vencer el amor, la verdad, la razón y la solidaridad. En fin, la humanidad, a pesar de parte de ella.

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