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¿Sería mejor si el último libro de Gabriel García Márquez nunca se hubiera publicado?

A colored pencil drawing of a tall tree is intersected in multiple layers by pieces of paper piled in a stack, viewed from above. Some of the pages are blank; some have words in Spanish in a typewriter font; and some have red flowers that extend above the tree sketch, as if they were the top of the tree.
Credit…Daniel Liévano

Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman College y especialista en la obra de Gabriel García Márquez.

Cuando Gabriel García Márquez, el autor de Cien años de soledad y de otras novelas clásicas, murió hace diez años dejó una novela inacabada, En agosto nos vemos. La novela se publicó el 6 de marzo, provocando críticas, a veces agresivas, de académicos, escritores y fans, quienes se han mostrado en desacuerdo no tanto con la novela en sí, como con lo que consideran un acto de traición que pone en riesgo el legado de García Márquez.

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Antes de morir, García Márquez pidió a sus hijos, Rodrigo García y Gonzalo García Barcha, que destruyeran la novela. No lo hicieron. No pudieron. Lo entiendo.

La vida de una obra de arte no termina cuando muere su creador. Los artistas rara vez dejan instrucciones claras sobre qué hacer con sus obras, especialmente con las inacabadas, lo que puede derivar en complicadas batallas legales. Incluso cuando las instrucciones son específicas, los herederos pueden quedar en una posición imposible. Ellos son los responsables de preservar y promover el legado del artista para que pueda ser apreciado por las generaciones venideras.

Imagina que debes decidir si destruyes la obra de un artista importante, que además resulta ser tu padre, e imagina también vivir sabiendo que la gente verá y juzgará lo que haces hoy, mientras que los lectores del futuro podrían lamentar tus decisiones. La verdad es que si los hijos de García Márquez hubieran hecho lo que les pidió su padre, lo más probable es que también habrían sido criticados. Sinceramente, hagan lo que hagan los herederos, a algunas personas nunca les gustará.

Es beneficioso conservar las obras de grandes artistas que estaban destinadas a ser destruidas. Por eso, la manera en que los hijos de García Márquez han gestionado el legado de su padre, incluida la publicación de En agosto nos vemos, debe ser elogiada y quizás incluso estudiada.

Es probable que en 2003, cuando García Márquez empezó a escribir con más intensidad la novela En agosto nos vemos, ya le empezara a fallar la memoria. Vi las distintas versiones del manuscrito en el archivo del escritor. Estaban desorganizadas y la escritura era más indecisa en comparación con los manuscritos de obras anteriores. Pero al año siguiente García Márquez terminó un borrador completo, aunque estaba sin pulir. Sus hijos, sus amigos y su agente literaria intentaron ayudarlo con la edición del texto hasta que su demencia estaba ya demasiado avanzada. En ese momento, pensando que la novela no era buena, García Márquez pidió a sus hijos que la destruyeran.

Es fácil sacar conclusiones precipitadas al escuchar la noticia de que los hijos publicaron la novela en contra de los deseos de su padre. Desde luego, es un llamativo titular de noticias. Muchos se han apresurado a acusar a los hijos de publicar la novela solo por dinero. Acusaciones similares se hicieron cuando la familia vendió los archivos del escritor al Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas en Austin y después de venderle a Netflix los derechos para adaptar Cien años de soledad.

Esas decisiones, sin embargo, han hecho que las obras de García Márquez sean más accesibles pública y mundialmente. La Colección de Gabriel García Márquez en el Centro Harry Ransom, que también conserva documentos de William Faulkner y Ernest Hemingway, es una de las más visitadas en persona y en línea.

Cuando consulté esa colección, leí la correspondencia personal del escritor, lo que me permitió entender con detalle cómo había escrito Cien años de soledad, y esa investigación fue la base para mi libro dedicado al proceso de escritura de su novela.

Sin duda, no todos los herederos literarios actúan de manera tan admirable. Durante décadas, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, llegó a demandar a cualquiera por lo que consideraba un uso incorrecto de las obras de su marido. A menudo se la acusó de ser demasiado protectora. Kodama murió en 2023 y no dejó, incomprensiblemente, ni un testamento ni herederos designados. Ahora sus parientes más directos —cinco sobrinas y sobrinos con los que, al parecer, apenas tenía contacto— son los herederos de las obras de Borges.

Nadie niega que En agosto nos vemos sea la obra sin pulir de un maestro anciano. Es así como deber ser leída. Los herederos de los artistas deben acatar sus deseos, pero también deben pensar en su legado, el cual a veces se protege mejor poniendo las obras, por imperfectas que estas sean, a disposición de los lectores de las siguientes generaciones.

Las obras de arte imperfectas son más útiles que las destruidas. Antes de morir en 1852, el escritor ruso Nikolái Gógol quemó varios de sus manuscritos, entre ellos, estaba el segundo volumen de lo que habría sido la trilogía Almas muertas. Desde entonces, los investigadores y admiradores de Gógol han lamentado su destrucción.

Cuando las obras de arte están disponibles, los artistas pueden seguir viviendo e incluso perpetuarse de la más bella de las maneras: en las obras de futuros artistas. Franz Kafka, en sus últimos días de vida, ordenó a su amigo Max Brod que quemara todas sus obras inacabadas. Brod, como es bien sabido, no lo hizo. Su traición cambió la historia de la literatura y la vida de un veinteañero que, tras leer La metamorfosis, decidió ser escritor. El veinteañero era García Márquez.

Aunque La metamorfosis no era uno de los libros que Kafka mandó quemar, esa novela sí alcanzó fama e influencia porque Kafka recibió más atención gracias a las obras que Brod salvó. Si la publicación de En agosto nos vemos inspira a alguien a convertirse en escritor, los hijos de García Márquez habrán hecho un gran favor a la literatura, al igual que hizo Brod.

Álvaro Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman College y en la Escuela de Verano de Harvard, y es autor de Ascent to Glory, un estudio sobre Cien años de soledad.

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