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Los ofensivos e insostenibles privilegios en Panamá.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

Hay hechos que, por su ofensa moral, no se pueden permitir en el marco de la angustiosa situación que vivimos. Por ejemplo, generar privilegios para algunos en detrimento de otros, no pueden ser apadrinados por el Estado. Según reza el Artículo 19 de nuestra Constitución Política Vigente, “No habrá fueros o privilegios personales ni discriminación por razón de raza, nacimiento, clase social, sexo, religión o ideas políticas”. Subrayo clase social, porque por allí andan unos sectores con una tesis a todas luces inaceptable y sostenible solo desde la absoluta orfandad del derecho y execrable desde el ángulo de la justicia.

El que a alguien que ha tenido el privilegio de dirigir al país, se le otorgue el privilegio de mantenerle hasta que fallezca, edecanes y guardias de seguridad en tres turnos continuos a costa de un presupuesto millonario que, sale del patrimonio público, mientras que más de millón medio de panameños se baten diariamente para poder desayunar o comer una vez al día, no tienen agua potable disponible, ni servicios de electricidad o teléfono, ni caminos de penetración, producto precisamente de sus malogradas gestiones, en la que, se empobrecieron más los panameños de a pie, y se amplio aún más la zanja que separa a los que más tienen de los que carecen de casi todo.

Coincido con muchos en que. tales medidas de seguridad se apliquen al expresidente de la república, solo en el período inmediatamente siguiente a su mandato y que el mismo sea lo elemental. Si tuviere alguna necesidad especial, las autoridades del momento deberían atender como a cualquier ciudadano, su solicitud que debe estar debidamente sustentada.

Si hubieran sido exitosos en sus gestiones a favor del pueblo, podrían tener un pretexto para mantener esos privilegios, pero resulta que ha sido todo lo contrario y lo peor es que de ellos, los beneficiarios, nunca ha salido el ejemplo ético de rechazar tales prebendas insostenibles.

Si se permite que tal cosa suceda, establecemos que los que más lana tienen, puedan promocionarse, mientras que los hijos del pueblo, tengan que mirar desde lejos, que unos si pueden, pero ellos no. Ese mensaje de prohijar y abonar la desigualdad, precisamente por la vía que debe emparejarnos, es una perfecta perversidad.

A las actuales generaciones, debemos educarlas en la más alta estima de la igualdad, la dignidad, la solidaridad y en ningún momento abrir portillos a generar diferencias que luego se convertirán en insalvables y eternas.

Mi padre me decía siempre que; “los problemas se atajan cuando aún son pequeños, porque luego del tiempo, un árbol torcido jamás su tronco endereza”.

 

¡Así de sencilla es la cosa!

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