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Panamá: la libertaria psicopatía de la gobernanza y otros despeñaderos de la razón.

Por: Enrique Avilés

 

El país ha tenido en los diez últimos meses la gestión ejecutiva y legislativa más impopular desde la vuelta a la democracia en la década del 90. Esto obedece a razones que son básicamente la imposición de una ruta de shock ante la crisis que está ajena de crear consensos y que resulta plenamente impositiva a conveniencia de los intereses de los sectores ricos y en detrimento de los pobres y de la consolidación del Estado en la soberanía, como parte constitutiva fundamental del mismo.

En todos estos meses, hay algo que se nos ha escapado por completo al ver cada jueves los discursos y entrevistas de prensa del ejecutivo, algo de lo que mi persona no es especialista, pero si he notado lenta y sutilmente. Si bien es notorio el afán de los sectores dominantes de hacerse de recursos económicos a través de leyes impopulares, esas intenciones, siempre latente en estos sectores, nunca se habían acompañado en democracia de una agencia ejecutiva con rasgos que, yendo más allá de lo autoritario, déspota, intransigente e impositivo, resulten banderas rojas de que el poder de dirección está en manos de psicópatas, y puede que no sea la primera vez que lo esté, pero también puede que sea la vez que más notorio lo sea.

Un presidente debe ser para su pueblo un líder y en este sentido priorizar las voluntades de las grandes mayorías, mientras que desde la psicópata será un líder tóxico que gobierna a razón de intereses particulares.  Un personaje con tal enfermedad, en la toma de decisiones será ajeno a sus representados y arriesgado en las consecuencias que, a largo plazo para la población, sobre todo en temas tan evidentes como la seguridad social, la mina y su contaminación, el deterioro a presente y futuro de la soberanía, y los desplazamientos humanos por embalses. En temas como las relaciones internacionales no terminan de llegar al poder cuando por su naturaleza manipuladora crean conflictos con otros países sin necesidad alguna. En otro punto, su moral es inexistente, no tienen conciencia o conducta apropiada a su discurso lo que es notorio cuando de justicia se trata, la justicia de los psicópatas es a conveniencia y selectiva a sus intereses y punto, en tanto que la reacción a la crítica en estos enfermos es el enojo, la diatriba, el descalificar y humillar, siendo casi imposible que acepten debatir, dialogar o escuchar otros puntos de vista, lo que los hace seres impositivos en extremo. Seres como estos por su enfermedad no tienen conciencia de la secuela de consecuencias físicas, morales y económicas qué causan a la población y en el caso de sostener su visión las consecuencias extremas le son viables por la falta total de empatía que provoca su enfermedad. Hasta ahora el único presidente en América latina qué ha sido visto así por su pueblo es el libertario Javier Milei, impulsivo y autoritario al punto de casi creerse un monarca, pero al parecer la réplica de la locura llegó a nuestras latitudes y repite los mismos síntomas. Solo un vistazo de cómo estas gestiones crean su propia antítesis internas es ver como sus propios acólitos como la conep, la partidocracia tradicional, y los mismos diputados que votaron a favor de la ley 462 salen a pedir diálogos ante el rumbo incierto de la imposición e intolerancia qué terminará por arruinar a los que un día lo aplaudían. De hecho, terminará arruinando a todos, en nombre de la enfermedad mental de unos, los aplausos de otros y las críticas y resistencias de muchos.

El autor tiene certificado de salud mental.

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